sábado, 28 de junio de 2025

Lucas 9, 51-62


 


El evangelio – lo hemos repetido muchas veces – no es una biografía de Jesús, ni tampoco un libro de historia. El evangelio es experiencia de fe, anuncio apasionado, vida nueva compartida.

 

Si nos quedamos en lo literal, nos veremos atrapados en un mensaje casi incomprensible, hasta absurdo o, paradójicamente, anti-evangélico.

Pablo, en su genialidad, ya lo había visto: “la letra mata, pero el Espíritu da vida” (2 Cor 3, 6).

Por ser “fiel a la letra”, la historia de la iglesia está salpicada de páginas negras.

 

Todavía nos cuesta mucho “salir de la letra” y escuchar al “Espíritu”: la letra nos da seguridad, nos ahorra el esfuerzo de la comprensión y nos instala en una cómoda exterioridad que narcotiza la consciencia; cumplimos con reglas, ritos y doctrinas sin darnos cuenta que, en muchos casos, nos alejamos del amor y de la esencia del mensaje.

 

Escuchar al Espíritu nos cuestiona y nos compromete mucho más. Escuchar al Espíritu nos desinstala y nos mueve.

Escuchar al Espíritu es mucho más exigente que cumplir con preceptos.

 

Lucas lo sabe y por eso, en nuestro texto, pone en los labios de Jesús expresiones exageradas que, si no captamos el mensaje que se esconde detrás, nos pueden confundir o pueden aplastar nuestro entusiasmo o compromiso.

 

Y dijo a otro: «Sígueme». El respondió: «Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre». Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú ve a anunciar el Reino de Dios” (9, 59-60): tomar esta invitación en sentido literal, iría en contra del mandamiento de honrar el padre y la madre y del respeto, en general, por la persona. Además, va en contra del sentido común y de la realidad: la gran mayoría de los hijos de este mundo, va a estar presente en el entierro de sus padres. ¿No es un acto de respeto y de amor? ¿No es un acto de agradecimiento? Enterrar a los muertos es también una de las siete obras de misericordia corporal que la tradición de la iglesia promueve.

 

Podemos leer también la expresión “deja que los muertos entierren a sus muertos” en clave metafórica – clave que confirma la importancia de salir de lo literal – y en este caso se referiría a las personas espiritualmente muertas o a los no creyentes: no pierdan tiempo con ellos y preocúpense de su fe y su camino.

 

¿Qué nos quiere decir Lucas?

 

Lucas quiere darnos un mensaje de radicalidad. Lo explicitará un poco más adelante en la famosa fórmula: “Busquen más bien el Reino de Dios, y lo demás se les dará por añadidura” (12, 31).

 

La radicalidad va de la mano con la interioridad y por eso es tan difícil de evaluar. Cada cual tiene que hacer su proceso de honestidad consigo mismo.

 

La radicalidad del amor surge desde dentro y se manifiesta “afuera” de formas distintas o diversas.

 

La radicalidad del amor puede tomar senderos hasta opuestos, dependiendo de la situación única y concreta en la cual nos encontramos. No hay una regla fija. Por eso es esencial, la escucha del Espíritu. Por eso es esencial, también, aprender a vivir en la incertidumbre.

Es otra de las expresiones contundentes y paradójicas que Lucas pone en boca de Jesús en nuestro texto: “Los zorros tienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (9, 58).

 

Sabemos que, histórica y concretamente, Jesús tenía varios lugares donde “reclinar la cabeza”, donde habitar y descansar. La casa de la suegra de Pedro en Cafarnaúm, la casa de sus amigos Marta, María y Lázaro en Betania, por ejemplo. Sin decir, demasiado obvio, la casa de su madre… ¡supongo que María recibía a Jesús en su casa!

 

Otra vez: ¿Qué nos quiere decir Lucas?

 

El camino de Jesús y del cristiano, es el camino de la confianza en la incertidumbre. Es el camino que hunde sus raíces en lo invisible, es el camino de un amor totalmente abierto y disponible.

 

¡Aprender a vivir sin certezas fijas!

¡Aprender a vivir el presente desde la confianza!

 

Eso es radicalidad. Siempre en camino, siempre aprendiendo, siempre discerniendo, siempre abiertos.

Eso es vivir, esa es la vida. La vida es así.

 

Es la radicalidad de quien sabe que estamos en el exilio, peregrinos de lo eterno, y que nuestro verdadero Hogar se encuentra oculto detrás de lo frágil y lo pasajero.

Es la radicalidad de quien busca y encuentra la vida dentro de la muerte, la luz dentro de la oscuridad, la alegría dentro del dolor.

Es la radicalidad de quien vive desde al amor a pesar de todo.

Es la radicalidad de quien, desde ya, respira lo eterno en la fugacidad del tiempo.

 

 

 

 

 

 

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