“Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”: comienza así nuestro texto de hoy. Comienza con esta pregunta clara y directa.
Jesús, como solía hacer, no responde directamente.
Responde invitando a entrar por la “puerta estrecha”.
¿Qué es esta famosa “puerta estrecha”?
A lo largo de la historia se interpretó esta puerta como el camino de las virtudes, de las dificultades que hay que asumir, como la puerta del esfuerzo y del compromiso.
En definitiva, era una puerta esencialmente “moral”.
Me parece más acorde, profunda y actual otra visión.
La “puerta estrecha” es la puerta de la vida.
La salvación no es un problema teórico que se reduce a conceptos y doctrinas; esta visión reducida y parcial es la que llevó al grave problema de la desconexión entre fe y vida.
Los ejemplos – hasta clamorosos – son evidentes: desde dictadores y mafiosos que comulgan tranquilamente los domingos y asesinan gente entre semana, hasta la enorme dificultad de tantos cristianos para aterrizar la experiencia de Dios a lo cotidiano y concreto de todos los días.
A menudo esta concepción teórica de la salvación ha servido para tranquilizar y narcotizar las consciencias; actualmente “hace agua por todas partes” y no es sostenible.
Hay que volver al enfoque de Jesús, hay que volver a la experiencia de Jesús y del evangelio.
La salvación es una experiencia profundamente ligada a la vida.
Es urgente recuperar esta visión integral de la salvación.
Jesús mismo, en el evangelio de Juan, se define “la puerta”. Y el mismo evangelio de Juan asocia claramente Dios con la Vida.
“Yo he venido para que tengan vida”, afirma Jesús (Jn 10, 10).
Dios es Vida y no puede haber experiencia de salvación “afuera” de la vida.
¿No será que la experiencia de la salvación es la experiencia más profunda de la vida y del vivir?
A esta pregunta hay que responder, sin duda, afirmativamente.
Y no es un dato menor que todas las religiones y tradiciones espirituales de la humanidad coincidan en este punto.
Alinearse con la vida, “ser uno” con la vida: ahí la experiencia radical de la salvación.
Comprendemos así que la salvación no es un evento futuro, no es algo que hay que conquistar o merecer.
Ya somos salvados: hay que descubrirlo y vivirlo. Acá radica, a mi parecer, la comprensión más profunda de la resurrección.
La resurrección nos viene a decir que la Vida lo es todo, que nuestra existencia está aconteciendo “adentro” mismo del Misterio de Dios, come había visto también San Pablo: “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17, 28). La resurrección nos viene a decir que el Amor no puede morir y que ese Amor es lo que somos, nos sostiene y nos engendra a cada instante.
¿Qué es entonces esta puerta estrecha?
¿Por qué esta puerta es angosta?
La estrechez y angostura indican nuestra dificultad para alinearnos con la vida. Es nuestra rebelión frente a la vida. Es la creencia absurda que sabemos mejor que Dios lo que necesitamos y que la vida tiene que seguir nuestros criterios.
En realidad, para ser más exacto, esta puerta es un filo de navaja, es un punto: el punto del momento presente, del “aquí y el ahora”.
¿Dónde se manifiesta la Vida?
¿Dónde se vive?
En este momento, en el “aquí y el ahora”.
La Vida es siempre aquí, la Vida es siempre ahora.
Dios es siempre aquí, Dios es siempre ahora.
Se nos revela el Misterio: la eternidad presente en el tiempo, Dios “aquí y ahora”.
Decía un maestro: “Si Dios no lo encuentras aquí y ahora, ¿dónde esperas encontrarlo?”
Esta es la experiencia maravillosa, extraordinaria y plena de la salvación.
Viviendo la vida ya estamos en Dios, ya estamos en la eternidad.
Es la mente que nos tiene atrapados y anclados al pasado, al futuro y a todas las heridas emocionales que nos alejan del Presente.
La puerta estrecha nos invita a salir de la compulsión mental, para vivir en plenitud.
Acá radica el secreto.
Decir que “si” a la vida, a todo lo que nos ofrece, aquí y ahora. Vivir desde la consciencia, la paz y el amor.
Descubriremos que ya somos lo que buscamos.
Somos Vida, Uno con el Misterio. Salvados. Plenos.
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