En este último domingo del tiempo ordinario, celebramos la fiesta de Jesucristo Rey del Universo y la liturgia nos presenta un extracto del proceso a Jesús, en el evangelio de Juan. En este texto se da una tensión dinámica entre la realeza y la verdad.
Según Juan, Jesús es rey y vino a dar testimonio de la verdad.
¿Cómo comprender el texto?
La filosofía nos dice que los trascendentales del Ser son cuatro: unidad, verdad, bondad y belleza.
Trascendentales: que nos superan y que conforman la realidad de una forma inherente, universal y esencial. Son propiedades del Ser que se reflejan en toda la realidad.
¿Por qué es importante comprender esto?
Para evitar caer en la incoherencia y estupidez de creer, por ejemplo, que “yo tengo la verdad”. Es nuestro tema.
La creencia de poseer la verdad es, tal vez, la causa principal de los conflictos entre las personas, los pueblos y las religiones.
La verdad no se puede poseer, como no se pueden poseer la unidad, la bondad y la belleza.
Es al revés: la verdad, la unidad, la bondad y la belleza te poseen a ti; te conforman, te sostienen, te definen en tu esencia y más allá de ti.
Nosotros, como seres humanos, estamos participando de la Verdad, la Unidad, la Bondad y la Belleza y estamos participando desde nuestras limitaciones y nuestra finitud.
Son como el trasfondo de la existencia, el telón de fondo que, paradójicamente, nos supera completamente por un lado y nos sostiene y define, por el otro.
Cuando el evangelio nos dice que Jesús es rey y es la verdad, ¿Cómo debemos entenderlo?
Entenderlo desde lo mental es un error, error que nos llevó al dogmatismo y fanatismo.
Debemos hacer el esfuerzo, y pedir la gracia, de entender desde el Espíritu.
¿Cómo una mente humana, tan limitada, condicionada, herida, puede encerrar “La Verdad” en un lenguaje y unos conceptos?
Lo mismo ocurre con La Bondad, La Unidad, La Belleza.
Seamos humildes y abrámonos sin miedo al Espíritu.
Jesús es rey porque es dueño de sí mismo: superó las ataduras del ego y de las emociones. Jesús llega a tal punto de libertad y de entrega, que ya trascendió el miedo y puede amar hasta el final: “Nadie me quita la vida, sino que la doy por mí mismo” (Jn 10, 18). Jesús es rey, porque nos abrió el camino y nos libera.
Jesús es la verdad en el sentido de la fidelidad a sí mismo y a su misión. Por eso dice: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (18, 37).
¿Cómo dar testimonio de la verdad?
Siendo verdaderos. Siendo fieles a nosotros mismos. Siendo coherentes. Siendo el amor que somos y que estamos llamados a ser.
Jesús es fiel y coherente hasta el fondo de su ser: por eso “La Verdad” puede brillar en su vida, en sus gestos, en su entrega.
Entonces comprendemos cabalmente la extraordinaria conexión que el evangelista hace entre realeza y verdad.
Jesús es rey y es verdad, porque deja que La Verdad, La Bondad, La Unidad, La Belleza, resplandezcan a través de su humanidad y su transparencia.
El Misterio de Dios – Verdad, Bondad, Unidad, Belleza – Uno y Único, resplandece en cada cual de manera distinta, tomando el color de la cultura, las religiones y todo lo demás.
Abrámonos al Misterio sin miedo. Dejemos atrás la compulsividad mental de querer poseerlo y manipularlo.
El Misterio divino, en su Verdad, Bondad, Unidad y Belleza, no necesita tampoco ser defendido ni conservado por nuestras doctrinas y conceptos. Se defiende solo.
Como dice muy bellamente esta cita que se atribuye a San Agustín pero que, en realidad, parece ser del pastor evangélico Charles Haddon Spurgeon: “La Verdad es como un león. No tienes que defenderla. Déjala suelta. Se defenderá sola.”
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