sábado, 26 de enero de 2019

Lucas 1, 1-4. 4, 14-21



El Espíritu es el protagonista de nuestro texto…y más aún: ¡de nuestras vidas!
El Espíritu expresa y revela misteriosamente la Presencia invisible y eterna. El Espíritu es otra palabra para expresar el Misterio de Amor que nos envuelve, nos constituye, nos sostiene, nos conforma.
Lo invisible define lo visible, lo no-manifestado se expresa en lo manifestado.
Lo que no vemos es más real de lo que vemos, porque lo que vemos pasa y lo que no vemos es eterno. El Ser que no nace ni muere se revela y manifiesta en lo que nace y muere.
El Espíritu revela el Ser.
Jesús lo sabía y tenía una percepción real y atenta del Espíritu, como en nuestro texto de hoy.
El Espíritu apunta directamente a lo que somos, sin que podamos definirlo, atraparlo, manipularlo. Como nuestra respiración: nos constituye y nos da vida, pero es escurridiza, inaprensible e inaferrable.
Espíritu es otra palabra con la cual decimos: Ser, Amor, Vida, Conciencia, Interioridad.
Jesús se percibe animado y vivificado por ese Espíritu. En el evangelio de Juan se nos regalará el Soplo del Amor desde la cruz… el último Aliento del Maestro es el Espíritu entregado (Jn 19, 30). Es nuestro el Espíritu, es lo que somos. Regalo que se nos revela plenamente en la resurrección:  “Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20, 22).
Los evangelios lo afirman a menudo y San Pablo en sus cartas lo anuncia y proclama a claras letras.
Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre! El mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él” (Rom 8, 14-17).

¡No tengamos miedo a ser lo que somos! ¡No tengamos miedo de nuestra identidad divina!

Hace unos días caminando por la playa intenté estar presente y atento. Intenté callar la mente y mirar desde el silencio. Y pude ver.
Vi una niñita jugando en la arena: en su sonrisa y sus manitos juntando arena pude ver al Espíritu…
Vi una joven pareja caminando de la mano y pude percibir sus sentimientos, su ternura, sus proyectos. Vi al Espíritu.
Vi pescadores recogiendo sus tanzas y pude conectar con su corazón en búsqueda de serenidad y leer sus angustias. Y vi al Espíritu.
Vi jóvenes jugando, corriendo, riendo y en sus movimientos puede apreciar al Espírito moviéndose y amando.
Pude abarcar en una simple y pura mirada todo lo que veía y todo parecía armónico, presente, uno. Todas las personas, las olas del mar, el sol y el viento. Los sentimientos y emociones de cada personas estaban ahí y el Espíritu en ellos, expresándose. Cada movimiento de cada persona, el correr de un perro feliz en el agua, la caminata de la gente, las sillas al sol, el mate servido, cada mirada, palabra, gesto, anhelo, pensamiento. Todo estaba ahí, simple y maravillosamente ahí. Revelando el Espíritu invisible, eterno, amoroso.

El Espíritu del Señor está sobre mí, 
porque me ha consagrado por la unción” (Lc 4, 18).
Lo que Jesús afirma de sí mismo es también nuestro. El Maestro nos revela y nos introduce en nuestra auténtica idendidad: la intimidad invisible del Amor eterno.
Somos esto: Espíritu de Dios manifestandose en nuestra personas y en todo lo que es.
Pero no me creas por favor. Experimentalo tu mismo.
Calla tu mente ruidosa. Suelta los prejuicios. Aquieta tus sentimientos y emociones.
Calla y escucha. Deja que el Silencio te muestre la verdad. Deje que el Silencio te muestre al Cristo viviente e interior que te respira en este preciso momento.

"En la Eternidad éramos; al nacer comenzamos a existir. Existir es ser en el tiempo. Y al morir dejamos de existir, pero no dejamos de ser" (Teilhard de Chardin).


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