sábado, 21 de septiembre de 2024

Marcos 9, 30-37


 


Según el evangelista Marcos, Jesús anunció su pasión tres veces. El texto de hoy recoge el segundo anuncio. En estos anuncios, Marcos quiere mostrarnos el contraste entre la actitud de Jesús y las de los discípulos. Jesús habla de entrega y de servicio y los discípulos, o no entienden, o están preocupados por el dominio y la ambición.

 

Jesús habla de dar la vida y los discípulos “sobre quien era el más grande”.

 

La historia se repite: en la iglesia, en las religiones, en las instituciones, en la sociedad civil, en la política. La historia se repite, porque es la historia del ego y hasta que no desarmemos el ego, la seguiremos repitiendo… y seguiremos no entendiendo el mensaje central de Jesús.

 

La clave está en desarmar el ego.

 

Es la extraordinaria experiencia del Patriarca ortodoxo Atenagoras (1886-1972), famoso por su encuentro con el Papa Pablo VI en Jerusalén el 5 de enero de 1964.

 

Es necesario afrontar la guerra más dura:

la guerra contra sí mismo.

Es necesario llegar a desarmarse.

Yo he luchado en esta guerra durante muchos años.

Es una guerra difícil.

Pero ahora estoy desarmado.

Ya no tengo miedo a nada,

porque el amor arroja fuera al temor.

Estoy desarmado de querer siempre tener la razón y justificarme,

descalificando a los demás.

Ya no soy un guardián nerviosamente crispado

que vive cuidando sus riquezas.

Ahora acojo y participo.

Ya no estoy demasiado aferrado a mis ideas y proyectos.

Si me presentan proyectos mejores,

o aunque no sean mejores,

si son buenos, los acepto sin dificultad.

He renunciado a las comparaciones y ahora ya no tengo miedo.

Cuando no se tiene nada no hay miedo.

Cuando se está desarmado y desposeído de si mismo;

cuando se está abierto a Jesucristo, Dios y hombre,

que hace todas las cosas nuevas,

sucede que Él borra el pasado de pecado y maldad

y nos da un tiempo nuevo donde todo es posible.

 

Desarmar el ego es, entonces, fundamental.

Cuando Jesús nos invita a “renunciar a nosotros mismos”, nos está pidiendo justamente eso. Jesús no nos pide renunciar a lo que somos, a nuestra esencia: ¡sería totalmente absurdo e inhumano! Jesús nos pide renunciar a lo que no-somos: justamente al ego y al ego en su pretensión de identidad.

 

Con distintos énfasis y matices, todas las tradiciones espirituales de la humanidad y todas las religiones consideran que el ego tiene su rol en nuestra experiencia humana, pero necesita ser “desarmado” y trascendido. El gran problema se genera cuando el ego se sale de su rol - ¡muy a menudo lamentablemente! – y entra en “modo usurpador”. El ego es el gran usurpador: nos confunde y nos hace creer que nuestra identidad se reduce a él.

El ego vive de la carencia, del conflicto y de la razón: siempre se siente insatisfecho, le encanta entrar en conflicto y tener la razón; todos mecanismos de defensa que refuerzan su ilusorio sentido de identidad.

Por eso también, el ego vive desde el miedo: miedo a perder lo que tiene o cree tener y miedo a la nada y al vacío.

 

Jesús, con su extraordinaria finura psicológica y espiritual, conoce todos estos mecanismos. Y, sobre todo, Jesús tiene experiencia personal propia y directa, de que nuestra verdadera identidad no tiene nada que ver con el ego.

Jesús vio, Jesús sabe, que nuestra esencia es divina, que somos amor, que somos luz, que somos reflejo bellísimo del “darse de Dios.” Tu eres el “darse de Dios”.

Jesús sabe que una vida plena y realizada surge de la vivencia de la entrega, del amor, de darse… porque es vivir desde lo que somos.

Para llegar a eso, el camino es “desarmarse”, como nos recordaba Atenagoras.

El camino de crecimiento humano y de desarrollo espiritual es un camino a dos puntas: por un lado, el desarme y por el otro la entrega. En otros términos: purificación e iluminación, ascesis y mística.

Jesús nos sigue preguntando: “¿De qué hablaban en el camino?” (9, 33).

 

¿De que hablamos? ¿Cuáles son nuestros intereses? ¿Cuáles nuestras búsquedas? ¿En qué invertimos nuestro tiempo?

 

Son preguntas que, si respondemos con sinceridad y lucidez, nos pueden dar pistas para ver a que punto estamos en nuestro “desarme” del ego.

 

Tenemos criterios claves para discernir:

 

Cuando estamos inquietos, en conflicto, ambiciosos, consumistas, con miedo… es el ego que está en acción.

 

Cuando estamos en paz, cuando vivimos desde la confianza, cuando entregamos la vida desde lo humilde y lo cotidiano, cuando evadimos honores y aplausos… es el espíritu que está en acción…y estamos viviendo desde nuestra verdadera identidad.

 

Desármanos, Señor.

Desarma, por fin, nuestra estupidez.

Desarma nuestro afán compulsivo de gloria, de placer, de éxito.

Desármanos, una y otra vez.

Desármanos, para que vivamos desde tu Espíritu, desde la confianza, desde la Luz que somos y que nos habita.

Desármanos, para que seamos revelación de la paz de Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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