sábado, 30 de octubre de 2021

Marcos 12, 28-34

 



 Estamos en el corazón del evangelio. Estamos en el centro, en el eje, en el meollo de la cuestión.

¿Cuál es el primero de los mandamientos?”: es la pregunta directa y fundamental que le hacen a Jesús.

 

El texto de hoy nos revela una de las facetas más lindas del judaísmo del primer siglo y de la esencia misma del judaísmo: la búsqueda de la mejor interpretación de la Torá. Los debates entre fariseos buscaban encontrar el sentido más profundo de la ley y todos podían debatir y opinar con absoluta libertad, ya que no había una autoridad que controlaba y censuraba.

Esto, lamentablemente, no ocurre en nuestra iglesia, donde una autoridad mal entendida, vigila, controla, censura.

Hay que volver a la libertad del maestro: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu.” (Jn 3, 8).

 

Volvamos con apertura y serenidad a la pregunta que nos convoca:

¿Cuál es el primero de los mandamientos?

Jesús, desde su experiencia del Padre, interpreta que el mandamiento clave es el amor. Amar a Dios y amar al prójimo conforman el único y gran mandamiento.

El escriba que hizo la pregunta queda conforme con la interpretación del maestro y Jesús queda también contento.

El gran tema, muy actual y perenne, es el siguiente:

¿Qué es el amor? ¿Qué significa amar?

Parece fácil, pero no lo es, en absoluto.

La palabra “amor” necesita descanso y purificación.

Todos hablan de amor, todos quieren ser amados y amar: es el gran aprendizaje de la existencia. A menudo le erramos al blanco y ahí generamos sufrimiento. El teólogo Karl Rahner afirmaba que muchas veces lo que llamamos “amor” es un “egoísmo que sabe comportarse decentemente”.

 

“Amar” no se es y no se reduce a compartir la vida con una persona o a tener relaciones sexuales.

“Amar” no se es y no se reduce a sentir sentimientos de amor hacia nuestros seres queridos.

“Amar” no se es y no se reduce a un activismo exacerbado para ayudar a los demás.

“Amar” no se es y no se reduce a sentirse bien consigo mismo y hacer todo tipo de cursos de crecimiento personal.

“Amar” no se es y no se reduce a decir siempre que “si” y a evitar conflictos.

“Amar” no se es y no se reduce simple y solamente en “dar” ni simple y solamente en “recibir”.

 

El amor y el amar se escapan a nuestros deseos compulsivos de control y manipulación. El “amor” se esfuma de entre las manos y el corazón cuando creemos haberlo “atrapado”.

El amor es el Misterio de la vida y de la existencia. El amor es siempre mucho más de lo que pensamos y creemos. El amor nos descoloca continuamente.

 

Para intentar comprender un poco más este Misterio propongo sustituir la palabra “amor” con otras tres: aceptación, atención, comprensión.

Si nos comprometemos en vivir estas tres dimensiones sin duda alcanzaremos una vivencia más profunda del amor.

 

Aceptación”: el amor es el fondo último de lo real, es la esencia de todo. Si este mundo con todo lo que es y contiene surge constantemente de las manos de Dios la única actitud correcta es la aceptación. Aceptar “lo que hay”, es aceptar “lo que es”. La aceptación nos abre a la visión y comprensión de que todo es revelación del Amor. No me crean: experimenten ustedes mismos.

 

Atención”: estar atentos es un ejercicio de consciencia. Cuando estamos atentos a la vida, a lo que ocurre “adentro” y “afuera” de nosotros estamos amando y estamos en el amor. Amar es “estar atento”. No me crean: experimenten ustedes mismos.

 

Comprensión”: el budismo nos da un gran aporte en este sentido, ya que insiste mucho en el hecho de que no se puede amar sin comprender. El amor surge de la comprensión. Solo se puede amar desde una comprensión profunda de nosotros mismos y del otro. No se nos ahorra el esfuerzo de la comprensión. No me crean: experimenten ustedes mismos.

 

Un ultimo y fundamental paso.

Jesús, respondiendo al escriba, cita el famoso Shemá Israel: “Escucha Israel”. No hay amor sin escucha, porque la escucha nos abre a la gratuidad, al don. El primer paso es “darse cuenta” del don, recibir, abrir las manos y el corazón. Por eso que Jesús insiste en la gratuidad: “Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente” (Mt 10, 8).

Desde la escucha, la aceptación, la atención y la comprensión crecemos en la armonía y la belleza, crecemos en el “camino del medio” que desde siempre los sabios indican como el camino de la plenitud del amor.

Los extremismos siempre nos alejan del amor. El camino del medio, el camino de la integración serena y constante de lo real, nos lleva al Centro.

Un Centro invisible y misterioso. Un Centro de una belleza indescriptible. Un Centro donde todos nos encontramos.

El Centro es Uno y Único. Por eso que la experiencia clave del amor siempre tiene que ver con lo Uno y la unidad.

Cuando “me percibo uno” con los demás y con el universo entero, no solo “estoy en el amor”, sino “soy amor”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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