sábado, 21 de enero de 2023

Mateo 4, 12-17

 



Sabemos que el evangelista Mateo es el más atento a la Primera Alianza (Antiguo Testamento) y, en su relato, quiere demostrar que, en Jesús de Nazaret, se cumplen las profecías; por eso su evangelio tiene muchas citas proféticas.

 

Hoy Mateo nos propone el texto de Isaías 8, 23 – 9, 1:

 

¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí,

camino del mar, país de la Transjordania,

Galilea de las naciones!

El pueblo que se hallaba en tinieblas

vio una gran luz;

sobre los que vivían las oscuras regiones de la muerte,

se levantó una luz.

 

Mateo nos quiere decir que la luz que Isaías anuncia, se manifestó en Jesús. La luz llegó y las tinieblas se dispersan.

 

El tema de la luz es fascinante y recorre toda la Escritura, como también todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad.

 

Desde siempre la luz tiene una atracción muy potente hacia el ser humano. La misma palabra “Dios” en una de sus etimologías, se hace derivar de una raíz sanscrita que significa “brillar” o “alumbrar”.

Desde siempre el ser humano asocia la luz a lo divino y al bien y las tinieblas al mal; en realidad el tema es más complejo, hermoso y profundo.

 

Las profundidades simbólicas y metafóricas de la luz son, prácticamente, infinitas.

La misma Biblia empieza con la luz: Entonces Dios dijo: Que exista la luz. Y la luz existió. (Gen 1, 3) y termina con la luz: “Ya no habrá allí ninguna maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad, y sus servidores lo adorarán. Ellos contemplarán su rostro y llevarán su Nombre en la frente. Tampoco existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni la luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y ellos reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22, 3-5).

El evangelio recurre al símbolo de la luz en muchas ocasiones. Nos quedamos con dos afirmaciones muy fuertes de Jesús: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12) y “ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 14).

 

La revelación es la manifestación de la luz y, a la vez, su ocultamiento. “Re-velar” tiene un doble y muy interesante significado; es una de estas palabras “mágicas” del español, que nos abre al meta-lenguaje, al más allá de la palabra.

Re-velar puede indicar el “sacar el velo” para que se vea mejor la luz y, a la vez, volver a poner el velo.

Dios se revela y esta revelación es fuente de luz. Dios a la vez se oculta ya que no podríamos soportar la intensidad de la Luz Infinita… pero también su ocultamiento, es luz.

Se oculta y revela, en este juego de amor, al cual estamos invitados a participar.

Nosotros mismos somos esta revelación y ocultamiento: en cada uno de nosotros Dios se está manifestando y revelando y en cada uno de nosotros, Dios se oculta también.

Muchos místicos cristianos entendieron esta dinámica y tienen textos bellísimos:

Tú, oh Dios, eres Uno.

Tu multiforme e insondable Energía

revela de mil maneras tu Esencia

y habla de tu inmensidad.

Lo más admirable y maravilloso

es que Tú habites en aquellos

a quienes te has dado a comprender.

Porque Tú eres totalmente incomprensible

en tu Esencia y en tus Energía,

y nadie puede comprender tu poder.

¿Quién ha podido descubrir su medida?

¿Quién ha sondeado nunca tu sabiduría?

¿Quién ha conocido jamás el océano de tu bondad?

¿Quién ha comprendido alguna vez plenamente

algo de tuyo?

Tú abrasas mi espíritu con la herida del eros, iluminándolo cada vez más,

y lo introduces en las maravillas

que le haces contemplar,

maravillas inaccesibles, místicas,

qué están por encima del cielo.

¡Oh Unidad infinitamente celebrada,

Trinidad infinitamente venerada,

Abismo sin fondo de poder y sabiduría!

¿Cómo consigues hacer entrar

en tu Tiniebla divina al espíritu

que se ha elevado tal como lo quiere la Ley, llevándolo de gloria en gloria

y concediéndole con frecuencia habitar

dentro de la Tiniebla-más-que-luminosa?

(Calixto Cataphygiotés, siglos XIV-XV)

 

Calixto define a Dios como la “Tiniebla más que luminosa”: para nosotros la Luz es Tiniebla, por su desborde, potencia e infinitud.

Solo nos queda una actitud de apertura y humildad.

La teología tiene que volver a la humildad de la mística. Todos tenemos que volver a la humildad frente al Misterio: no somos nada, no sabemos nada.

Esta nada, una vez aceptada y asumida, es hermosísima. Esta nada es la que permite a la luz entrar y manifestarse.

Cuanto más estemos abiertos y humildes, más la luz se revelará y descubriremos con asombro infinito y gratitud, cual es la luz que vinimos a revelar.

Acá “nos lo jugamos” todo: la experiencia humana de paz y plenitud solo se nos regalará siendo fieles a la luz Una, única y original que somos y que nos habita.

 

Viniste a traer una luz que solo vos la puedes revelar.

Viniste a ser cauce de la luz.

Viniste a ser ventana y cristal transparente a la luz.

Gozo indecible.

Paz sin nombre.

 

 

 

 

 

 

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