sábado, 10 de noviembre de 2018

Marcos 12, 38-44



Un texto tajante se nos ofrece hoy a nuestra reflexión y a nuestra escucha contemplativa. Un texto cuestionador que “nos hace la verdad”.

Podemos distinguir dos partes: la primera en la cual Jesús critica a los detentores del poder religioso y la segunda en la cual Jesús alaba la actitud opuesta expresada por una pobre viuda.
Un texto bastante conocido, donde a menudo nos centramos solamente en la generosidad de la viuda.
En realidad esta contraposición de las dos partes nos sugiere algo más fuerte y profundo.

El la primera parte Jesús destroza el “ego religioso”. Ego religioso que sigue haciendo estragos en la iglesia y en la credibilidad del mensaje cristiano.

¿Qué es el “ego religioso”?

El ego religioso se da cuando una persona se apropia de lo divino y se constituye como su mediador. Desde ahí todo se absolutiza y la puerta al fanatismo está abierta de par en par. La última consecuencia es la ceguera hipócrita: se vive en abierta contradicción con los valores e ideales que se proponen y enseñan a los demás.

Obviamente no pasa solo en lo “religioso”: pasa en la política, la economía, la educación. Pero el “ego religioso” es el más terrible: apropiándose de Dios “se hace dios él mismo” con las obvias consecuencias de absolutizar muchas o todas las dimensiones del ser humano. Sabemos de sobra que muchos de los más terribles crímenes en la historia de la humanidad se deben a las religiones, en concreto y más exactamente al “ego religioso”.
Hasta los santos cayeron en esta trampa: San Bernardo de Claraval, cantor del Amor, cantor de la Virgen, hombre austero y entregado… también fue el gran predicador de la segunda cruzada militar para recuperar Jerusalén de las manos de los musulmanes.
Así decía: El cristiano es glorificado en la muerte de un pagano porque mediante ello Cristo mismo es glorificado”… y invitando a salir para la cruzada decía en su sermón: “Corran a las armas; permitid que la ira divina los anime en la lucha y permitid que en el mundo cristiano resuenen estas palabras del profeta, «¡Maldito sea quien no manche su espada con sangre!» Si el Señor os llama en defensa de su herencia no penseis que su mano ha perdido poder. ¿No podría Él enviar doce legiones de ángeles o pronunicar una palabra y todos sus enemigos se tranformarían en polvo? Pero Dios ha considerado abrirles el camino de su misericordia a los hijos del hombre. Su bondad ha causado que amaneciera para vosotros un dia de seguridad al llamarlos a vengar su gloria y su nombre.
Obviamente hay que ubicar las palabras del buen Bernardo en su contexto historico y eclesial… pero eso no quita que también él cayó en la trampa del “ego religioso” y se alejó del evangelio.
Así que: ¡sumamente atentos y humildes!

El “yo superficial” (el ego) vive de apropiaciones: es su salvación.
Cuando pensamos o decimos: “Yo sé”, “Yo conozco a Dios”, “Yo sé lo que quiere”… ya hemos caído en las trampas del ego.
Nos hemos apropiado de un pensamiento, de algo mental… no algo real. Hemos caídos en una ilusión y una imagen mental de Dios con la cual nuestro yo se identifica.  

Los responsables de las instituciones religiosas tienen muchas más facilidad de caer en esta trampa y entonces se creen investidos de un poder superior, se creen detentores de la verdad, personas iluminadas llamadas a guiar a los demás. Y, en el peor de los casos, se convierten en opresores y déspotas.

La viuda, la pobre viuda, representa simbólicamente la actitud opuesta que Jesús nota, alaba y propone a sus discípulos.
La viuda es la mujer que justamente se desprendió de su “ego religioso”: entregó todo. Simple y maravillosamente vive desde la gratuidad, la entrega y la confianza.
Desprenderse del “ego” y en especial del “ego religioso” es la tarea más urgente y necesaria, adentro de la iglesia y afuera, en el cristianismo y en la humanidad entera.
Desprenderse del “ego” es empezar un camino de humildad y libertad. Un camino de escucha, de apertura, de dialogo, de comunión.
Hasta que no nos desprendamos de nuestras dos monedas - ¡que poco vale el ego! – seguiremos apropiándonos de supuestas verdades, opiniones y posturas que nos impedirán crecer en la auténtica espiritualidad y comunión.
Desprenderse del ego es desprenderse de nuestro yo superficial, ambicioso, miedosos, controlador.

Desde este desprendimiento, siempre renovado y renovable, surge una libertad inimaginada y se nos abrirá la puerta estrecha del acceso a nuestro ser más auténtico: al Yo verdadero, al Misterio de Amor y de Paz que somos y que nos une a todo lo que es.
Una de las verificaciones de si estamos instalados en el “ego religioso” o en nuestra verdadera esencia es esta: el “ego religioso” siempre está en conflicto y siempre encuentra “enemigos” afuera. El Yo verdadero se percibe en armonía con todo y en profunda unidad, más allá de las diferencias.


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