La oración, esta experiencia típicamente
humana, evoluciona. Como todo. Vamos penetrando cada vez más en el misterio de
la oración y comprendemos cada vez mejor lo que es y lo que significa.
La oración y la manera - o las maneras
– de orar tienen estricta vinculación con la imagen o experiencia de Dios que
tenemos.
Más radical aún yo creo: la oración
surge y fluye directamente desde nuestra experiencia de Dios y lo Trascendente.
Y puede surgir esplendida y diamantina o
apesadumbrada y triste, creativa y fresca o aburrida y rutinaria.
Dime quien es tu Dios y te diré como
rezas.
La visión mística – no dual – de la
realidad sugiere y se ancla en unos puntos claves. Los nombramos simplemente
para después pasar a analizar su repercusión en la oración.
1)
Dios y la realidad no son dos
dimensiones distintas. No hay separación. Dios, a la vez, se manifiesta en la
realidad y la trasciende.
2)
La profunda unidad de lo real. Todo lo
que vemos y experimentamos es manifestación y revelación de lo Uno que todo
abarca y en todo se expresa.
3)
El Ser siempre es y siempre está a
salvo. Esto significa, entre otras cosas, que Paz y Calma son verdaderos
nombres de Dios.
4)
Nuestra auténtica identidad divino-humana radica más allá del
pensamiento y cualquier cosa que puede ser pensada. Más allá también de toda
forma pasajera, exterior o interior. Nuestra identidad hunde sus raíces en el
mismo Ser, más allá de su manifestación temporal.
Somos:
lo demás pasa y, en cierto sentido, sobra. Jesús lo expresó diciendo: “Yo Soy” (Jn 8, 58). Eso que dice: “Yo Soy” en Jesús, no es su “yo”
individual, sino el mismo y único Ser que en Jesús se manifiesta y revela. El
mismo y único Ser que en cada uno de nosotros dice, cuando callamos: “Yo Soy”.
5)
El silencio. Para conectar con nuestra
identidad y con esta experiencia mística de Dios, el silencio es absolutamente
necesario. Los procesos mentales, aprovechados por el ego, siempre nos llevarán
afuera del camino.
Subrayo, como ya hice otras veces, que estos puntos “espirituales”
concuerdan y se armonizan de manera maravillosa con la visión científica actual
y con los distintos campos del saber.
A partir de esos puntos claves de la experiencia de Dios/Ser en este
cambio de paradigma y en este momento evolutivo nos preguntamos: ¿cómo esta visión y experiencia afectan a la
oración y a nuestra manera de rezar?
1)
Orar
es agradecer
La oración de petición (pedir, pedir, pedir…) que tuvo gran
importancia y centralidad en la espiritualidad de los siglos pasados, cede el
paso a la oración de agradecimiento.
Cuando caemos en la cuenta de la Presencia desbordante de Dios, ¿quedan espacio y lugar para el pedir?
La visión mística nos lleva a experimentar a Dios en la vida, en todo
lo que vivimos y sentimos. Todo se transforma en experiencia de Dios y por
ende, experiencia de plenitud y de amor.
También las normales y a veces necesarias experiencias de dolor o de
los límites asumen otro matiz y otro color. Se transforman, principalmente, en aprendizaje y crecimiento.
Entonces la oración se convierte, esencialmente, en agradecimiento.
En todo descubrimos la vida y la belleza y solo queda espacio para cantar
agradecidos.
La oración de petición puede ser vivida y comprendida desde nuestra necesidad psicológica de expresar el
dolor o los deseos.
Pero en realidad, si el momento presente está preñado de Dios, ¿qué puede faltar?
A la plenitud no falta nada y por eso no hay nada que pedir ni nada
que desear en sentido estricto.
Cuando esto lo tenemos claro a nivel espiritual, a nivel de nuestra
identidad más honda, entonces podremos también vivir en ciertos momentos esta
forma de orar. Pediremos y expresaremos “a Dios” nuestros dolores y deseos,
sabiendo que nos hace bien a nosotros expresarlo, pero que, en el fondo, no es
necesario y todo está bien.
Si no comprendemos así la oración de petición caemos en una imagen de
Dios hasta ridícula, perversa y para nada cristiana: ¿por qué Dios escucha a unos y otros no? ¿Sana a unos y otros no?
¡Qué Dios tan extraño e injusto es ese! En realidad un dios creado
por nuestras necesidades y nuestros miedos…
Por no decir de cuando se pide para que gane nuestro cuadro de fútbol,
para ganar la lotería o cosas por el estilo…
Desde la oración de agradecimiento podemos entonces redescubrir la
Eucaristía: acción de gracias, justamente.
