Santiago y Juan le piden a Jesús un puesto especial, algún tipo de privilegio.
El evangelista es honesto y no teme dejar en ridículo a dos de los principales apóstoles del maestro; por eso es muy probable el fundamento histórico de este acontecimiento u otros por el estilo. Mateo intentará suavizará la imagen de Santiago y Juan diciendo que fue la madre de los apóstoles la que pidió privilegios para sus hijos (Mt 20, 20-23).
La ambición, la búsqueda de privilegios y la necesidad de sentirse especial acompañan al ser humano desde siempre. Es parte de nuestro ego, una parte que pide ser reconocida, asumida y trascendida.
La historia de la iglesia y del cristianismo está repleta de estas oscuridades que poco o nada tienen que ver con el evangelio.
El Papa Francisco insiste mucho en la necesidad de dejar la ambición y el “carrerismo” que afectan profundamente a la vida de la iglesia.
Seguimos todavía enredados en los títulos, la búsqueda de algún privilegio, el deseo de nombramientos y de roles.
Curas que desean ser obispos, obispos que desean ser cardenales y cardenales que desean ser papa… también laicos y laicas que piden reconocimiento y roles privilegiados… buscamos poner algún titulo delante de nuestro hermoso nombre o destacarnos en algún aspecto.
Obviamente nadie (o casi nadie…) lo reconoce abiertamente, pero las actitudes a menudo lo delatan o lo hacen sospechar. Con frecuencia estas absurdas ambiciones están tan entreveradas con lo inconsciente que ni la propia persona se puede dar cuenta.
Jesús se sorprende del pedido de Santiago y Juan: “No saben lo que piden” (10, 38).
Respuesta tajante de Jesús que resuena con sus palabras en la cruz: “no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
“No saben”: el problema es siempre la inconsciencia. El termino original en griego hace referencia al ver, a la vista. Se sabe y se conoce lo que se ve: “ver” es “conocer”. Por eso desde siempre la consciencia está relacionada a la visión y a la luz.
Santiago y Juan no están viendo. Los que asesinan a Jesús no están viendo. Todos ciegos, todos inconscientes.
El camino es siempre un camino desde la consciencia, hacia la consciencia.
Jesús conoce las ataduras del ego y por eso responde con paciencia y con otra pregunta: es la sabiduría de los grandes maestros que intentan despertar a sus discípulos a través de preguntas.
Parece que la clave de la sabiduría se encierra en las preguntas y no en las respuestas. “Hacerse” y “hacer” las preguntas correctas es lo fundamental.
Los otros diez apóstoles se indignan con Santiago y Juan: parece que tampoco ellos son conscientes y que tampoco entendieron el mensaje de Jesús.
Jesús los reúne a todos y les habla del servicio.
El maestro de Nazaret usa el ejemplo de los gobernantes y jefes de naciones; pasaron dos mil años y el ejemplo sigue vigente.
Aprendimos poco. Los gobernantes en muchos casos siguen actuando desde el poder y la búsqueda de privilegios y la política sigue siendo un instrumento para dominar y enriquecerse.
La vocación de servicio de la política y de todo político sigue – en general – en el debe. El sistema democrático no resolvió la tendencia de la política al enriquecimiento, a la búsqueda del poder y a la corrupción.
Los cristianos y especialmente los que tienen algún tipo de autoridad en la iglesia estamos llamados a iluminar a la política desde el servicio concreto y desinteresado.
Servir desde lo cotidiano, lo sencillo, lo pequeño.
Servir desde el anonimato, sin honores ni títulos.
Servir desde Jesús y como Jesús.
Como afirma bellamente José Antonio Pagola: “El verdadero modelo es Jesús. No gobierna, no impone, no domina ni controla. No ambiciona ningún poder. No se arroga títulos honoríficos. No busca su propio interés. Lo suyo es servir y dar la vida.”
¿La iglesia no tendrá que cambiar algo?
Hay un famoso refrán que dice: “Ecclesia semper reformanda est”: la iglesia siempre está en proceso de reforma.
En este cambio de época el llamado a la reforma es urgente. El estancamiento de la iglesia y de las religiones tradicionales es notorio y profundo.
Necesitamos volver al evangelio, dejando muchas estructuras y el apego a doctrinas y dogmas.
Necesitamos menos reuniones y más fraternidad.
Necesitamos menos documentos y más cenas compartidas.
Necesitamos menos palabras y más silencio y espiritualidad.
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