sábado, 11 de mayo de 2019

Juan 10, 27-30



Estamos en el cuarto domingo de Pascua, llamado domingo del “Buen Pastor”, a raíz justamente del texto evangélico que se nos propone hoy.
La imagen del Buen Pastor – por cuanto simpática y tierna pueda ser – ya es anacrónica, es decir no habla a nuestro tiempo, no es un lenguaje vivo para el hoy.
Sin duda podemos rescatar dimensiones y aspectos interesantes: un Dios que se preocupa y se interesa por sus hijos, un Dios atento a cada uno, un Dios que es cariño y ternura.

Desde el otro lado es urgente dejar de asociar a Jesús una imagen de Pastor que tenga que ver con el poder y la subordinación de las ovejas. Cosa que, en la Iglesia, fue central y en muchos casos lo sigue siendo. Toda la temática de la jerarquía y del poco espacio e iniciativa que tienen los laicos tiene mucho que ver con todo eso.

También es urgente dejar de asociar la expresión “mis ovejas” con conceptos de separación y grupos: nosotros y los demás, los cristianos y lo no cristianos, los católicos y lo no católicos, los creyentes y lo no creyentes…
La expresión “mis ovejas” hay que leerla desde la experiencia de la Unidad que justamente nuestro texto subraya.

Superando una lectura literal y mítica del relato nos adentramos en la dimensión mística y contemplativa y logramos captar vetas más profundas y actuales de nuestro texto.

Sin duda encontramos el eje de nuestro texto y, en general, de toda la experiencia de Jesús de Nazaret en la expresión: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10, 30).

Cuando logramos callar la mente y simplemente escuchamos se nos regala un vislumbre del significado de esta expresión.
“Escucha” que nuestro texto subraya como una necesidad fundamental: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27).
“Silencio” que es la piedra angular de la escucha.
“Silencio” que es la condición para dejarse hablar por el Misterio.
Cuando silencio y escucha se convierten en nuestro eje vital vislumbramos la asombrosa profundidad de la expresión de Jesús: “Yo y el Padre somos uno”.

La expresión “Padre” pierde la rigidez y el fanatismo personalista que la teología y la espiritualidad le otorgaron a lo largo de los siglos.
Comprendemos que “Padre” es un término religioso y cultural condicionado históricamente que Jesús justamente utilizó para expresar su sentir y su experiencia. 
Comprendemos que “Padre” indica el fondo común de lo real, el Origen y la Fuente, el Misterio sin nombre, el Aliento Vital del Universo, el Ser que todo hace ser, el Espíritu que en todo respira.

Entonces podemos sustituir sin miedo la expresión “Padre” con “Vida”: ahora si, comprendemos con mayor lucidez la misma experiencia de Jesús y entramos, asombrosamente, en su misma experiencia y conciencia.

Yo y la Vida somos uno”: experiencia de Jesús y experiencia nuestra. Experiencia de la realidad, de lo real y de cada cosa. Maravilla única del Amor eterno y presente.
Yo y la Vida somos uno”: experiencia central y radical de todos los místicos de todos los tiempos y de todas las tradiciones espirituales de la humanidad. Cada cual expresándola a su manera y según las coordinadas culturales e históricas.

El cristianismo tiene miedo, la teología tiene miedo: miedo a la perdida del concepto personal de Dios y de la Trinidad.
Miedo inútil y dañino. Con los miedos no se avanza.

Se avanza desde la confianza y el amor.
“Yo y la Vida somos uno”: no quita nada a la concepción personal de la divinidad. Simple y maravillosamente la reinterpreta, la profundiza, la actualiza, la relativiza.

“Yo y la Vida somos uno”: nos abre al verdadero dialogo y a la verdadera comunión. Comunión no mental. La comunión mental – basada en ideas y opiniones – es siempre estrecha, discriminatoria, separatista.

“Yo y la Vida somos uno”: abre a la comunión que se fundamenta en la experiencia, en la eterna juventud y belleza de la Vida.
Ahí nos encontramos con todo y con todos.
Desde ahí cada cual recupera y profundiza su propia identidad, enriquecida y embellecida con el otro y por el otro.

Para eso precisamos una teología de la calma. En la presentación de este librito que escribí me encontré con Ricardo, budista. Conectamos, nos encontramos a un nivel profundo del Ser. Mi ser cristiano se vio enriquecido y su ser budista creo también.

“Yo y la Vida somos uno”: dejémonos vivir por la Vida Una que enamoró a Jesús.
Dejemos que esta Vida corra y fluya por nuestra venas.

Como dice el sacerdote anglicano y poeta Thomas Traherne (1636-1674):
Nunca gozamos debidamente del mundo, hasta que el mismo mar corre por nuestras venas, hasta que el firmamento te viste y te coronan las estrellas.






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