sábado, 14 de enero de 2023

Juan 1, 29-34

 

 

 

Está comúnmente aceptado por los estudiosos que entre los discípulos de Juan Bautista y los discípulos de Jesús existía un cierto enfrentamiento. Por eso el evangelista Juan, que escribe alrededor del año 100, siente la necesidad de aclarar definitivamente el asunto y por eso pone en boca de Juan las famosas palabras: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (1, 29); un testimonio profundamente mesiánico.

 

En realidad, el reconocimiento del mesianismo de Jesús no viene del Bautista, sino de la comunidad del evangelista Juan.

 

Es importante reconocerlo y es fundamental la honestidad. Esto nos evitará caer en la que, Enrique Martínez llama, la “trampa teísta”.

 

Para explicar lo que es esta trampa, el mismo Enrique Martínez nos propone un cuento:

 

“Todos en la comunidad sabían que Dios hablaba al rabino todos los viernes, hasta que llegó un extraño que preguntó: —¿Y cómo lo saben? —Porque nos lo ha dicho el rabino. —¿Y si el rabino miente? —¿Cómo podría mentir alguien a quien Dios habla todas las semanas?”.

 

Otros teólogos lo expresan así: la iglesia deriva su autoridad de la Palabra de Dios; ¿Y quién dice lo que es la Palabra de Dios? La iglesia.

 

Es un círculo vicioso, que no permite discusión.

 

Es la trampa de las creencias, de las cuales solo salimos con humildad y honestidad intelectual. Falta mucho camino a recorrer. Las creencias nos atrapan porque nos otorgan el sentido de seguridad que tanto buscamos y además justifican el poder y el “statu quo”, que hace caer en el inmovilismo e impide el crecimiento y el desarrollo. Las creencias son tan potentes que a menudo llegan a cegar.

 

Ser abiertos y humildes; ser honestos y cuestionarnos: por ahí va el camino.

Estas cualidades psicológicas y espirituales nos permitirán comprender el tema del mesianismo de una forma más integral, potente, actual y fructífera.

 

Sabemos que, para los cristianos, Jesús de Nazaret es el enviado, el esperado, el Mesías (el ungido, Cristo) que nos revela el rostro de Dios.

Y sabemos que Israel, el pueblo elegido, sigue esperando a su Mesías.

 

Hoy en día, y recuperando también antiguas intuiciones, hay otras posturas; posturas sumamente interesantes y sugerentes.

 

Las investigaciones de la mística hebrea nos proponen dos ulteriores pistas.

 

1)  Cada uno – cada alma – es una chispa del Mesías.

2)  Cada uno – cada alma – es su propio Mesías.

 

Si en lugar de encerrarnos cada cual en su postura y visión, nos abriéramos al dialogo y a la investigación sin fanatismos, todos nos enriqueceríamos terriblemente y descubriríamos la deslumbrante belleza de la armonía naciente.

 

Estoy convencido – y conmigo muchos estudiosos que no existen posturas y posiciones totalmente incompatibles. Cada postura, cada visión, es una perspectiva y las perspectivas dependen de las culturas, de las creencias y de las cosmovisiones… es decir son siempre limitadas y condicionadas.

 

La Verdad no es manipulable y siempre está más allá de nuestros intentos de control y de posesión. Ha llegado la hora de comprenderlo y vivirlo, si queremos un futuro mejor para la humanidad.

 

Los cristianos estamos llamados a “entrar” en la consciencia del Maestro de Nazaret. Cuando soltamos los miedos, el afán de poder y de reconocimiento, cuando nos abrimos con confianza y humildad, la consciencia de Jesús nos atrapa y nos atraviesa.

Empezaremos a ver como él ve. Empezaremos a vivir verdaderamente desde el Espíritu. Seremos verdaderamente libres. Seremos uno con él, seremos él.

Lo afirma, de manera contundente y extraordinaria, Simeón el Nuevo Teólogo:

 

Nos despertamos en el cuerpo de Cristo

cuando Cristo despierta en nuestros cuerpos.

Bajo la mirada y veo que mi pobre mano es Cristo;

él entra en mi pie y es infinitamente yo mismo.

Muevo la mano, y esta, por milagro,

se convierte en Cristo,

deviene todo él.

 

¡Maravilla que no se puede decir!

Silencio.

 

 

 

 

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