sábado, 20 de febrero de 2021

Marcos 1, 12-15

 



 

Según Marcos, después de su bautismo, Jesús empieza a desarrollar su misión y su ministerio.

Antes lo espera una dura experiencia: el desierto y las tentaciones.

El Espíritu “lleva” a Jesús al desierto, nos dice Marcos.

En realidad el término griego original es más fuerte: el Espíritu “arroja” a Jesús al desierto. Es el mismo verbo que en muchos casos los evangelistas usan para explicar los exorcismos de Jesús: el maestro “arroja” a los demonios.

Entre líneas podemos suponer que tal vez Jesús no tenía muchas ganas de ir al desierto y por eso el Espíritu lo “arroja” con fuerza… siempre intentamos evitar el enfrentamiento con nosotros mismos.

Es el Espíritu – esta fuerza interior que nos constituye y sostiene – que lleva a Jesús a vivir una dura experiencia.

Esta es una gran enseñanza para nosotros hoy. En todas nuestras experiencias actúa el Espíritu. Es el Espíritu que nos empuja al desierto y, en muchos casos, nos introduce en experiencias dolorosas.

¿Para qué, nos preguntamos?

Para que aprendamos, para crecer.

Bert Hellinger lo expresa lucidamente: “La vida no te da lo que quieres, sino lo que necesitas para evolucionar. La vida te lastima, te hiere, te atormenta, hasta que dejas tus caprichos y berrinches y agradeces respirar. La vida te oculta los tesoros, hasta que emprendes el viaje, hasta que sales a buscarlos. La vida te niega a Dios, hasta que lo ves en todos y en todo. La vida te acorta, te poda, te quita, te desilusiona, te agrieta, te rompe ... hasta que solo en ti queda AMOR.

La “vida” de Hellinger es el Espíritu…

El camino de purificación es una etapa clave que no podemos saltearnos. Jesús tuvo que pasar por ella y con él todos los maestros, iluminados y santos de la historia.

¿Por qué yo no tendría que pasar por ella?

¿Quién soy yo para pretender que se me ahorre el desierto?

 

Dejemos las quejas y emprendamos el viaje al desierto.

Cuando logramos captar la presencia del Espíritu en todas nuestras experiencias humanas, lograremos un salto de calidad en nuestra vida espiritual.

Todo lo que nos ocurre – también lo que etiquetamos como “mal” – encierra la presencia del Espíritu que quiere llevarnos a la plenitud de la vida y del amor, a la comunión plena con Dios.

Jesús en el desierto se encuentra con Satanás… ¡El Espíritu conduce a Jesús al encuentro con Satanás!

El texto es simbólico y metafórico y solo desde ahí tendremos una comprensión cabal y fecunda del texto.

La referencia al libro del Génesis y a la serpiente que seduce Eva es bastante clara.

Nos preguntamos: ¿Quién puso la serpiente en el Edén?  

El libro de Job es una obra maestra que trata fundamentalmente el tema del mal y en este libro queda muy claro que el tentador – el Satán – está al servicio de Dios.

Todas estas sugerencias nos llevan a la conclusión que el “mal” – lo que etiquetamos como “mal” – tiene una función, juega un papel.

Los místicos definen al mal como el lado oscuro de Dios. Maestro Eckhart llega a decir que Dios se manifiesta tanto en el bien como en el mal.

Estamos en el umbral de uno de los misterios más profundos y oscuros.

Sin duda hay que salir de la interpretación mítica y medieval del mal entendido como un ser autónomo que está frente a Dios. Es un absurdo tanto filosófico, como teológico y espiritual.

Si lográramos “ver” la función del mal en nuestra vida, podremos aprovecharlo para crecer y se transformará en luz.

Volvamos a nuestro texto, iluminados por estas aclaraciones previas y necesarias.

Jesús en el desierto se enfrenta a su lado oscuro, se enfrenta a sus miedos. Hombre verdadero, el maestro de Nazaret comparte todos nuestros limites y nuestros miedos.

El Espíritu sabe que es necesario enfrentarse a nuestra parte oscura, nuestro ego y nuestros miedos. El crecimiento pasa por ahí: es parte del Misterio y la mente humana no llega a desentrañar completamente el sentido y la presencia del mal.

La lucha de Jesús en el desierto es consigo mismo y con las tentaciones que seducen a cada ser humano: el materialismo, el poder, el éxito y la fama (Mt 4, 1-11).

En otras palabras: el ego y la ilusión de que nuestro sentido de identidad dependa de lo exterior.

Jesús sale victorioso del desierto, como Siddharta Gautama salió victorioso del árbol de la iluminación y se transformó en el Buda.

¡No tengamos miedo! Sigamos las huellas de los maestros.

Dejemos que el Espíritu nos conduzca al desierto. Saldremos renovados y capaces de un amor grande, puro y libre.

 

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