viernes, 14 de mayo de 2021

Marcos 16, 15-20

 

 

El final del evangelio de Marcos es un agregado posterior, que algún copista hizo para dar más coherencia al texto que, en el versículo 8 de este mismo capítulo, termina de una manera inesperada y trunca.

 

Celebramos hoy la fiesta de la ascensión de Jesús y nuestro texto lo expresa de esta forma: “el Señor Jesús fue llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (16, 9).

 

¿Qué mensaje nos regala esta fiesta de la Ascensión?

¿Qué puede aportar para nuestro crecimiento?

 

Sin duda no podemos tomar el texto de una manera literal. El sentido más profundo y verdadero lo encontramos en la misma profundidad de la metáfora.

El “cielo” no indica un lugar físico, obviamente. El “cielo” es una expresión arquetípica (algo qué está presente en el inconsciente colectivo de la humanidad) que expresa trascendencia y plenitud.

El “cielo” aparece en el primer versículo de la Biblia, en la creación: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra” (Gen 1, 1).

El cielo entonces indica un nivel de vida plena, perfecto, completo. También podemos hablar de “cielo” como un nivel de conciencia.

Cuando entonces se nos dice que Jesús “asciende al cielo” se nos está diciendo que entra – regresa – definitivamente en el seno del Misterio divino, Misterio de plenitud de amor, gozo y paz, Misterio sin espacio ni tiempo. Este concepto Marcos lo refuerza aún más diciendo que Jesús está “sentado a la derecha de Dios”.

Esta fiesta de la Ascensión expresa entonces una verdad esencial que podemos ver desde dos perspectivas.

La primera subraya la plena comunión entre “cielo” y “tierra”. Saliendo de la metáfora: la plena comunión entre Dios, cosmos y humanidad. Plena comunión que se expresa en la visión no-dual de la realidad. La realidad es Una y esta realidad se revela y expresa en infinitas formas. La Fuente es Una y única, la Esencia de lo real es Una y única. Esta Fuente y esta Esencia divina se manifiestan en las múltiples formas de existencia que conocemos.

 

La segunda perspectiva nos muestra el “cielo” como término y como meta. El “cielo” expresa nuestro más profundo anhelo.

Lo afirma bellamente José Antonio Pagola: “Solo quien tiene fe en un futuro mejor puede vivir intensamente el presente. Solo quien conoce el destino camina con firmeza a pesar de los obstáculos. Quizá sea este el mensaje más importante del relato de la ascensión para una sociedad como la nuestra. Para quien no espera nada al final, los logros, los gozos, los éxitos de la vida son tristes, porque se acaban. Para quien cree que esta vida está secretamente abierta a la vida definitiva, los logros, los trabajos, los sufrimientos y gozos son anhelo y anuncio, búsqueda de la felicidad final.

 

Para quien es consciente de su esencia eterna y divina, la aventura de la vida es un continuo aprendizaje.

Para quien es consciente de su esencia eterna y divina, la aventura de la vida es un descubrimiento imparable de la belleza.

Para quien es consciente de su esencia eterna y divina, la aventura de la vida es un caminar liviano, alegre y desapegado.

 

El “cielo” a fin de cuentas, lo tenemos adentro. Somos pedazos de “cielo” viviendo una vida humana. Somos chispas divinas, fragmentos de cielo, revelando a la divinidad desde nuestra humanidad y en nuestra humanidad, desde la historia y en la creación entera. Somos “cielo” queriendo saber como se vive en la tierra.

Solo un Dios podría haber inventado algo tan bello y extraordinario.

 

La paradoja esencial de la vida – que la mística universal siempre supo y señalo silenciosamente, está servida –: somos “cielo” buscando al “cielo” mientras peregrinamos en la tierra.

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