sábado, 23 de noviembre de 2019

Lucas 23, 35-43




Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (23, 43): termina así nuestro texto. En esta fiesta de Cristo Rey la liturgia nos presenta el texto de la crucifixión de Jesús para que podamos ver la conexión de la realeza con el hoy de la salvación.
El “hoy” es un concepto teológico característico de Lucas.
Vemos otras dos citas:
Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2, 11)
Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa” (Lc 19, 5).
Para Lucas el acontecimiento Cristo siempre ocurre hoy.
El “hoy” es el aquí y ahora de la salvación, de la plenitud, del “paraíso” que Jesús promete al buen ladrón.
El “hoy” de Lucas es “todo momento” en el cual nos abrimos a la Vida, “todo momento” en el cual nos abrimos a la Palabra, a la Luz, al Amor. Es el “hoy” de la Vida plena, del Presente, de la Presencia.

Las tentaciones de Jesús en la Cruz que se resumen en el “sálvate a ti mismo” (23, 39) reflejan el escandalo que la Cruz significó para las primeras generaciones de cristianos:
¿Cómo es posible que Jesús, el Hijo de Dios, el Mesías, el Enviado, termine así, como un fracasado?

En el fondo es el mismo escandalo de siempre, es la espada de doble filo de la cruz que nunca debemos perder. La Cruz siempre queda ahí como critica a nuestros intentos de manipular el Misterio y como constante quiebre de nuestras imágenes de Dios.

En el contexto del inmenso dolor – físico y psíquico – de la crucifixión, surge de los labios de Jesús una palabra de vida: “hoy estarás conmigo en el Paraíso.”
¡Hoy estás en la Vida plena!
Este es el gran mensaje – tal vez el único – del evangelio. Esta es la Buena Noticia.
Jesús sabe que todo es Vida y se sabe Vida plena: lo vivió durante su caminar por los pueblos de Palestina, predicando, enseñando, perdonando. Lo vivió con sus discípulos y amigos, compartiendo comida, risas y dificultades. Y lo vive ahora, en el inmenso dolor de la cruz.
Jesús se reconoce en nuestra identidad compartida y en nuestra esencia: Vida. Por eso puede confiar y por eso puede entregarse en el amor hasta el final.
Esta fiesta de Cristo Rey entonces es una invitación a descubrirnos en nuestra auténtica naturaleza y en nuestra verdadera identidad.
Somos Vida, más allá de las formas que esa asume momento tras momento.
Sabernos Vida nos hace transitar por la aventura humana desde la paz, la creatividad y la entrega amorosa. Lo que somos está a salvo, lo que somos no se puede perder, de ninguna manera.

Todo esto no quita nada al reconocimiento del inmenso dolor y de las injusticias que todavía azotan a nuestro hermoso mundo.
Más aún: nos hace más responsables, más auténticos en nuestro vivir y actuar para que la Vida que somos se manifieste.
Más allá del sufrimiento, lo que somos se encuentra a salvo. Por eso que lo esencial es descubrirnos en nuestra esencia y vivirnos desde ahí.
Es la única “lucha” realmente válida y necesaria: la lucha para atravesar nuestros miedos y desenterrar la luz que vive en nuestro corazón.
Luchar desde el “ego”, desde lo mental, sirve de muy poco. La historia lo demuestra fehacientemente. Seguimos “gastando pólvora en chimangos”, como dice un refrán de estas tierras. Seguimos despilfarrando energía. Seguimos luchando para cambiar lo exterior – más justicia, igualdad, solidaridad – sin ocuparnos de lo único esencial: conectar con lo que somos, con nuestra identidad más profunda.
Esta lucha está destinada al fracaso y muchos de los acontecimientos geopolíticos actuales lo confirman.
¡Bendecido fracaso que nos puede abrir los ojos!

El camino es otro.
Adquiere la paz interior y miles a tu alrededor encontrarán la salvación”, recuerda Serafín de Sarov.
En otras palabras: descubre la Vida que eres y serás luz para que otros descubran lo mismo y se vivan desde ahí.

Quiero terminar esta reflexión con una famosa oración del Papa Juan XXIII que nos invita a vivir el hoy y a vivir desde el hoy:

 Sólo por hoy
trataré de vivir exclusivamente el día,
sin querer resolver el problema de mi vida todo de una vez.
Sólo por hoy
tendré el máximo cuidado de mi aspecto:
cortés en mis maneras; no criticaré a nadie
y no pretenderé mejorar a nadie,
sino a mí mismo.
Sólo por hoy
seré feliz en la certeza de que he sido creado
para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino en éste también.
Sólo por hoy
me adaptaré a las circunstancias,
sin pretender que las circunstancias
se adapten todas a mis deseos.
Sólo por hoy
dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura,
recordando que, igual que el alimento es necesario para la vida del cuerpo,
así la buena lectura es necesaria para la vida del alma.
Sólo por hoy
haré una buena acción y no lo diré a nadie.
Sólo por hoy haré por lo menos una obra que no deseo hacer
y si me sintiera ofendido en mis sentimientos,
procuraré que nadie se entere.
Sólo por hoy me haré un programa detallado.
Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré.
Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.
Sólo por hoy creeré firmemente
—aunque las circunstancias demuestren lo contrario—
que la buena providencia de Dios se
ocupa de mí como si nadie más existiera en el mundo.
Sólo por hoy no tendré temores.
De manera particular no tendré miedo
de gozar de lo que es bello y de creer en la bondad.


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