La iglesia celebra hoy
la fiesta de Cristo Rey. Una fiesta instituida por el Papa Pío XI en 1925. Una
fiesta tal vez difícil de comprender en la actualidad, cuando ya casi no hay
reyes y cuando la institución monárquica en la historia de la humanidad no
brilló por su sintonía con los valores evangélicos.
Podemos entender más
cabalmente esta fiesta si entendemos la pregunta de fondo: ¿Cómo se ejerce la
autoridad?
Me parece que el texto
del evangelio nos sugiere dos fecundas pistas de interpretación de la realeza
de Cristo: la cruz y el presente.
En la Cruz tenemos la
revelación del sentido profundo de Cristo rey y de todos reyes: la entrega en
el amor. La única autoridad valida es la autoridad del amor y de un amor que se
entrega hasta el final. Por eso la Cruz de Jesucristo queda como un icono
perenne de todo aquel que – en la iglesia y en la sociedad civil – tenga algo
de autoridad.
Toda autoridad
entendida afuera del servicio del amor pierde su misma razón de ser.
Títulos, honores,
privilegios solo tienen sentido cuando surgen y expresan el servicio del amor.
En este mundo muchas
veces marcado por la apariencia y la superficialidad es muy fácil quedarse
atrapados en los privilegios que la autoridad automáticamente confiere.
La autoridad de Jesús
en la cruz es la autoridad de la extrema vulnerabilidad; la vulnerabilidad del
amor que salva, perdona y pone de pie: nunca hay que olvidarlo.
Además la verdadera
autoridad nunca es impuesta, sino que es reconocida. Los fariseos del tiempo de
Jesús y los dictadores actuales que disfrazan la democracia imponían e imponen
autoridad a través del poder económico y político. El pueblo va por otro lado:
la gente le reconocía a Jesús una autoridad que él nunca buscó. Es la autoridad
del amor, la transparencia, el servicio, como dijimos.
La segunda pista se
centra en el presente.
Lucas nos transmite
una palabra clave que pone en los labios de Jesús muriente: “hoy”. “Hoy estarás
conmigo en el paraíso” le dice al buen ladrón.
Lucas en su evangelio
insiste mucho en este “hoy”: es el eterno presente de Dios. En sentido estricto
lo único que tenemos.
Cristo es rey porque
es dueño del presente, no victima. Es uno con la Vida, no victima.
La salvación esta
siempre presente, aquí y ahora. Es una puerta siempre abierta: simplemente hay
que entrar. Cosa no tan fácil como parece.
La
autoridad entonces es oferta de salvación en el eterno presente de Dios. Y si
puede ofrecer porque se vio y se experimentó.
Podemos
entonces vivir nuestros pequeños espacios de autoridad ofreciendo el don que
siempre está: la presencia de Dios siempre actuante hoy. Aquí y ahora.
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