sábado, 24 de noviembre de 2018

Juan 18, 33-37


La iglesia celebra en este último domingo del tiempo ordinario la fiesta de Cristo Rey. El domingo que viene comenzará el tiempo de Adviento, que nos preparará para la Navidad.
El texto de hoy del evangelio de Juan se refiere al proceso de Jesús: es en este contexto donde se subraya la estrecha relación entre “verdad” y “rey”.

Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz” (Jn 18, 37).

Podemos sin duda entender el ser “rey” en sentido metafórico y simbólico: aquella persona que ha logrado la plena madurez, es autónoma, dueña de sí misma, responsable de sus actos, entregada hasta el final.
Jesús es rey en este y único sentido: nada que ver con temas ligados al poder y a un misticismo extravagante y superficial.
Jesús es rey porque es el hombre logrado, pleno, libre. Y, entregado.
Por eso había dicho: “El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla” (Jn 10, 17-18).
Esta vida lograda y maravillosa que vemos en Jesús fue posible gracias a su fidelidad y descubrimiento de la verdad.

¿Qué es la verdad?

Esta es la pregunta de Pilato (Jn 18, 38) que quedó sin respuesta: sin duda Jesús no quiso responder.
Esta es la pregunta de toda la historia de la filosofía.
Esta es la pregunta que convoca a las religiones y tradiciones espirituales de la humanidad.
Este es el anhelo – manifiesto u oculto – de todo corazón humano.

El evangelio de hoy nos sugiere algo esencial, conocido y repetido por distintas tradiciones: la verdad no es un contenido mental. La verdad no se puede decir. Y, menos, asir.
Toda verdad “dicha” es relativa y es, en sí misma, falsa o parcial.
Porque la verdad la conocemos siéndola, como el amor lo conocemos amando.
La verdad no es un objeto que podamos conocer con el método científico. La verdad se conoce a través del conocimiento místico o por identidad: siendo. Superando la barrera entre “sujeto” y “objeto”.
La verdad, por definición, es eterna, infinita. Abarca los tiempos y los espacios.
¿Cómo una mente humana puede “decir” o – peor – “tener” la verdad?
Desde este arrogante equivoco fueron surgiendo guerras y crimines que avergüenzan a las religiones y a la humanidad.
La verdad de uno mismo y sobre uno mismo es la misma verdad del otro y del Universo entero. Es la verdad de lo que somos y de lo que es. Una es la Verdad, como Una la Belleza, Uno el Amor. Unicidad que se refracta armónicamente en nuestros universos: “interno” y “externo”.

Hay que ser, para reconocer la verdad. Ir al fondo. Tocar la raíz donde el Ser descansa silencioso y surge creativo.
Ser testigo de lo que es. Justamente ese fue el sabio camino del Maestro de Nazaret y de todos los sabios: “Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad.

Yo sostengo que la Verdad es una tierra sin caminos, y no es posible acercarse a ella por ningún sendero, por ninguna religión, por ninguna secta. La Verdad está en cada uno de nosotros; no está lejos ni cerca; está eternamente ahí” (Krishnamurti)

Aferrarse a todo aquello que no es eterno, es ser arrogante. Cuando no te aferras, amas a todas las cosas. Así que ni te aferres, ni intentes no aferrarte porque ambas acciones ocultan la Verdad” (Papaji)
¿Por qué debo buscarlo? Soy el mismo, soy como él. Su esencia habla a través de mí ¡Me he estado buscando!  (Rumi)
Sólo existe un sentido de la vida.. el acto de vivirla plenamente” (Erich Fromm)

En el momento que la mente se aquieta, el movimiento se detiene y nos dejamos mecer por el silencio, todo se ilumina.
La verdad que es y que somos se asoma, fresca y humilde.
Y el Amor puede por fin fluir por nuestras hermosas existencias.

Es el camino abierto y posible para cada ser humano que se atreva a dejar los caminos aburridos, seguros y trillados para aventurarse – desnudo y sin certezas – en al Abismo Vacío del Misterio: Vida Plena, Amor Infinito.

Es la hermosa invitación que Raimon Panikkar confirmó con su brillante existencia:
La experiencia de la vida podría ser la definición más breve de la mística. Se trata de una experiencia y no de su interpretación… Se trata de una experiencia completa y no fragmentaria. Lo que a menudo ocurre es que no vivimos en plenitud porque nuestra experiencia no es completa y vivimos distraídos o solamente en la superficie. De ahí que la mística no sea el privilegio de unos cuantos escogidos, sino la característica humana por excelencia.


















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