viernes, 1 de noviembre de 2019

Lucas 19, 1-10




Zaqueo es etiquetado por la gente como “pecador”, mientras que Jesús ve en él un “hijo de Abraham”: acá radica la clave esencial del texto de hoy.
“Etiquetar” a personas o situaciones – aunque nos cuesta reconocerlo – es “juzgarlas”. Y, si juzgamos, no estamos amando. Así de simple, así de profundo.

Zaqueo es un hombre rico y su riqueza parece también fruto de una vida deshonesta. Es un cobrador de impuestos a servicio de los romanos y es mal visto por todos.
Pero Zaqueo es mucho más que esto. Ver simplemente esto es no reconocer su esencia, su fuente divina. También Zaqueo es hijo de Abraham. También Zaqueo es hijo de Dios, expresión única y maravillosa de la Vida de Dios en este mundo.
Como todos.
El juicio – las etiquetas – logra tapar y enterrar esta tremenda verdad.

Cuando hablamos de juicio no nos estamos refiriendo solo a su sentido moral o jurídico.
El juicio no es solo moral: bien y mal.
Tampoco solo jurídico: inocente y culpable.

Juicio es toda definición mental que nos separa de la realidad. Juicio es el olvido de la Unidad. En su sentido más amplio y más profundo el juicio es “no-aceptación” de la realidad.
Esto debería ser de otra manera”, “lo que hay en este momento presente no tendría que ser”: frases que continuamente nos repetimos sin ser conscientes de ellas.

Zaqueo es etiquetado como mala persona y pecador: pero nadie le conoce en profundidad, nadie ha vivido su vida, nadie ha transitado su dolor. Y nadie se acerca para verle en su inocencia y su esencia.
¡A menudo no sabemos nada del otro y lo juzgamos con extrema facilidad!
Si ya de por sí es absurdo juzgar, cuanto menos si no conocemos en profundidad al otro.
Juzgamos sin saber la historia de vida del otro, sin conocer su sufrimiento, sus heridas, sus deseos. 
Somos adictos a lo que nos destruye”, decía Dostoyevski y por eso nos cuesta tanto salir de la mente que juzga y del juicio que nos destruye y destruye a los demás.

El juicio cae por sí mismo cuando caemos en la cuenta que “yo en lugar del otro hubiera hecho lo mismo”. Es la clave de comprensión que puede anclarnos en la esencia inocente de la Vida.
En lugar del otro, sería el otro: tendría su familia, su historia de vida, su genética, su educación, sus heridas… y por eso actuaría como el otro. Visto esto, todo juicio cae y solo queda una serena y amorosa aceptación.

En el fondo Zaqueo está buscando a alguien que lo acepte, que no lo juzgue. Algo se mueve en el corazón de Zaqueo. Es el anhelo eterno que nos quiere llevar a una vida plena.
Es el anhelo de cada corazón humano, es el aliento divino que nos empuja desde dentro. Zaqueo escucha este anhelo. Zaqueo se escucha. Y va en busca de Jesús.
Es bajito Zaqueo y se sube a un árbol para ver al Maestro.
Pero Jesús lo ve antes y lo ve en su esencia, despojado de etiquetas y juicios. Jesús siempre ve la inocencia, la belleza de la persona. Por eso puede perdonar, aceptar y guiar a la persona a reconciliarse consigo misma.
Las miradas puras tienen el poder de sanar.
¡Cuan importante y maravilloso es aprender a ver!
Aprender a ver lo profundo, lo real, más allá de las apariencias. Aprender a ver lo esencial, lo eterno, lo sano.
Afirma Eugene Drewermann: “El amor puede iluminar todo el interior del hombre con el calor y la esperanza. Y es posible reconocer en el otro lo que hay en él de origen divino… Yo creo que ese poder lo tiene el amor: el ver al otro en su forma divina
Solo una mirada así nos libera de los juicios; y la mirada la entrenamos desde el silencio interior. Nos daremos cuenta que el silencio está libre de juicio. El silencio es siempre inocente, ve la inocencia y nos hace inocentes.
Personalmente me sorprendo muchas veces “juzgando”: a mí mismo, a las personas, a las situaciones. Cuando me doy cuenta – muchas veces gracias al silencio, a detenerme, a estar atentos a mis sensaciones – la luz de la conciencia disuelve instantáneamente el juicio y sobreviene una gran paz.
Es la paz profunda de la aceptación y del amor incondicional.
El amor incondicional es lo que somos y es la raíz de todo lo que es. Solo existe el Amor: un Amor a menudo no reconocido, no visto, no asumido.

Cuando pasamos de la mente que juzga al corazón que acepta ese mismo Amor aparece, se manifiesta en todo su esplendor y transforma nuestras existencias.

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