martes, 11 de agosto de 2015

¿Dueña o Madre?


Sin duda, unos de los aspectos esenciales de la Iglesia es su maternidad. La Iglesia Madre. ¡Qué linda imagen para expresar su identidad y su misión!
Más allá de que siempre a lo largo de su historia supo vivir, sobretodo a través de la santidad de sus hijos, este hermoso don, no podemos negar que en otras ocasiones la Iglesia se volvió más dueña que madre.
Todavía siguen algunos rasgos de esta enfermedad en camino de curación. Para acelerar esta sanación va este pequeño aporte.

La Iglesia que veo es Madre serena. 
Iglesia que simplemente engendra, alienta y deja vivir.
Una Iglesia que sabe acompañar desde la oración silenciosa, desde el último rincón de la cocina, donde queda el último plato por lavar.
Una Iglesia que no juzgue más. A ninguno, por ningún motivo. Una Iglesia donde se pueda pensar libremente y sin rencores discutir, aceptarse y respetarse.
Veo una Iglesia que me cuida y no me controla. Acompaña mis pasos sin forzarlos. 
Una Iglesia que ya no necesite la Congregación para la Doctrina de la fe.
¿Quién se encuentra con el Amor a través de doctrinas, dogmas y catecismo?
Una Iglesia donde el Derecho canónico se lea solo por curiosidad o como ultimísimo recurso... y siempre acompañando la lectura con una copa de buen vino.
Una Iglesia que deja que sus hijos se equivoquen y está pronta esperando con inmensa ternura para curar las heridas con perfumado aceite.
¿Quién aprende el Amor sin equivocarse?
Una Iglesia que ya no necesite de vestimentas raras para que algunos de sus hijos se sientan especiales o más importantes que los demás.
Una Iglesia donde ya no haya privilegios ni títulos. 
Donde los roles y los servicios fluyan serenos.
Una Iglesia que suelta el poder y no lo justifica con el Evangelio. Donde se mira la inevitable institución casi sorprendidos y sanamente asustados. 
Una Iglesia libre de moralismos insanos que sólo expresan inseguridad, miedos y lejanía del Esposo.
Si sólo está el Esposo ¿por qué tanto miedo?
Una Iglesia que no me diga de antemano lo que está bien y lo que está mal, sino que me acompañe a descubrirlo por mi mismo. 
Una Iglesia donde cada cual pueda expresarse en todo, con libertad y creatividad.
Veo una Iglesia donde siempre es fiesta. 
Donde se sonríe mucho, sin ruido ni tensiones.
Donde vivimos atentos al otro.
Una Iglesia que solo viva el gran don de toda madre: la escucha. 
Solo basta escuchar para que todo funcione.
Veo una Iglesia con menos templos y más casas. Mi casa, tu casa. Cada casa como iglesia.
Una Iglesia que viva del Silencio de la noche del Amor, donde todo fue engendrado.
El Silencio de la Creación, el Silencio de la Cruz. 
Sin Silencio no hay Iglesia. 
Sin Silencio no hay maternidad.
Veo una Iglesia maestra de interioridad, más que preocupada por lo exterior.
Veo una Madre sin prisa, experta en contemplar.
Una Iglesia donde la belleza del culto refleja la belleza de la Vida Una y del corazón de todo ser viviente.
Veo una Iglesia de puertas abiertas, donde cada cual encuentra su sitio: adornado y limpio.
Veo la Iglesia como una fuente de agua cristalina donde todos alivian su sed. Todos, más allá de sus credos y errores.
Una Iglesia con más poesía que tratados, más música que sermones, más flores que cemento. 
Una Iglesia que me enseñe a descubrir la Presencia del Cristo... en un hilo de frágil hierba, en la agonía del moribundo, en cada amanecer. 
Una Iglesia despierta que despierta, reflejo de la Luz que invita a la Luz.
Veo una Madre con la mesa siempre pronta. Invitando al banquete del Amor y de la Vida.



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