Acción de gracias que parte de la vida y lleva a la vida.
Acción de gracias que concentra la vida, la santifica, la
redistribuye.
2) Orar es ser
Orar entonces significa simple y maravillosamente ser.
La oración con palabras deja lugar al ser. Enraizados en el Ser que
nos hace ser, enraizados en el Ser que somos, ¿hay necesidad de palabras?
Sin duda que no. Ser se
transforma en la oración más linda y sencilla.
Ser es pura vida, vivir en plenitud todo lo que la Vida/Dios nos
presente en el aquí y ahora. Las palabras entonces sobran.
También en este caso vale lo que se dijo arriba. En ocasiones podemos
usar las palabras, sabiendo que nos hace bien a nosotros, que sirven para
comunicarnos con los demás, pero que no mejoran nuestra relación con Dios.
Porque la relación con Dios es inmejorable. Somos relación con Dios, perfecta en cada instante y a menudo,
inconsciente.
Nuestra pura existencia es relación viva con Dios. Vivimos y
existimos porque somos en Dios.
Entonces, otra vez, basta ser. Vivir desde el centro, vivir desde la
raíz.
Usaremos las palabras como un don, cuando sean necesarias, para
comunicar y sobre todo para crear y para cantar.
Palabras como expresión de creación. Palabras para decir el amor.
3) Orar es estar atentos
En sentido más practico entonces la oración se convierte en atención.
En este aspecto es donde podemos ver la parte de esfuerzo que supone
la oración y el camino espiritual. Estar atentos. Estar atentos requiere
esfuerzo, no en el sentido de la fuerza de voluntad para lograr algo, pero si
en el sentido de una tensión interna justa que nos permite descubrir y valorar
cada momento, como un momento de Vida plena.
Como una cuerda de violín o de guitarra afinada (en la tensión
correcta) que suelta la nota justa.
Estar atentos es estar en el nivel correcto de tensión – distinto
para cada uno – que nos alinea con la vida expresándose en el momento presente.
Entonces todo se transforma
en oración, porque en todo momento estoy permitiendo a la Vida que se exprese
conscientemente a través de mí.
Estoy siendo conscientemente
y el canto del ser consciente es el canto que conmueve al Universo y la más
pura oración.
4) Orar es contemplar en silencio
La oración, a partir de lo dicho hasta ahora, se convierte en
contemplación silenciosa. Asombrados por la maravilla de la vida no nos queda
que contemplar.
En realidad esto lo hacemos espontáneamente en los acontecimientos
que definen nuestra humanidad y nos atrapaban emotivamente. Por ejemplo en el
nacimiento de un bebé, frente a un moribundo, mirando a un ser que amamos
mientras duerme, contemplando algo de la naturaleza: no hay palabras, solo
contemplamos en silencio.
Esta capacidad innata de contemplar se puede entrenar, es necesario
entrenarla. Para que se transforme en un habito y podamos vivir de
contemplación en contemplación, cada día, cada instante, en cada detalle.
El silencio se transforma en perfecta oración: puro ser, pura
disponibilidad, pura escucha. En las profundidades del silencio aprendemos a
escuchar y a dejar que Dios hable en nuestra vida. Nos volvemos, como el
Cristo, Palabra de Dios.
Orar es ser silencio y
vivir desde el silencio.
A partir de estos 4 puntos que definen lo que – a mi modo de ver y a partir de mi experiencia – es la oración que
surge de la vivencia mística de Dios en la realidad y de la realidad en Dios,
podemos reinterpretar las formas tradicionales de oración de cada
espiritualidad o religión.
No todo hay que dejar, no todo hay que mantener.
Esta podría ser la tarea: discernir lo esencial en cada forma de
oración y reinterpretarlo para el hoy, para que sea una propuesta viva y
vivificante para la gente hoy, para que abra las puertas a una experiencia auténtica
de lo trascendente. Hoy y aquí.
En ámbito cristiano podemos sin duda reflexionar, releer y
reinterpretar toda la práctica sacramental de la iglesia, las devociones y la
liturgia de las horas.
Unos puntos para trabajar a mi entender son:
- purificar
los sacramentos de todo lo mágico que los rodea.
- conectar
lo sacramental más estrechamente y simbólicamente con la vida real y cotidiana.
- actualizar
el lenguaje y los gestos.
- enfocarse
en la interioridad que da sentido y valor al culto externo y priorizar la
interioridad sobre la exterioridad.
- reducir
drásticamente el palabrerío y volver a la Palabra.
- buscar
nuevas formas de oración en común que se centren en la dimensión contemplativa.
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