El relato de hoy parece no tener fundamento histórico. Hay consenso común en los estudiosos en reconocer que la huida de José, María y Jesús a Egipto nunca ocurrió.
Nos encontramos frente al clásico recurso exegético de Mateo que, entre otras cosas y para confirmar todo eso, es el único evangelista que relata la huida a Egipto.
Mateo, arraigado al judaísmo, quiere anclar el evento Jesús de Nazaret a la Escritura y a las profecías. Por eso, es el evangelista que más cita la Primera Alianza (el Antiguo Testamento) para mostrarnos que Jesús es el Mesías esperado por Israel. En el texto de hoy quiere conectar Oseas 11, 1: “Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo” con Jesús, y por eso aplica a Jesús lo que Oseas aplicaba al pueblo de Israel: “Desde Egipto llamé a mi hijo” (2, 15).
No hay motivos para escandalizarnos. Debemos simplemente comprender. Ya los decía el genio de Spinoza: “No llores. No te indignes. Entiende”
Como sabemos, los evangelios, no son biografías de Jesús, sino anuncio de fe, testimonios de un encuentro, expresión de una experiencia.
Tomar los textos de forma literal, forzarlos para que entren en nuestros esquemas y creencias y manipularlos, no llevan por mal camino. Sobre todo, corremos el peligro de caer en la hipocresía y la deshonestidad.
La misma iglesia reconoce que la Escritura no es “Palabra de Dios”, sino que la contiene y la comunica… es decir, no se puede tomar al pie de la letra. El documento del Concilio, Dei Verbum, nos dice: “inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios” (DV 21).
Y la Dei Verbum, en otro lugar, recuerda también que la Palabra de Dios se revela a través de la palabra humana: “las palabras de Dios expresadas con lenguas humanas se han hecho semejantes al habla humana, como en otro tiempo el Verbo del Padre Eterno, tomada la carne de la debilidad humana, se hizo semejante a los hombres.” (DV 13).
La palabra humana es frágil, limitada, condicionada y necesita interpretación. La Palabra de Dios se revela a través de esta palabra humana, tan frágil.
Así que nada de escandalizarnos: ¡abrámonos al Espíritu! ¡Dejémonos cuestionar! Tengamos la valentía de salir de las creencias e ir en profundidad.
¿Cuál es el mensaje que podemos extraer del texto de hoy para nuestro caminar?
La inestabilidad de la vida. La vida siempre es inestable, incierta: vamos, venimos, huimos y regresamos. Y no solo físicamente, sino, y sobre todo, existencialmente.
Aprender a vivir y aprender a amar, consisten en integrar la inestabilidad. La vida se mueve, el Espíritu se mueve.
Cada día es nuevo, cada día estamos invitados a integrar y asumir lo que aparece.
Nuestra historia está repleta de pasajes complejos, cambios existenciales, revoluciones psíquicas y espirituales.
Las creencias de cualquier tipo y color, intentan aquietar el miedo existencial frente a la inestabilidad, a los cambios, a lo nuevo y desconocido. A veces las creencias son útiles y necesarias, especialmente en algunas etapas de la vida, pero para los que quieran crecer y enfrentar el vértigo de la libertad, llega un punto donde el Espíritu pide soltar las creencias. El evangelio lo sugiere, por ejemplo, con la imagen del mar: “Navega mar adentro, y echen las redes” (Lc 5, 4), le dice Jesús a Simón Pedro.
Es lo que el texto de hoy nos quiere también decir. A través del relato simbólico de la huida y el regreso de José, María y Jesús, el Espíritu nos sugiere: ¡navega mar adentro! Suelta las anclas, suelta los miedos y las creencias… vive el vértigo de la libertad, vive la aventura de la vida, vive el riesgo del amor.

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