sábado, 20 de junio de 2020

Mateo 10, 26-33



 

El texto de hoy es de una importancia, belleza y ternura increíbles.

El eje central gira alrededor de la tensión entre miedo y confianza.

Para comenzar un interesantísimo dato científico: la neurociencia descubrió que “miedo” y “confianza” utilizan las mismas redes neuronales. En lo concreto significa que no podemos temer y confiar a la misma vez: o tenemos miedo o confiamos.

Lo podemos comprobar fácilmente con las personas. En una relación de cualquier tipo no podemos temer a una persona y al mismo tiempo confiar, y al revés, si confiamos no la tememos.

Es un dato importante porque nos puede revelar algo sobre nosotros mismos y nos invita a trabajar la confianza en todos sus aspectos: en la vida, hacia uno mismo y en las relaciones.

 

Existe un miedo “sano” que es el miedo biológico. Es fruto de la evolución y tiene que ver con el normal instinto de supervivencia.

Los demás son miedos insanos que no nos permiten vivir la vida en plenitud.

La gran mayoría de nuestros miedos son de estos tipos: miedos mentales, irreales, ilusorios. Miedos que provienen de nuestras heridas psicológicas, nuestra falta de desarrollo espiritual, la cultura, la educación, la religión.

Está ampliamente comprobado que el miedo es una de las técnicas de manipulación más utilizada, consciente o inconscientemente. Los poderes institucionalizados se sirven del miedo para controlar la población e implementar sus estrategias.

Lamentablemente pasó y pasa también con el cristianismo.

Afirma lucidamente Fray Marcos:

 

En nuestra religión, el miedo ha tenido y sigue teniendo una influencia nefasta. La misma jerarquía ha caído en la trampa de potenciar y apuntalar ese miedo. La causa de que los dirigentes no se atrevan a actualizar doctrinas, ritos y normas morales, es el miedo a perder el control absoluto. La institución se ha dedicado a vender, muy baratas por cierto, seguridades externas de todo tipo, y ahora su misma existencia depende de los que sus adeptos sigan confiando en esas seguridades engañosas que les han vendido. Han atribuido a Dios la misma estrategia que utilizamos los hombres para domesticar a los animales: zanahoria o azúcar y si no funciona, palo, fuego eterno.

 

Sin duda estamos en otra etapa evolutiva y muchos están tratando de salir de la esclavitud del miedo. La pandemia que estamos viviendo puede ser leída también con esta clave de lectura: una oportunidad para trascender el miedo.

Me parece notar con claridad que a menudo la necesaria prudencia se transforma en miedo injustificado. El miedo paraliza, entristece. Hay personas que “dejaron de vivir” por el miedo a contagiarse o contagiar.

Las tremendas palabras de Jesús en nuestro texto pueden iluminar:

No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Teman más bien a aquel que puede arrojar el alma y el cuerpo a la Gehena. ¿Acaso no se vende un par de pájaros por unas monedas? Sin embargo, ni uno solo de ellos cae en tierra, sin el consentimiento del Padre que está en el cielo. Ustedes tienen contados todos sus cabellos. No teman entonces, porque valen más que muchos pájaros” (Mt 10, 28-31).

 

La vida no está bajo nuestro control. Si Dios cuida de algo tan “insignificante” y frágil como un pájaro y un cabello, ¿no se preocupará de nosotros?

¿Nuestro existir no está en sus manos?

Todavía no hemos comprendido cabalmente la invitación del Maestro:

¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida?” (Mt 6, 27)

 

Si dejamos de abrazar a alguien por razonable prudencia y por cuidar la vida, estamos en el Amor.

Si dejamos de abrazar a alguien por miedo, estamos “afuera” del Amor y moriremos igual cuando nos toque… ¡y nos perdimos un abrazo!

 

Cuidar y amar la vida, propia y de los demás, es un deber que nos proporciona paz y alegría.

Cuando este “cuidado” se transforma en miedo, la vida se va apagando y con ella, la confianza.

La línea es delgada y la experiencia es subjetiva.

Lo esencial es ser autentico con uno mismo, saber reconocer lo que nos ocurre adentro. El ego es tan hábil que muchas veces hace pasar el miedo por prudencia.

Por eso es importante detenerse y abrirse a la confianza.

Confiar nos abre a la plenitud de la Vida y sin duda es mejor “pecar” por exceso de confianza (si es que se puede….) que por defecto.

En juego está la belleza infinita de la vida y del vivir. Belleza que solo la disfruta quien vence el miedo a la muerte y confía. 

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