sábado, 13 de octubre de 2018

Marcos 10, 17-30


El texto de hoy es muy conocido y muy utilizado en ámbito vocacional. Se conoce como el texto del “joven rico”, aunque en realidad no sabemos si era joven. Era un ser humano y esto alcanza para que este texto hable a cada uno de nosotros y en este ser humano nos podamos reflejar. Este encuentro marcó sin duda la vida de las primeras comunidad: los tres evangelios sinópticos lo relatan y lo transmiten.

Este hombre pregunta al maestro: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?”(10, 17).
Es la pregunta que todo ser humano tiene implicita en su corazón y que solo en ocasiones logramos sacarla a luz. Es la pregunta sobre la salvación, la plenitud de la vida, sobre la muerte, sobre el dolor y la alegría. En una pregunta todo esto.
El hombre anonimo del evangelio preguntó desde las profundidades de su corazón inquieto.
¿Qué responde Jesús?
La respuesta de Jesús nos descoloca y nos sorprende. En realidad no responde, sino provoca un acercamiento más profundo del hombre consigo mismo.
Jesús le muestra que antes del hacer, está el ser, está la visión. “Solo Dios es bueno.” Sin el descubrimiento de la Bondad original, sin haber visto el Amor innombrable que todo sostiene, nuestro hacer se convierte en cumplir, en forma, en exterioridad. Descubrir el Amor que palpita en el corazón de la realidad es el paso previo e imprescindible a todo hacer.
La respuesta de Jesús: “solo Dios es bueno” abre también una puerta interesante sobre el tema de la conciencia y la identidad de Jesús.
¿Cómo se percibe Jesús en relación a este Dios que solo es bueno?
¿Cómo percibe a la divinidad misma?
Si no nos conformamos con las respuestas hechas y preconfeccionadas entraremos en una aventura hermosa y única. Entraremos en el mundo de la mística, que es el mundo de la experiencia directa, del “tocar” y del “ver”.

Jesús invita al hombre a observar los mandamientos, que en aquel tiempo, reflejaban el ideal de perfección del judío. El hombre cumple perfectamente.
Acá el gran problema. Problema siempre actual: entender la relación con Dios como un cumplir. Como iglesia hemos tropezado muchas veces con esta piedra: hemos creado un montón de reglas – rituales y morales – y exigimos cumplimiento. El “cumplir” tiene el efecto mágico y terrible a la vez de tranquilizar y narcotizar la conciencia.
No es necesario repasar la historia para confirmarlo: la triste y muy poco evangelica historia de la hipocresia que cumple con las reglas por un lado y deshumaniza por el otro, generando hasta dolor y terror.
Jesús invita a nuestro hombre sin nombre a dar el paso del Amor. El paso de la ley al Amor es el paso de la esclavitud a la libertad. Es el paso del cumplir a la creatividad, la entrega, la fraternidad.
Jesús mira con amor al personaje evangelico, Jesús nos mira con amor y nos sugiere: “Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” (10, 21).
El hombre, rico, se va.
¿Cómo entender todo eso?
Jesús y el evangelio no condenan la posesión de bienes por sí misma, como tampoco alaban la pobreza por sí misma.
Hay que intentar ver más en profudidad.
En primer lugar nos da una luz la exclamación del maestro: “¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!” (10, 23).
En la visión de Jesús la fraternidad y la comunión vienen antes de la propiedad: la tierra y los bienes son un regalo para todos. Y todos tenemos que disfrutarlos y aprovecharlos para crecer en el amor.
Como dice lucidamente José Antonio Pagola: “Si pudieramos ver el proyecto de Dios con la transparencia con que lo ve Jesús y comprender con una sola mirada el fondo último de la existencia, nos daríamos cuenta de que lo único importante es crear fraternidad.
La riqueza que el evangelio condena es la la riqueza del apego, del consumismo, de la codicia. Es todo lo que nos atrapa el corazón y nos impide crear fraternidad.
Paradojicamente esa riqueza puede ser también la del “cumplir”: un perfeccionismo ritual y moral que nos aleja del verdadero amor que construye fraternidad.
Muchos cristianos hacen del “cumplir” su riqueza y siguen existencialmene alejados de los pobres, los marginados, las injusticias.
Alejados del amor.
Es tajante el evangelio. Es lúcido y nos muestra la verdad de nuestros apegos y egoismos, ocultos y disfrazados.

Por otra parte el evangelio es claro en la condena de la codicia y del acaparramento: una condena actual y terrible en nuestro mundo “en el que el 2% de los habitantes del planeta domina, manda, usa y abusa, no solo de los bienes de la tierra, sino incluso del futuro de la tierra misma. Mientras que los demás aguantamos y callamos, anhelando parecernos a quienes nos están destrozando” (J.M. Castillo).
Condena clara del evangelio en un mundo donde la agricultura, la medicina, la politica ya no se basan en el bien común, sino en la búsqueda de más y más dinero y poder.
Condena clara del evangelio en un mundo donde las multinacionales compran a politicos corruptos y manejan los hilos de los paises y los pobres.
Condena clara del evangelio en un mundo donde el circo del futbol, la pornografia y la venta de armas maneja cantidades disparatadas de dinero y millones de personas sufren el azote de la miseria.
Condena clara del evangelio en un mundo donde sigue la inhumana brecha entre ricos y pobres y donde la hipocresia de pocos condena a muchos a una vida indigna.
Condena que no es juicio. Condena de un sistema muchas veces inhumano y de acciones inhumanas e inconscientes. Nunca condena de personas. Nunca condena de la vida y los vivientes.
Siempre hay una puerta abierta:  “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible”. (10, 27).

El evangelio de hoy nos invita finalmente a otra y necesaria reflexión: la relación entre “libertad” e “igualdad”.
Parece que la historia de la humanidad es la historia del intento de armonizar estas dos dimensiones esenciales del ser humano. Hemos tropezado, hemos crecido. Seguimos equivocandonos y seguimos creciendo.

¿Cómo armonizar estas dos dimensiones?
¿Cómo vivirlas en plenitud?

La historia nos enseña que la sola libertad crea capitalismo y liberalimo, donde el rico y el fuerte desplaza al pobre y al débil.
La historia también enseña que la sola igualdad genera comunismo y totalitarismo, donde unos se creen más iguales que otros (y a menudo más capitalistas que los capitalistas) controlando y oprimiendo las libertades de los demás, generando también una sociedad chata y matando a la creatividad.

Necesitamos un punto externo que armonice y mantenga la polaridad.
Ser libres y ser iguales, a la vez y respetando las diferencias, eso no es posible si semejante utopia no se programa desde los criterios que planteó Jesús y que vivió el propio Jesús. Solo una firme y compartida convicción  de «fe laica» puede ser la raíz y el camino que nos lleve a poder vivir en una sociedad «libre» e «igualitaria». Eso es lo que quiso y propuso Jesús con su vida y su Evangelio. De ahí que convertir el Evangelio en religión, eso es, no solo deformar el Evangelio, sino además distraer y tranquilizar a la gente, para que todo siga como está.” (J.M. Castillo).

No puedo que suscribir, con profunda emoción, estas palabras de Castillo.
Agregaría una cosa. Esencial.
El camino de silencio. Solo el silencio armoniza lo que la mente no puede hacer.
Solo el silencio abraza desde el amor, libertad e igualdad.
Solo el silencio desarma el ego y nos muestra que las dos dimensiones – libertad e igualdad – son las dos caras de lo mismo.

Somos iguales pero distintos. El mismo y único Amor que se manifiesta y expresa de manera distinta: perfecta igualdad, perfecta libertad.






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