sábado, 17 de abril de 2021

Lucas 24, 35-48



 

En este tercer domingo de Pascua seguimos con los relatos de apariciones. Esta vez es Lucas que nos da su versión y su interpretación de la experiencia de la resurrección.

También Lucas usa el recurso de las emociones para compartir la experiencia del Resucitado. Se reiteran – como en el caso de Juan – la paz y la alegría. Lucas añade también otras emociones: miedo, dudas, turbación.

Me parece esencial – y hoy quiero centrarme en eso – el versículo 45: “Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras”.

Una de las claves del camino espiritual es la apertura de la mente y la comprensión.

Sin duda los discípulos experimentaron – después de la resurrección – un salto de calidad en su comprensión de la vida y del mensaje de Jesús y en su comprensión del Misterio de Dios.

Es el Espíritu – esta Presencia misteriosa de Dios en nuestros corazones – que nos abre la inteligencia y nos hace comprender.

Inteligencia y comprensión se refieren claramente al tema del conocimiento.

Son dimensiones que viven una circularidad amorosa: cuanto más se abre la inteligencia, más comprendo y más conozco.

En la historia del cristianismo y de la iglesia el “conocimiento” – gnosis en griego – fue visto con sospecha y la iglesia rechazó al movimiento gnóstico como herético.

El gnosticismo señala el camino del conocimiento espiritual como lugar de salvación, mientras que la iglesia defendía (y defiende) que la salvación proviene de la muerte y resurrección de Jesucristo y que la revelación se terminó con el libro del Apocalipsis.

Más allá de desviaciones y fanatismos de las dos partes, las dos posturas son plenamente reconciliables y se pueden fecundar recíprocamente.

Como siempre ocurre el nudo inextricable está en el dualismo. Cuando – desde la experiencia y la visión de lo Uno – trascendemos el dualismo y lo integramos, todo se convierte en armonía y suprema belleza.

Se abre la verdadera comprensión.

Es sumamente interesante subrayar que Jesús en el evangelio nos habla, repetidas veces, de la importancia de la comprensión.

El ser humano quiere comprender y está llamado a la comprensión, asumiendo las limitaciones de nuestra finitud.

Ya el apóstol Pedro había entendido el alcance del asunto: “Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen” (1 Pe 3, 15).

“Dar razón” – explicar y compartir – surge de la comprensión y del conocimiento, obviamente.

Nuestro texto de hoy es también muy claro: el Resucitado abre la inteligencia para que los discípulos lleguen a comprender.

 

El camino espiritual es un camino de conocimiento y comprensión.

Afirma el teólogo franciscano español Diego de Estella (1524-1578): “Del conocimiento de Dios nace el conocimiento de sí; y del conocimiento de sí, el conocimiento de Dios.

Oponer “salvación en Cristo” y “conocimiento” es – a mi parecer – uno de los graves errores que, entre otras cosas, nos llevó a la actual y bendita crisis. Es la misma e ilusoria dualidad que vemos entre “interior” y “exterior”: en realidad no hay oposición; son las dos caras de lo mismo.

El tema del “conocer” es uno de los temas centrales de la Escritura y tiene una relación indisoluble con el amor. La Biblia nos dice que amar es conocer y conocer es amar. No existe dualidad.

Tan fuerte es el tema del conocer que el hebreo lo asocia a la relación sexual: perfecta unidad.

Adán conoció a Eva, su mujer, y ella concibió y dio a luz a Caín” (Gen 4, 1).

 

Entremos entonces en el hermoso camino del conocimiento: de uno mismo y de Dios. Las dos caras del mismo conocer.

Toda la mística – cristiana y no cristiana – recorrió y recorre este camino.

El silencio es la guía interior por excelencia.

El Silencio es el maestro que nos conduce – humildemente y con la mente abierta – a descubrir las maravillas del Misterio de Dios.

El Silencio es el antídoto para el fanatismo y la intolerancia.

En este Silencio vive y actúa el Espíritu. El mismo Espíritu que es nuestra esencia y donde nos descubrimos Uno con Dios.

 

 

 

 

 


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