El texto evangélico de hoy termina con una de las sentencias más famosas y repetidas: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” (15, 21).
Para comprenderla en profundidad, y desde nuestra lectura mística y no-dual, es importante comprender el contexto.
Unos fariseos se acercan a Jesús para hacerle una pregunta. Recordemos que Jesús también era fariseo y que los debates entre rabinos, sobre la interpretación de la Escritura, eran muy frecuentes y normales. Lo que no parece tan normal es la “intención”: Mateo nos dice que estos fariseos quieren “sorprender a Jesús”; su pregunta será una “pregunta trampa”, para que Jesús tome partido y tengan una oportunidad para acusarlo.
Esta anotación de Mateo puede pasar desapercibida, pero es clave.
¿Cuál es nuestra intención cuando debatimos con alguien o preguntamos?
¿Es la búsqueda sincera y libre de la verdad o una forma para reafirmar nuestro ego y nuestras posturas?
Los problemas de relaciones y los conflictos nacen justamente de esta confusión, inconsciencia y, a menudo, deshonestidad.
Muchas veces nuestros diálogos están viciados por el ego: no queremos descubrir la verdad, no queremos el bien del otro; lo que queremos, es reafirmar nuestras razones y nuestras opiniones.
El sistema político mundial actual está fallando clamorosamente, entre otras cosas, por esta falta de consciencia y de honestidad general. “Gobiernos” y “oposiciones” carecen de honestidad: cada cual busca reafirmar su visión y su postura y el bien real de la gente queda en segundo plano. El problema es que todo esto responde a mecanismos inconscientes de nuestra mente y que solo un camino de crecimiento espiritual podrá desenmascarar. Por eso no estaría mal que todos los que trabajan en política y todos lo que tengan un rol de responsabilidad en cualquier nivel – incluido en los niveles institucionales de la iglesia – tengan un serio acompañamiento psicológico. Esto evitaría también – así lo creo – que tengamos políticos con serias patologías mentales.
Más grave aún es, obviamente, cuando la búsqueda del poder es intencionada y cuando el ego domina sin ningún control.
La clave está, como siempre, en crecer en consciencia y en honestidad con uno mismo.
Por eso que Jesús es muy tajante: “Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa?” (22, 18).
La condena de la hipocresía es una constante en las enseñanzas de Jesús: él sabe que no hay crecimiento y despertar espiritual hasta que no desterremos la hipocresía.
Jesús no cae en la trampa de la pregunta. La honestidad del maestro es impecable y su perspicacia tan profunda que se da cuenta de la mala intención de sus interlocutores.
La respuesta de Jesús es genial: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios.”
Jesús no responde directamente, sino que pone al descubierto la manera de operar del ego. Podemos ver esta respuesta de Jesús también como un “koan”. El koan es un acertijo que los maestros zen entregan a sus discípulos para que lo resuelvan. En realidad, el koan no tiene una solución mental y su función consiste justamente en “romper” la manera egoica y racionalista de funcionar de la mente, para que pueda ver de otra manera. La solución intuitiva del koan, lleva al despertar de consciencia.
Es lo que hace la respuesta de Jesús. “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”, quiere llevarnos a otro nivel de consciencia, a ver la realidad desde un lugar más profundo, más integral, más unitario.
Si el “César” representa a nuestro mundo material, pragmático y cotidiano, “Dios” representa el mundo espiritual, eterno, trascendente. Jesús nos viene a decir: no separen lo que está unido. No hay dos mundos; hay un solo mundo y una sola realidad. La realidad es Una, justamente, y no puede haber “dos realidades”. Esta realidad Una, se revela y manifiesta en todo. Cada manifestación es manifestación de lo mismo, pero tiene sus reglas propias: pagar el impuesto no va en contra del servicio a Dios y servir a Dios no tiene por qué llevarnos a no pagar el impuesto.
Si actuamos desde el nivel de consciencia de unidad, de honestidad y de servicio amoroso, todo lo viviremos en armonía y como camino de crecimiento. Todo lo que hagamos, en cualquier campo, estará al servicio del amor, de la luz y de la alegría: desde lavar los platos, hasta las oraciones más excelsas, desde construir un hospital hasta el estar involucrados en política, desde la denuncia de las injusticias sociales hasta el compartir la mesa con amigos.
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