lunes, 13 de enero de 2020

Luz irresistible

“Dios mío, haz que para mí brille tu rostro en la vida del otro. Esta luz irresistible de tus ojos, encendida en el fondo de las cosas, me ha lanzado ya sobre todo trabajo factible, sobre todo dolor a experimentar. Dame, sobre todo, que pueda descubrirte en lo más íntimo, en lo más perfecto, en lo más profundo del alma de mis hermanos.
El don que me reclamas para estos hermanos – el único don que mi corazón es capaz – no es la ternura colmada de estos afectos privilegiados que dispones en nuestras vidas como el factor creado más recio de nuestro crecimiento interior, es algo menos dulce, pero tan real y aún más fuerte. Entre los hombres y yo quieres que, con ayuda de tu eucaristía, aparezca la atracción fundamental (ya oscuramente presentida por todo amor, en cuanto es fuerte) que misteriosamente convierte la miríada de la criaturas razonables en una especie de mónada única en ti, Jesucristo.”
                                                                                          Teilhard de Chardin

Desde el silencio del Monasterio de Bonnevaux (Poitiers, Francia) quiero compartir con ustedes este texto de Teilhard de Chardin y una breve y poética reflexión/oración.

La Luz nos llama. Es la “luz irresistible” de los ojos del Amor. Se oculta, esta irresistible Luz, en el corazón de cada cosa, persona, acontecimiento. Se oculta, humilde y silenciosa, porque nuestra carne no podría soportar su luminosidad. Se oculta y bellísima se revela en los colores del Universo, de la naturaleza, de las emociones, de los rostros de cada ser humano. Se revela reflejándose esta única Luz, de la cual estamos hechos. Estando atentos a sus reflejos podemos dejarnos inundar e iluminar.
No te puedo nombrar, Silenciosa Luz, y aunque a veces te diga “Tú”, te percibo y te siento como mi misma raíz.
La Luz nos llama a despertar. La humanidad le tiene miedo a la luz y a menudo prefiere la seguridad de lo oscuro a la novedad de lo luminoso.
¡Despertemos a la luz para despertar a la humanidad! Si uno despierta, todos despiertan. Es el Misterio de la Mónada única, Jesucristo. Estamos hechos de ti, Oh Cristo luminoso. La Luz que tú eres es la Luz que somos. Amanece en el corazón esta única Luz y pide silencio y pide atención. Lejos del ruido del pensar y lejos del “yo” florece la Luz y se hace carne en tu vivir y en tu sentir.
Ya no hay lugar para el miedo, ya no hay apuro ni ansiedad.
Solo una Silenciosa Luz que todo lo ilumina y en todo se refleja.


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