sábado, 3 de febrero de 2024

Marcos 1, 29-39

 


 

Nos encontramos hoy frente a un “sumario”: Marcos concentra en pocas frases una “jornada tipo” de Jesús; para no repetir siempre lo mismo, el evangelista nos resume lo que Jesús hacía habitualmente.

Jesús sana, enseña, predica, ora, expulsa demonios.

 

Nos concentramos en este versículo: “Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando” (1, 35).

 

Marcos nos advierte que una costumbre de Jesús, consistía en madrugar para estar solo y orar en silencio y soledad.

 

Jesús hace del silencio, la oración y la soledad algo esencial de su vida y uno de los ejes de su relación con Dios.

 

El cristiano está llamado a entrar en la misma experiencia del maestro. Jesús nos abre su consciencia, para que podamos entrar y vivir desde él, como él, por él: ¡qué hermoso!

Hablar de consciencia – la de Jesús y la nuestra – es hablar del Espíritu y San Pablo ya lo había entendido:

 

el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina” (Rom 8, 26-27).

 

No podemos entender la oración cristiana, sin la referencia al Espíritu.

 

Jesús mismo, en el texto memorable de la samaritana, nos dice: “Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23-24).

 

Dios es Espíritu” y esto significa Misterio, Profundidad, Luz inaccesible. No podemos manipular al Espíritu, no podemos encerrar al Espíritu en dogmas y conceptos. Desde siempre esta fue y es la tentación de la humanidad y de las religiones institucionalizadas: “controlar al Misterio”, maniatarlo, sujetarlo, dirigirlo. La Torre de Babel (Gen 11) es uno de los primeros intentos que nos relata la Escritura.

 

La relación con el Espíritu se establece desde el silencio y por el silencio. Silencio que no es tanto, ausencia de palabras – aunque es esencial reducirlas – sino “ausencia de ego” y quietud mental y emocional.

El Espíritu nos habita, nos sostiene, nos regala nuestra divina identidad, pero, el ruido mental y emocional nos trastorna y nos aliena de nosotros mismos y de esta Presencia luminosa y misteriosa. Necesitamos del silencio y de la soledad para volver a conectar, a redescubrir al Espíritu que nos habita.

Esta es la oración cristiana y me atrevería a decir, la única verdadera oración; porque la oración cristiana es dejar que el Espíritu ore, es entrar en la consciencia de Cristo, es estar vacíos de nosotros mismos para que el Espíritu pueda manifestarse y obrar.

 

Nos dice John Main, fundador de la Comunidad Mundial para la meditación cristiana:

 

El mensaje principal del Nuevo Testamento es que hay solo una oración y esa oración es la oración de Cristo. Es una oración que permanece en nuestros corazones día y noche. Es el manantial de amor que fluye constantemente entre Jesús y su Padre. Es el Espíritu Santo. La tarea más importante de cualquier vida plenamente humana es abrirse a este manantial de amor.

 

Y así lo expresa maestro Eckhart:

 

Si estuviera tan disponible y encontrara Dios tanto espacio en mí como en nuestro Señor Jesucristo, también a mí me inundaría con su plenitud. Porque el Espíritu Santo no puede contenerse de fluir y darse en todo espacio que se le abre y en la medida en que encuentra ese espacio.

 

No hay otra cosa que hacer.

El camino espiritual consiste en crear espacio, silenciarse, vaciarse.

 

Sobre tu silencio, respira el Espíritu.

Sobre tu silencio, actúa el Espíritu.

Sobre tu silencio, ora el Espíritu.

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