viernes, 5 de agosto de 2022

Lucas 12, 32-48

 

 

Allí donde tengan su tesoro, tendrán también su corazón” (12, 34): en esta sentencia que el evangelio hoy nos regala, podríamos resumir también el camino espiritual y nuestra aventura humana.

¿Cuál es mi tesoro?

Es importante descubrirlo y nombrarlo.

¿Cómo hacer?

Escuchando el corazón. Desde siempre la sabiduría de todas las latitudes nos enseña a escuchar el corazón. Lo que nos mueve es esencialmente nuestra afectividad. Estamos hechos con “el molde del amor”. Estamos hechos para sentir, amar y ser amados. Lo que nos mueve es el “corazón”, más que la razón, aunque siempre actúan en profunda sinergia y comunión.

¿Dónde va tu corazón?

¿Qué es lo que amas?

¿Qué es lo que te hace sentir pleno?

Ahí posiblemente estará tu tesoro.

 

Sin duda tenemos “muchos tesoros”, pero es fundamental aprender a distinguir y a discernir.

Si consideramos el nivel terrenal y más superficial de la existencia los “tesoros” son muchos: la familia, los afectos, los amigos, los lugares, los recuerdos, algunos acontecimientos o experiencias.

Si consideramos el nivel más profundo, caeremos en la cuenta de que solo hay “un tesoro”: nuestra identidad, lo que somos.

Tal vez el camino de aprendizaje y crecimiento espiritual tiene que llevarnos a vivir “los tesorosdesdeEl Tesoro”.

Los tesoros “terrenales”, en su manifestación y como revelación de la luz divina, son transitorios y pasajeros.

Si nos aferramos a la manifestación como si fuera la esencia, el sufrimiento lo tenemos asegurado, así como la tristeza y la angustia.

Si vivimos y valoramos los tesoros “por lo que son”, ellos nos llevarán directo al Sólo Tesoro, lugar de plenitud y de la Paz.

¿Qué son, entonces, los tesoros?

Como ya dijimos: son manifestación pasajera del Tesoro Eterno.

Su rol es revelar la luz divina y llevarnos a ese Único Tesoro.

 

Una de las claves para comprender este misterio es, sin duda, la atención.

Para muchos maestros la atención es la virtud esencial del camino espiritual.

También para Jesús.

No acaso, la parábola que Jesús relata a continuación se centra en eso.

Estén preparados, ceñidos y con las lámparas encendidas” (12, 35).

Desarrollar la atención espiritual nos permite ver más en profundidad, nos abre la visión del “tercer ojo”.

La atención espiritual va más allá de una simple atención mental, de la simple concentración.

Es la atención de la consciencia que observa sin juicios, sin apuro, sin expectativas. Es la atención pura y abierta de la presencia.

Es la atención que nos permite atravesar la materia, lo superficial, lo emocional y nos conecta con la misma luz: vemos lo que los ojos no pueden ver; vemos lo que la mente no puede ver.

Vemos desde el alma, desde el corazón.

Esta maravillosa visión es la visión de la mística. Todos estamos llamados a esta visión.

Una visión que se aprende y ejercita desde la atención consciente.

El esfuerzo vale el tremendo gozo.

Empezaremos a ver chispas de luz por doquier.

Viviremos en el éxtasis de Dios. Seremos su perfecta alegría.

 

 

 

 

 

 

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