sábado, 6 de noviembre de 2021

Marcos 12, 38-44

 

 

El evangelio – todo lo sabemos y mucho también se reitera – “es” o “puede ser” (dependiendo de nuestra apertura y recepción), un mensaje de vida para nosotros hoy.

El gran peligro y el gran riesgo es la manipulación de los textos: lo que “nos sirve” lo tomamos y lo que no, lo encerramos en una historia ya pasada.

Ocurre claramente con el texto de hoy.

La critica muy dura de Jesús a los escribas y a su superficialidad y apariencia, la encerramos en su contexto histórico y la reservamos a los escribas y fariseos del tiempo de Jesús… ¡y no nos damos cuenta que caímos en lo mismo!

Eso ocurre especialmente a los que detienen la autoridad en la iglesia: vestimentas especiales, lugares especiales en reuniones, títulos redundantes, primeros puestos en los templos: ¡Se repite lo mismo! … más allá de las intenciones individuales que pueden ser muy buenas.

Obviamente se justifica todo desde elucubraciones teológicas y/o pastorales o haciendo hincapié en el tema de los signos. Creo que no es honesto y el momento actual nos invita a un cambio radical. Además parece evidente que para Jesús y el evangelio los signos no son exteriores, sino interiores: el amor, la alegría, la paz.

Afirma lucidamente Enrique Martínez Lozano: “¿qué sentido tiene que, todavía hoy, la jerarquía de la iglesia siga vistiendo capisayos que producen vergüenza ajena y que, para más inri, tienen su origen en los que vestían los poderosos del Imperio romano? Indudablemente, la resistencia a abandonarlos, parece indicar la necesidad, consciente o inconsciente, de manifestar una posición de poder.

La iglesia está en tiempo de Sínodo – “caminar juntos” – y es la gran oportunidad para implementar cambios estructurales y volver a la frescura del evangelio.

 

En nuestro texto Jesús critica a la simple forma exterior, a una religiosidad aparente y desconectada de la vida.

Por otro lado Jesús alaba a la viuda; una pobre viuda que entrega lo poco que tiene y lo mucho que es. El escriba entrega apariencia y superficialidad; la viuda entrega el ser, lo que es. ¡Maravilloso!

 

Para no caer en la hipocresía y en la tentación del juicio necesitamos dar un paso más.

El “escriba” y la “viuda” conviven en nuestro interior, como la luz y la sombra.

“Escriba” y “viuda” son símbolos del ego y del ser, símbolos de lo superficial y efímero y de lo profundo y eterno.

El proceso de crecimiento consiste en reconocer el “escriba” que vive en nosotros y trascenderlo para conectar con la “viuda”, nuestro ser verdadero y autentico.

Somos “la viuda”: extrema pobreza y fragilidad que se entrega total y radicalmente.

La pobreza que todos experimentamos es una invitación a una entrega generosa de nuestro ser. Es una invitación a darnos cuenta del amor que somos y que nos habita.

¿Por qué la pobre viuda da todo?

Porque se vive desde otra plenitud que la habita: en ella “todo” y “nada” coexisten.

Esa es la paradoja del amor: sumamente frágil y vulnerable y sumamente poderoso.

Cuando entregamos nuestra pobreza y nos vivimos desde el amor que nos habita nos volvemos luminosos y poderosos.

La cruz del maestro es el mejor ejemplo: la máxima desnudez y pobreza se convierte en una luz indefectible y salvadora.

 

 

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