sábado, 25 de octubre de 2025

Lucas 18, 9-14

 



Jesús, hombre despierto, se dio cuenta mucho antes que Jung del fenómeno inconsciente de la proyección.

 

El despertar de consciencia y la capacidad de vivir en conexión con nuestra raíz divina, nos permite vivir sabia y armónicamente también desde nuestra mente y nuestro cuerpo.

Es lo que le pasó a Jesús, a los místicos y a todas las personas que se comprometen en el camino espiritual o, dicho de otra forma, van en profundidad, porque, como decía el teólogo Paul Tillich: “Quien conoce las profundidades conoce a Dios”.

 

Jesús, sin ser técnicamente psicólogo y sin usar los términos de la psicología moderna, descubrió este fenómeno humano de la proyección y nos lo reveló, desde una perspectiva espiritual, a través de la parábola reflejada en nuestro texto.

 

Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano” (18, 10): a Lucas le encanta sorprendernos y mostrarnos el revés de lo que aparece a primera vista. Nos esperaríamos aplausos para el justo fariseo y condena para el publicano pecador: y ocurre al revés. Lucas, lo sabemos, tiene sensibilidad y preferencia para los pobres, los pecadores, los marginados, los samaritanos y los “herejes”: ¡me encanta este Lucas!

 

La clave de la parábola nos la da el mismo Lucas al comienzo del texto: ¿Para qué Jesús cuenta esta parábola?

 

Para “algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás” (18, 9).

 

El fariseo de la parábola “se cree justo” y por eso desprecia al publicano. El fariseo proyecta su sombra en el publicano. La creencia de ser justo y el anhelo hacia el “yo ideal”, le impide ver que todo lo que condena y desprecia en el publicano, también habita en su interior. El fariseo no logra ver su sombra y por eso la proyecta afuera.

 

¿Por qué no la puede ver?

 

Porque, entre otras cosas, es muy cumplidor. Cumple con todas las reglas y preceptos. Es la gran trampa de las religiones. Necesitamos mucha lucidez para evadir la trampa.

 

Los cristianos caímos y podemos caer en esta trampa, por ejemplo, con el precepto de la Misa dominical, la fidelidad a las normas morales de la iglesia, cumplir con las oraciones de la mañana y de la tarde…. Cuando cumplimos, podemos creer que somos justos, que merecemos una recompensa, que hemos alcanzado el “yo ideal”. Y, lo peor, juzgamos a aquellos que no cumplen como nosotros.

La historia está repleta de ejemplos y no me detendré en ellos.

 

Si nos cuestionamos sinceramente a través de algunas preguntas, podemos despertar y crecer en lucidez:

 

¿Quién es “justo”?

¿Qué significa ser “justo”?

¿De dónde viene el desprecio hacia el otro?

¿Por qué no puedo/no quiero, ver mi propia sombra?

 

En estos días, leí un comentario de un sacerdote en las redes sociales, despreciando al islam. Aluciné. Y me dio mucha tristeza.

 

Creer que “ser cristiano” se reduce sola o simplemente al cumplimiento de ritos y normas y al asentimiento mental a doctrinas, nos lleva lejos del evangelio. Muy lejos. Lejos del mensaje de Jesús, lejos de su corazón… un corazón, por otra parte, siempre abierto a recibirnos.

 

Jesús vino a darnos vida, no a juzgar.

Jesús vino a dar dignidad, no a despreciar.

Jesús vino a revelarnos el amor universal de Dios, no a crear una secta.

Jesús vino a unir, no a separar.

 

El criterio clave es el amor y el amor concreto para todos.

 

¿Por qué olvidamos con tanta facilidad la parábola del “juicio final” de Mateo (25, 31-46)?

Los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?. Y el Rey les responderá: Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo” (Mt 25, 37-40).

 

La olvidamos – perdón lo tajante – porque es mucho más fácil cumplir con los ritos y “rezar el Credo”, que amar al hermano.

La olvidamos, porque es mucho más fácil juzgar al otro, que reconocer nuestra sombra.

 

La parábola del fariseo y del publicano es dura: nos hace la verdad. Duele. Pero es necesaria y Jesús lo sabe.

Jesús es profundamente honesto y quiere llevarnos a esta honestidad de fondo.

Sin duda Jesús amaba también a los fariseos que se creían justos y por los cuales contó la parábola. Se la contó para despertarlos. Es el rol de los verdaderos maestros: decirnos lo que no queremos oír.

Podemos también resumir el mensaje de esta parábola en la famosa sentencia de Jesús: “¿Por qué miras la paja que hay en el ojo de tu hermano y no ves la viga que está en el tuyo?” (Lc 6, 41).

 

Esta parábola a mí también me duele, porque me advierte de las veces que fui o soy hipócrita. Me advierte de estar atento a no despreciar a nadie y a conectar con mi propia sombra, antes de verla en los demás.

 

Gracias Jesús. Gracias Lucas.

Quiero ser honesto, integro, lucido. Quiero amar a todos, sin despreciar a nadie. No quiero creerme justo, porque solo Tú, Infinito Dios, eres justo y tu justicia es misericordia. Amén.

 


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