sábado, 1 de diciembre de 2018

Lucas 21, 25-28.34-36



Empieza el Adviento, tiempo de espera y de esperanza. Empieza el Adviento y la liturgia nos sigue proponiendo textos de género apocalíptico que reflejan la situación de dificultad y sufrimiento de las primeras comunidades cristianas. Comunidades que estaban convencidas del pronto retorno en gloria del Cristo resucitado. Comunidades que esperaban la segunda venida del Cristo.

¿Dónde está el Cristo glorioso?
¿Dónde vemos reflejada en la historia su victoria sobre el mal y la muerte?
¿Volverá a rescatarnos de la angustia, la opresión y el sufrimiento?

Estas las preguntas claves de las primeras comunidades que dan origen al género apocalíptico. Estas las preguntas de muchos cristianos hoy en día.

Nos detenemos. Respiramos. Estamos atentos y le pedimos al Silencio una mayor luz.
Pronto llega la deseada luz.
Cuando la mente se detiene y se pone al servicio del Silencio deja de dar vuelta sobre sí misma buscando respuestas a preguntas que nadie hizo y preocupándose de realidades inexistentes o ilusorias.

El Silencio es el camino, la quietud y la paz del corazón nos iluminan.

Dos tremendas y maravillosas expresiones de nuestro texto nos sorprenden y nos orientan. Dos expresiones luminosas justamente.
La primera: “levanten la cabeza” (21,28).
Cuando todo invita a la desesperación y a la tristeza: ¡levanten la cabeza!
Cuando no sabemos adonde ir: ¡levanten la cabeza!
Cuando la confusión y la incertidumbre nos acechan: ¡levanten la cabeza!

La liberación está cerca”… continua el texto. La liberación está siempre al alcance de la mano de aquel que levanta la cabeza. Levantar la cabeza es confiar, mirar con lucidez la realidad, salir de uno mismo, hacerse cargo de uno mismo y del mundo entero. Levantar la cabeza: ¡qué importante! Es reconocer nuestra propia dignidad y originen divina. Es mirar de frente los miedos que nos aturden y atascan y superarlos desde la confianza.
¡Levanten la cabeza!
Dejémonos de mirarnos al ombligo, individual y colectivamente. Dejémonos de mirar al mundo y evaluar la realidad a partir de nuestros grupos, nuestros intereses, nuestros ideales y opiniones.
Dejémonos de una vez para siempre de mirar al mundo y a nosotros mismos a través del filtro de nuestros deseos y necesidades.  

Mirémonos a los ojos, con confianza, amor y dignidad. Miremos con pureza y virginidad.

La otra expresión va en el mismo sentido, tal vez con más fuerza aún: “manténganse en pie” (21, 36).
El mismo verbo usado para expresar la postura de María debajo de la cruz (Jn 19, 25).
El verbo griego indica “sostener”, “estar de pie”, “firmeza”.

Estén despiertos, manténganse en pie ante el Hijo del hombre”: esa la invitación final de nuestro texto (21,36).
Cabeza levantada, despiertos y atentos, de pie: estas las actitudes para vivir el Adviento. Estas también las actitudes para enfrentar las dificultades y la cotidianidad.
Estas las actitudes básicas frente al Hijo del hombre. Hijo del hombre que es el Cristo viviente, que se revela y manifiesta en la mismísima realidad. Lo real – lo que es aquí y ahora – es el Cristo revelándose y amándonos.
Es la música divina y silenciosa de su flauta.  

Vivir así la Vida se convierte en una aventura apasionante, creativa, de enorme belleza y perfecta libertad.
¡Acá estamos Vida! ¡Acá estamos Cristo Viviente y luminoso!
¡Acá estamos! Con la cabeza levantada, despiertos y de pie.








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