viernes, 18 de junio de 2021

Marcos 4, 35-40

 


 

Se nos presenta hoy un texto maravilloso y que nos regala enseñanzas fundamentales para nuestra vida.

No podemos saber con certeza el fondo histórico del relato. Sin duda Marcos quiere hacer una catequesis sobre el tema de la confianza. Como siempre, detrás de lo literal, se esconde una fuerza simbólica muy potente.

 

El contraste y la paradoja dominan la escena: por un lado la tormenta, el viento y las olas, por el otro Jesús que duerme. Por un lado el miedo de los discípulos, por el otro la calma del maestro.

Contraste y paradoja son los ingredientes de nuestras existencias. Son el jugo de la vida.

¿Cuántas veces lo hemos experimentado?

Sentimientos encontrados, emociones contrastantes, experiencias con doble lectura.

Comprender la coexistencia de estos elementos opuestos – la oposición se da solo en el nivel más básico – y asumirlos, nos da la posibilidad de trascenderlos y vivirlos desde la paz.

La paradoja – es decir la coexistencia simultanea de elementos aparentemente opuestos – es la clave de la existencia y de su más profunda comprensión.

Todas nuestras paradojas y contrastes se originan y fundamentan en la paradoja esencial y primordial: la creación. Lo Infinito que se hace finito. En el cristianismo esta paradoja llega a su culmen en el Misterio pascual: muerte y resurrección. Una muerte que da vida, un muerto, vivo.

¿Cómo es posible la coexistencia simultanea de infinitud y finitud?

Este es el milagro originario y original. Este es el milagro del Amor gratuito de Dios, el desborde de su bondad.

La mente racional no puede desentrañar este Misterio, porque la mente está diseñada para manejar justamente el mundo de la dualidad, de la fragmentación.

Solo desde el silencio mental y la intuición del corazón podemos “comprender” y vivir la paradoja de amor originaria.

¿Cuál es la paradoja y cuál el contraste central de nuestro texto?

Es la relación entre personalidad e identidad.  

Los discípulos expresan la personalidad y Jesús la identidad.

La personalidad revela nuestra dimensión corporal y psíquica, con todo lo que esto conlleva: sentimientos, emociones, limites. En nuestro texto expresadas muy bien por el terrible miedo de los discípulos: ¡nos vamos a morir!

La identidad revela nuestra esencia, lo que somos más allá de la personalidad. Jesús lo expresa durmiendo en medio de la tormenta: somos paz, somos calma.

La personalidad es la expresión y manifestación histórica, única y original, que nuestra identidad divina toma para revelarse en el mundo.

En otras palabras: Dios quiere revelarse al mundo a través de nosotros. Y se revela a través de nuestra estructura psicofísica, única y original. Por eso que cada ser humano – y cada realidad de este universo – es revelación de Dios.

¿Qué es la sabiduría?

La sabiduría consiste en aprender a vivir ambos niveles de manera armoniosa y fecunda. Aprender a desarrollar nuestra personalidad en conexión constante y consciente con nuestra identidad.

Porque en nuestra existencia física las dos dimensiones están unidas indefectible e inseparablemente.

No se da la una sin la otra.

El sufrimiento se da cuando la personalidad se vive desconectada de la identidad.

Silencio, cállate” ordena Jesús a la tormenta (4, 39).

Cuando el silencio amoroso de nuestra identidad más profunda toma las riendas de la personalidad todo se transforma y la vida se convierte en la aventura más bella y más fecunda.

Tu esencia es la misma de Jesús y la que Jesús reveló.

Tu esencia es calma, paz, luz, amor. Esta esencia se quiere expresar a través de tu personalidad única y original.

Conecta con la esencia y deja que esta misma esencia amorosa empape y fecunde tu personalidad: ¡serás una obra de arte! ¡Serás luz para el mundo!

 

 

 

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