viernes, 21 de agosto de 2020

Mateo 16, 13-20

  

El texto que se nos presenta hoy es un texto clave en el cristianismo primitivo ya que hace referencia a la identidad de Jesús; identidad de Jesús que fue el eje de los primeros Concilios ecuménicos de la iglesia.

En primer lugar es fundamental tomar conciencia que el texto refleja la fe de la comunidad del evangelista: las palabras de Pedro y de Jesús no podemos tomarlas en su sentido histórico o literal, sino como expresión de la fe de una comunidad.

Esta lucidez y comprensión nos libera del fanatismo dogmático y de interminables cuanto inútiles discusiones.

Jesús nunca hubiera pronunciado las palabras que Mateo pone en su boca en nuestro texto. El valor y la importancia de nuestro texto – como de cualquier texto – no depende tanto de su historicidad, sino de su valor simbólico actual y de la capacidad de generar una experiencia.

A lo largo de la historia, la iglesia se inclinó casi siempre a una interpretación literal y dogmática de estos textos para defender – consciente o inconscientemente – su poder y su control sobre los cristianos.

Ya no es posible esta postura y son muy pocos los fieles que continúan aferrados a esta visión. La mayoría está despertando y necesita otro alimento, otra interpretación, otra fidelidad a los textos y a la vida.

Liberados del dogmatismo se nos regala el don del Espíritu para reinterpretar los textos y crecer en comprensión y en auténtica fidelidad, no a la letra, sino justamente, al Espíritu.

Recordamos la admonición de San Pablo: “la letra mata, pero el Espíritu da vida” (2 Cor 3, 6).

 

Hecha esta fundamental aclaración podemos acercarnos al texto con serenidad, apertura y confianza.

 

La comunidad de Mateo se pregunta sobre la identidad de Jesús y las respuestas que el evangelista ofrece en su relato – citando a Juan Bautista, Elías, Jeremías – apuntan en la dirección del profeta: Jesús sin duda fue reconocido como un profeta. Un profeta era alguien que había tenido una profunda experiencia de Dios y la compartía con libertad y valentía.

Como Jesús estamos llamados a ser profetas: hombres y mujeres de Dios, hombres y mujeres que viven de la experiencia de Dios y se dejan guiar por el Espíritu.

La pregunta clave del texto es la que Mateo pone en los labios de Jesús y hoy se nos dirige a nosotros: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” (16, 15).

La pregunta sobre la identidad de Jesús es la misma pregunta sobre mi propia identidad: ¿Quién soy yo?.

¿Quién es que responde a la pregunta de Jesús?

No podemos contestar la una sin la otra. No podemos entrar en una busqueda sin entrar en la otra.

En el camino espiritual del hinduismo la pregunta “¿quién soy yo?” es la clave, el centro del camino y de la búsqueda espiritual.

La pregunta de Jesús “¿quién dicen que soy?” y la pregunta “¿quién soy yo”,  son preguntas que, en el cristianismo, hemos olvidado o hemos encerrados en conceptos teológicos y filosóficos, perdiendo la centralidad de la experiencia directa.

 

La pregunta “¿quien soy yo?” es la pregunta más importante de la existencia y de toda vida humana. Es “La Pregunta” que tiene que acompañarnos a lo largo de nuestra aventura y experiencia humana.

 

¿Quién dicen que soy?, pregunta Jesús. Es fundamental salir de los conceptos y las formulas aprendidas para poder dar una respuesta vital, encarnada, efectiva y transformadora.

Como afirma José Antonio Pagola:

“Por desgracia se trata con frecuencia de formulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera mecanica, repetidas de forma ligera y afirmadas verbalmente más que vividas siguiendo los pasos de Jesús. Confesamos a Cristo por costumbre, por piedad o por disciplina, pero vivimos con frecuencia sin captar la originalidad de su vida, sin escuchar la novedad de su llamada, sin dejarnos atraer por su amor apasionado, sin contagiarnos de su libertad y sin esforzarnos en seguir su trayectoria.”

 

La respuesta que Mateo pone en boca de Pedro es maravillosa: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (16, 16).

Es la respuesta de la iglesia primitiva, de las primeras comunidades que se interrogaban sobre su propia identidad y la identidad profunda del maestro y profeta de Nazaret.

 

¿Cómo comprender hoy esta respuesta de Pedro y de la comunidad de Mateo?

Jesús es el enviado, es el Hijo del Dios vivo.

Jesús nos revela al Dios de la Vida y que es Vida.

En su identidad nos encontramos todos. Lo que Jesús nos revela es también nuestra propia identidad.

Somos hijos, hijos del Dios de la Vida, hijos de la Vida que es Dios.

Somos – como Jesús – expresión única y original de la Vida de Dios en este mundo.

Este es el gran y único mensaje del cristianismo y de todas las religiones y tradiciones espirituales, cada una a su manera, con su matiz y a partir de sus coordenadas historicas y culturales.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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