viernes, 19 de noviembre de 2021

Juan 18, 33-37

 


 

Dentro del proceso a Jesús en el evangelio de Juan, ocupa un lugar central el tema de la verdad.

La verdad es uno de los grandes ejes del cuarto evangelio. Tenemos citas memorables y centrales que se refieren a este tema tan esencial:

La verdad los hará libres” (8, 32)

Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6)

 

El gran desafío se concentra y resume en la pregunta de Pilato a Jesús que sigue a nuestro texto de hoy: “¿Qué es la verdad?” (18, 38).

Pilato no espera para escuchar la respuesta de Jesús. Tal vez no quiso escuchar y tampoco sabemos si Jesús hubiera o no respondido.

 

¿Qué es la verdad?

Es la pregunta central de la historia de la filosofía y de la búsqueda de las religiones y tradiciones espirituales.

Nuestro texto asocia el tema de la verdad a la imagen de Jesús como rey. Es el versículo que cierra el texto: “yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad” (18, 37).

 

¿Cuál es la relación entre “rey” y “verdad”?

Un rey es alguien que no depende de los demás, es dueño de su territorio, tiene dominio y poder absoluto.

Me parece descubrir una hermosa clave de lectura: Jesús es rey porque es dueño de sí mismo y es dueño de sí mismo porque conoce su verdad y es fiel a esta verdad.

Jesús no se cree dueño de “La Verdad”, sino testigo. Jesús es tan honesto y sincero consigo mismo que puede ser “testigo de la verdad”.

¿Cuál verdad? La suya, su propia experiencia, su visión.

Jesús sabe que “La Verdad” es inaprensible, inafferable; porque “La Verdad” en sentido estricto, es Dios mismo.

¿Y qué ser humano puede ser tan soberbio y pretensioso de querer abarcar y comprender la infinitud de Dios?

El ser humano no tiene acceso a “La Verdad”, sino tiene acercamientos desde distintas perspectivas.

Por eso que no podemos encerrar a “La Verdad” en conceptos, dogmas y doctrinas: es totalmente absurdo y también la tradición de la iglesia lo afirma y reitera.

Afirma, por ejemplo, San Agustín: “Estamos hablando de Dios, ¿qué tiene de extraño que no lo comprendas? Pues, si lo comprendes, no es Dios. Antepón la piadosa confesión de tu ignorancia a una temeraria profesión de ciencia. Tocar en alguna medida a Dios con la mente es una gran dicha; en cambio, comprenderlo es absolutamente imposible” (Sermón 117).

Todo lo que los conceptos y el lenguaje pueden decir son simples y humildes pistas, son “el dedo que apunta a la luna”, pero no la luna; son el mapa, no el territorio.

Un mapa me ayuda a moverme y ubicarme, pero no es en absoluto el territorio. Confundir “mapa” con “territorio” es la gran equivocación en la cual cayeron y caen las religiones; confusión que genera fanatismos, intolerancia, violencia, discriminación.

 

Por eso que La Verdad siempre se nos escapa, siempre hay que buscarla humildemente y cuando creemos haberla atrapado nos encontramos desnudos otra vez.

Como afirma el poeta: “Tu verdad no, la Verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela” (Antonio Machado).

 

De todo esto sacamos unos criterios fundamentales en nuestra amorosa búsqueda de “La Verdad” y “las verdades”:

 

·     La verdad tiene que ver con la totalidad, no con lo parcial. Algo parcial no puede ser totalmente verdadero. Nuestro acercamiento a La Verdad es siempre desde una perspectiva: ampliar y asumir distintas perspectivas nos da un acercamiento más real e integral.

·     La verdad tiene que ver con “lo que es”. “Lo que es” es lo que hay, aquí y ahora. La verdad es lo real y lo real es lo verdadero. La verdad de este momento es tu estado de animo, tu entorno y la lectura de estas líneas.

·     La verdad tiene que ver con la experiencia personal y subjetiva. Solo la fidelidad a tu experiencia te abre a La Verdad.

·     La Verdad, por otro lado, siempre supera y trasciende la experiencia personal y subjetiva. Esta es la dimensión paradójica de la verdad. Por eso afirma brillantemente el físico cuántico Niels Bohr: “El opuesto de una frase correcta, es una frase errónea. Pero el opuesto de una verdad profunda, puede muy bien ser otra verdad profunda.

 

Toda esta reflexión nos invita al silencio. Frente a “La Verdad” lo mejor es siempre el silencio; un silencio que no es pasividad, sino un silencio que es reconocimiento de nuestra finitud, un silencio que es humilde apertura y serena búsqueda.

Por eso que tal vez ni Pilato ni Jesús se atrevieron a discutir sobre la verdad; desde posturas completamente distintas sobre la vida, los dos callaron. Y le embocaron.

 

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