Jesús “sopló sobre ellos y añadió: Reciban al Espíritu Santo” (20, 22). En otra traducción encontramos: “exhaló su aliento sobre ellos”.
El evangelista Juan, sin duda, quiere llevarnos al Génesis: “Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente” (Gen 2, 7).
La conexión entre resurrección y creación es más que evidente, como es evidente la conexión entre “aliento” y “Espíritu”.
Tenemos acá una veta hermosa y extraordinaria para nuestro caminar y para crecer en comprensión y en amor… una veta que se nos abre solo desde el silencio y la contemplación.
Dos alientos unen creación y resurrección: dos alientos, un único aliento. Dos alientos, el mismo Espíritu.
El soplo creador de Dios que da vida es el mismo soplo del resucitado: el circulo se cierra.
Todo tiene sentido y una armonía invisible teje los hilos de la historia y el movimiento universal.
El soplo del resucitado, viene a confirmar el soplo de la creación. El soplo de la creación, incluye el soplo del resucitado.
El mundo vive porque Dios sigue soplando e insuflando el Espíritu.
Yo vivo por este mismo soplo y vos también.
El mismo y único soplo, nos enraíza en la Vida Una.
El único soplo eterno de la creación entra en el tiempo, crea el tiempo y se concentra y resume en el soplo de Jesús.
Como dice el sufismo: “Dios es el Aliento, de todos los alientos”.
Eres respirado, instante tras instante. Dios te respira y tu respiras a Dios: es el juego de la vida y del existir. Por eso que, en todas las tradiciones espirituales, la respiración consciente tiene tanta importancia. Actualmente también la ciencia y la medicina insisten en el poder sanador y regenerador de la respiración: tenemos que re-aprender a respirar, fisiológica y espiritualmente.
La respiración es el mágico puente entre el mundo material y espiritual: es tangible e intangible. Es pura gratuidad, pura belleza. Nos baja a tierra y nos eleva. Nos calma y nos apasiona. Respirar es vivir, porque no solo inhalamos oxígeno, sino vida divina.
Me siento respirado, mi Cristo Viviente.
Tu soplo me renueva a cada instante,
me crea y me recrea.
Tu soplo es humilde y sereno,
fuerte y creativo,
y es mi hogar.
Sopla, ¡Oh Cristo victorioso!
Sopla sobre el dolor humano,
y la tierra doliente.
Tu soplo nos regale ojos nuevos,
ojos de Pascua,
ojos vivos y enamorados.
Tu soplo es mi alegría plena,
no quiero otra.
Tu soplo lo llena todo y basta.
Vivo en tu eterno soplo,
Amo y soy amado,
Vida de mi vida.
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