sábado, 17 de noviembre de 2018

Marcos 13, 24-32




Aprendan de la higuera” (13, 28) nos sugiere Jesús.
Esta hermosa invitación despertó en mi memoria dos expresiones parecidas.
La primera del maestro zen Ikkyu (1394-1481): “Antes de estudiar los textos budistas y de recitar sin fin los sutras, el discípulo del zen debería aprender a leer las cartas de amor que le envían la nieve, el aire y la lluvia.
Y la segunda de San Bernardo (1090-1153): “Encontrarás algo más en los bosques que en los libros; las piedras y los troncos te enseñarán cosas que no has aprendido en los maestros.

El texto de género apocalíptico que la iglesia nos propone en preparación al tiempo de Adviento ya cercano, no refleja la predicación de Jesús, sino un estilo peculiar – anterior y posterior al mismo Jesús – y más cercano a la figura de Juan Bautista.
Es un género literario que usa muchos simbolismos e intenta responder a una situación de sufrimiento, opresión y crisis.
La misma palabra apocalipsis – hoy entendida culturalmente en su sentido trágico y catastrófico – en realidad significa “revelación”.

El evangelio no predice eventos futuros y menos quiere asustarnos. El evangelio es palabra de Vida para el hoy y para todos.
Jesús nos enseña a ver, a abrir los ojos, a contemplar la vida en todo su esplendor.
En nuestro hemisferio estas palabras evangélicas coinciden con la primavera justamente y con la ya próxima llegada del verano.
Haríamos bien en tomarnos un tiempo de calidad para contemplar y disfrutar le brotar de la vida en todas sus expresiones y manifestaciones.

El verano está cerca” recuerda la otra invitación del Maestro: “El Reino de Dios está cerca” (Mc 1, 15).
“Está cerca”: siempre disponible. Siempre presente. Aquí y ahora.

Ese es el Dios de Jesús. Un Dios que es Vida desbordante y gratuita.
Estar atento y abrir los ojos es entonces la clave del camino. Detenerse para ver es necesario, esencial.
No necesitamos signos extraordinarios. No necesitamos eventos extraordinarios. La gente – y muchos cristianos entre ellos – andan buscando signos de la Presencia de Dios.
No es necesaria esta búsqueda. Es necesario abrir los ojos, sin prejuicios y sin miedo. Es necesario, sumamente necesario, enamorarse de lo cotidiano, del instante presente.
Todo es un signo. Todo es Presencia. Todo es milagro.

Es necesario callar. Callar para aprender a escuchar y ver.
Callar para escuchar el sonido de las piedras, el murmurar de los brotes, el florecer del mundo, el crecer de los bosques.
Callar para ver: ver la infinita belleza que se despliega silenciosa donde ya no queda nadie para aferrarla y poseerla.

















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