sábado, 6 de junio de 2020

Juan 3, 16-18




En esta fiesta de la Trinidad se nos ofrece un texto central del evangelio de Juan.
La primera parte del versículo 16 podría ser un hermoso resumen de todo el evangelio: Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único.

¿Cómo comprender este maravilloso anuncio del amor de Dios?
Debemos de entender la cosmovisión que hay detrás. Una cosmovisión es una manera de ver la vida, de interpretar la realidad. Es un paradigma, es como tener un par de lentes a través de los cuales vemos la realidad.
La cosmovisión del evangelio de Juan responde a las categorias de su tiempo y queda marcada por la dualidad, expresión caracteristica del teismo: la realidad está separada en mundos distintos y Dios interviene en el mundo humano desde afuera. De ahí la imagen de un Salvador “externo” que baja del cielo.
Esta cosmovisión, y el teismo que le sigue, es justamente la que entró en crisis en este actual cambio de epoca. La crisis de las religiones, en general, es la crisis de una manera de ver la vida y de vivir, es la crisis de una etapa de la conciencia humana.
No podemos quedarnos anclados a lo viejo. Hay que rescatar la experiencia nuclear que el evangelio nos propone y comprenderla desda la nueva cosmovisión.
Como afirman muchos teologos: Dios evoluciona con la humanidad. No porque a Dios le falte algo, obviamente, sino porque Dios, cosmos y humanidad son UNO.
La evolución de la conciencia humana nos ha llevado a esta comprensión: no hay mundos separados. La realidad es UNA y se expresa y manifiesta de manera distinta, nueva, creativa.
Lo maravilloso es que esta experiencia nuclear de lo Uno es, desde siempre, la experiencia de todos los místicos, los maestros, los iniciadores de caminos espirituales. Ellos simplemente compartieron esta experiencia a través de los medios culturales y de las capacidades lingusticas que su entorno le ofrecía.
Por eso debemos ir más allá – trascender – la forma en las cuales se expresa la experiencia para llegar al fuego iniciador, al nucleo ardiente de la experiencia.
La zarza ardiente de Moisés (Ex 3, 2) es un simbolo de todo eso: lo fundamental para nosotros y para cada ser humano de todos los tiempos y latitudes es ver la zarza ardiendo y no tanto los relatos que nos hacen sobre la zarza ardiendo.
En terminos cristianos: el evangelio se nos regala para que podamos hacer la mismisima experiencia de Jesús y no tanto para que sepamos cosas sobre Jesús.

Volvemos a nuestro texto e intentamos comprenderlo desde esta cosmovisión no-dual o mística.
Si la realidad es profundamente Una, Jesús no viene desde “afuera”, sino desde “adentro”. Jesús expresa lo mejor de la humanidad y lo que Dios hace y es en Jesús lo hace y es en cada uno de nosotros.
Como afirma bellamente Jean Sulivan: “Jesús es lo que acontece cuando Dios habla sin obstáculos en un hombre
Nuestra tarea es sacar los obstáculos, para ser lo que ya somos y para que se manifieste en plenitud nuestra esencia.
En general estos obstáculos son nuestras creencias, los miedos, la falta de apertura, de disponibilidad, de silencio.
El camino espiritual se concentra en la capacidad de soltar el apego a nuestra identidad superficial y crear espacio para que la verdadera identidad pueda emerger.
Este camino no es posible desde la mente y la racionalidad. Uno de los ejes del cambio de época y de la cosmovisión actual es la necesidad de trascender lo mental.
Si la vieja cosmovisión se centraba en la racionalidad, la actual se centra en su superación, la conciencia.
Desde el silencio mental y emotivo la mente es integrada y trascendida para entrar en el espacio no dual de la perfecta unidad.
Desde este espacio comprendemos cabalmente que no existe ningún juicio: Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (3, 17).
El juicio es un invento humano – del ego mejor dicho – para esconder nuestra incapacidad de abrirnos al amor.
El juicio solo puede existir desde la mente. Trascendida la mente solo hay Amor.
La resurreccion es justamente el anuncio definitivo que no existe ningún juicio y que solo el amor es real.
Estamos llamados a dejarnos plasmar desde la resurrección que sigue aconteciendo aquí y ahora: en el silencio, desde las entrañas de lo real.





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