sábado, 4 de abril de 2020

Domingo de ramos



Con el domingo de Ramos entramos en la Semana Santa, cuyo centro celebrativo serán los tres días del Triduo Pascual: jueves santo, viernes santo, Vigilia Pascual.
Hemos vivido una Cuaresma especial, diría única, en casi todo el mundo.
Un tiempo de Cuaresma donde la pandemia viral nos ha obligado a un estilo de vida más sobrio, más interior, más lento. También una Cuaresma de mucho dolor por miles de familias que a lo largo del planeta han visto morir a sus seres queridos sin ni siquiera el consuelo de despedirse. Una Cuaresma también muy sacrificada por todo el personal sanitario y por todos aquellos que debido a la pandemia tuvieron que trabajar más, sin descanso y en condiciones difíciles y riesgosas.
Cuaresma: cuarenta días. “Cuarenta” que constituye la misma raíz de “cuarentena”. No es casualidad, por supuesto.
Para el mundo cristiano no es casualidad que nos haya tocado vivir una cuarentena en Cuaresma.
Cuarenta fueron los años del éxodo de Israel en el desierto, cuarenta los días de Jesús también en el desierto.
Más allá del obvio simbolismo del numero bíblico, ¿qué nos quiere decir todo esto?
¿Cuál es el significado de esta Cuaresma/Cuarentena de la humanidad?
Si desentrañamos el significado podremos vivir con más sentido y plenitud esta Semana Santa.

Puedo vislumbrar dos pistas de significado y comprensión.

En primer lugar los cuarenta años en el desierto de Israel, los cuarenta días de Jesús y nuestra Cuaresma/Cuarentena son un tiempo de purificación.
En general la palabra purificación no tiene buena prensa y es mirada con sospecha. En realidad expresa algo maravilloso: el proceso por el cual se saca a luz lo que es puro.
La primera carta de Pedro lo expresa así: “ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo” (1 Pe 1, 6-7).

Este tiempo de Cuaresma y de Cuarentena has sacado a luz y está sacando lo que es puro y valioso. El fuego del Amor quemó muchas de las ilusiones de la humanidad: una economía inhumana, el egoísmo inútil, el deseo de posesión y de control, el ritmo acelerado de la vida, el ruido y la contaminación, la exterioridad de las relaciones. Todo esto se pulverizó al calor del Fuego del Amor.
Y brilló lo mejor, lo que siempre estuvo ahí. Se quedó y se consolidó lo eterno y lo bello.
Brilló la entrega generosa de muchos y la solidaridad. Brilló el clima de unión y fraternidad. Brilló la gana de encontrarse y compartir. Brilló la belleza y la necesidad de interioridad, de silencio y de relaciones humanas verdaderas y profundas.
Todo esto es un camino a seguir obviamente: “¡El que tenga oídos, que oiga!” (Mt 13, 9).
Todo esto puede ser ocasión y oportunidad de crecimiento y desarrollo si lo sabemos ver, asumir y aprovechar, tanto a nivel individual como colectivo.
Qué no nos pase como a los discipulos de Jesús – en ocasión de la multiplicación de los panes – que tuvieron que escuchar su duro reproche: “¿Todavía no comprenden ni entienden? Ustedes tienen la mente enceguecida. Tienen ojos y no ven, oídos y no oyen” (Mc 8, 17-18).
Dios quiera que esta Cuaresma y Cuarentena nos abra los ojos y los oídos.

El segundo significado de este tiempo tan especial lo resumo en la palabra “interioridad”.
Para Israel y para Jesús el camino en el desierto fue un tiempo de interioridad. Solos y con importantes restricciones tuvieron que “ir adentro”, no tuvieron más remedio. En este “ir adentro” se enfrentaron con sus propios “demonios”.
Demonios que son los nuestros, individual y colectivamente: miedos, deseos de poder y placer, angustia existencial, violencia y agresividad.
Estas dimensiones habitan también – en mayor o menor medida y en distintas formas – en nuestro interior, todos convivimos con ellas.
En este tiempo tuvimos y tenemos la posibilidad de mirarlas y enfrentarlas. La Cuarentena nos obligó a mirar hacia dentro. No pudimos huir, no podemos huir. Por lo menos físicamente nos encontramos atrapados.
Sin duda es un llamado a encontrarnos con nosotros mismos también interiormente.
Pero este depende de nosotros. Somos tan hábiles en escapar y huir que hasta en estas condiciones de reclusión somos capaces de evadirnos y perder el tiempo banal y superficialmente.
Esta Cuaresma particular que nos regaló la pandemia es una invitación a “ir adentro”, a dejar la superficie, a dejar lo pasajero y lo banal. Es un tiempo oportuno para enfrentar nuestro dolor y nuestras heridas.
Solo la interioridad salvará a la humanidad. Solo la interioridad nos salvará.
Esta en el fondo es la vocación y la misión del dolor en nuestra vida: llevarnos adentro. Llevarnos a lo esencial, a lo eterno.
Llevarnos al Amor que somos.
Como dice magistralmente el místico sufí Hafiz: “el dolor es maestro de los que huyen del Amor.
Ya que somos tercos para comprender y para discernir, el dolor nos viene a socorrer. En este sentido, y solo en este, esta pandemia es también bendición.
Será aún más bendición si lograremos captar sus enseñanzas, si nos dejaremos purificar y llevar a la interioridad.
Qué la purificación y la interioridad nos sigan conduciendo en esta Semana Santa para poder llegar renovados a la Pascua y poder cantar a una sola voz la Gloria de Dios: ¡Aleluya!







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