viernes, 30 de abril de 2021

Juan 15, 1-8

 

 

Yo soy la vid, ustedes los sarmientos” (15, 5): la vid y los sarmientos, ¿son una sola cosa o son dos?

Ni una, ni dos. Son no-dos.

Esta metáfora tan bella y tan conocida nos abre a la clave del salto de conciencia que se está abriendo camino: la no-dualidad.

Otra metáfora muy usada es la de la ola y el océano: ni uno, ni dos.

 

¿Cómo explicar o expresar lo que es la no-dualidad?

Es algo difícil, que solo puede ser dicho a través de metáforas o símbolos.

Porque justamente la no-dualidad “rompe” con el esquema mental y racional y con la lógica a la cual estamos acostumbrados.

 

Escuchamos dos intentos de explicación de dos filósofos españoles:

 

Antonio Blay afirma: “Solo hay una Realidad. Pero no la vivimos directamente, sino a través de la mente, y la mente la fracciona: cuando la ve dentro, la llama «yo»; cuando la ve fuera, la llama «mundo»; cuando la ve arriba, la llama «Dios»”.

Mónica Cavalle por su parte nos dice: “La expresión “no-dualidad” alude a la intuición y a la constatación vivencial de que el fondo de la realidad es no-dual, es decir, de que, en su última raíz, no hay separación ni dualidad entre el fundamento de la realidad, lo Absoluto, y el mundo, ni entre lo Absoluto y el yo, ni entre el yo y los otros, como no la hay entre el percibidor y lo percibido, el sujeto y el objeto. Si bien en ningún caso los no-dualismos niegan que la dualidad sea la lógica propia del mundo relativo, consideran que la visión no-dual es la modalidad más profunda y radical de experimentar la realidad.

 

Si queremos salir de los conceptos, la poesía nos abre con más facilidad la puerta de la intuición.

Uno de los más grandes poetas no-duales es el místico sufí Rumi:

 

¡Oh, Dios grande!,

mi alma con la tuya se ha mezclado,

como el agua con el vino.

¿Quién puede separar el vino del agua?

¿Quién, a ti y a mí, de nuestra unión?

Tú te has convertido en mi yo más grande:

ya no quiero volver a ser el pequeño yo.

 

El texto del evangelio que hoy reflexionamos es un texto profundamente místico que apunta a la visión no-dual.

Desde siempre la mística – de todas las latitudes y tradiciones – tiene un marcado acento no-dual. Porque la mística justamente vive de la unidad y apunta a la unidad. La mística busca la unión con la divinidad, respira lo Uno y vive de lo Uno.

 

Jesús sin duda fue un místico: experimentó la plena unidad con Dios y nos invita a entrar en su experiencia: “El padre y yo somos una sola cosa” (Juan 10, 30).

Hay un verbo en nuestro texto que nos puede ayudar a comprender esta tema y, sobre todo a vivirlo.

Es el verbo: “permanecer”. Es uno de los verbos más queridos y más usados por el evangelista Juan. Para él, “permanecer en Dios” (permanecer en el amor) es la síntesis de la vida cristiana.

Y - ¡o casualidad! – es también la síntesis de todas las religiones y tradiciones espirituales de la humanidad. La cumbre de la experiencia espiritual a la cual invitan todas las religiones es la plena comunión y unidad con la divinidad: ¡Vivir en Dios!

No soy yo que vivo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20) afirma San Pablo.

Esto es valido para todos y no es un logro individual fruto de nuestros esfuerzos o virtudes. Es lo que somos.

Los esfuerzos que se nos piden son para tomar conciencia de nuestra verdadera identidad: Uno con la divinidad. Uno con Cristo.

El camino ascético – con su parte de esfuerzo y disciplina – sirve esencialmente para purificar la mente y des-aprender, para que podamos conectar con la común y maravillosa identidad: la única Fuente, el Misterio sin nombre, el Amor eterno.

Es el “Yo Soy” de Jesús (Jn 8, 58).

Este el salto de conciencia en el cual estamos entrando colectivamente y no habrá vuelta atrás.

Ser conscientes de todo eso y comprometernos en este camino acelerará el desarrollo de la conciencia humana con los respectivos y ansiados frutos: paz, alegría, comunión, fraternidad.

 

Respiro en calma y percibo la Vida Una,

me hundo en el silencio y encuentro la Fuente.

Me entrego sereno al fluir amoroso de la Vida,

y me percibo Uno con lo divino.

De la mano el silencio me lleva y siento;

siento el Amor Uno que me vive

y el Espíritu Uno que me respira.

 

 

 

 

 

  

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