“Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas” (12, 15): afirmación fuerte y tajante de Jesús en el texto evangélico de este domingo.
Nuestra vida y una vida plena y realizada no depende de los bienes, del dinero, del éxito. Nuestra experiencia y aventura humana está marcada por la fragilidad, lo efímero, el cambio, lo pasajero.
No tenemos nada asegurado, no tenemos nada o casi nada bajo control.
Todo esto nos puede asustar en un primer momento… pero es un susto “de los buenos”, de los que sirven, si sabemos captar su mensaje y su enseñanza.
Todo empieza por un pedido de una persona anónima – “uno de la multitud” – que le pide a Jesús que intervenga en un problema de herencia.
La respuesta de Jesús no se hace esperar: “¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”
Este episodio, que podía parecer una simple anécdota, en realidad encierra una profunda y revolucionaria enseñanza.
El mismo evangelio de Lucas nos trae otra palabra de Jesús que va en la misma línea, tal vez con mayor fuerza y profundidad: “¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?” (Lc 12, 57).
Jesús nos invita a ser autónomos.
Jesús nos llama a la madurez de la relación con Dios y a crecer hacia la madurez y plenitud de nuestra humanidad.
¡Qué hermoso y extraordinario!
A la largo de la historia hemos usado a Dios – consciente e inconscientemente – para justificar nuestra comodidad, superficialidad y falta de compromiso. Hemos reducido al Misterio a nuestros criterios y a nuestras ambiciones humanas.
Todavía en muchos casos seguimos con este pobre estilo: en nuestro problemas y dificultades nos dirigimos a Dios con actitud infantil, intentando convencerlo de la bondad y necesidad de nuestras peticiones y cayendo en una triste manipulación.
Pero Dios no se amolda a nuestros esquemas y no se deja manipular: “mis caminos no son sus caminos y mis pensamientos no son sus pensamientos”, nos recuerda el profeta Isaías (55, 8).
Jesús nos invita, una y otra vez, a la madurez y a la autonomía.
Jesús nos invita a descubrirnos en nuestra esencia de hijos de Dios, a conectar con nuestro valor, capacidad, belleza.
¡Son capaces!, ¡Ustedes pueden!, nos dice Jesús.
Todo esto, obviamente, tiene que ver con la visión mística y no-dual de Jesús y de todos los místicos.
Hasta que seguimos en la creencia de un Dios exterior y separado, caeremos una y otra vez en este estilo infantil, cómodo y miedoso de vivir la religiosidad.
En el momento que caemos en la cuenta de la esencia no-dual de lo real, todo se trasforma y captaremos la profundidad y belleza de las palabras de Jesús.
Descubriendo la profunda unidad que nos habita y que somos, percibiremos que la acción del Espíritu no proviene desde afuera, sino actúa en perfecta sinergia desde dentro.
Por eso Maestro Eckhart pudo decir: “mi fondo y el fondo de Dios es uno mismo y único fondo”.
No hay un Dios exterior y separado. Dios es la raíz vital de todo lo que es.
Conectando con nuestro ser, conectamos también con Dios.
Siendo fiel a nosotros mismos, seremos fieles a Dios.
Entonces comprenderemos también las tajante invitación de Jesús: “la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”.
La riqueza no puede estar en el exterior, en lo que cambia y pasa.
Nuestra riqueza eterna e imperturbable es nuestra propia esencia, es lo que somos. Es nuestra identidad de “hijos de Dios”.
Viviendo desde esta percepción, ya no tendremos necesidad de aferrarnos o apegarnos a nada: dinero, bienes, afectos, doctrinas, proyectos, ideas.
Viviremos todo como un regalo para desplegar y manifestar nuestra esencia: la vida divina que somos y que nos habita.
Seremos verdaderamente ricos.
Ricos de nuestra esencia reconocida y amada.
Ricos de la Presencia de Dios.
Ricos de la Paz y del Amor que solo Dios puede ofrecer.
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