El texto de hoy es bastante complejo.
Hay que evitar una lectura literal y fanática del texto que, sin duda, nos llevará por mal camino.
En primer lugar hay que ser conscientes que detrás de los textos está la interpretación del evangelista, su visión teológica y el mensaje que quiere transmitir.
En segundo lugar hay que ubicar los textos en su contexto histórico, cultural y religioso.
Aplicar al hoy y “al pie de la letra” unas supuestas palabras de Jesús es ingenuo y peligroso, hasta puede llegar a ser paradójicamente anti-evangélico y con frecuencia genera sufrimientos a las personas. Recordamos la invitación de Pablo: “Él nos ha capacitado para que seamos los ministros de una Nueva Alianza, que no reside en la letra, sino en el Espíritu; porque la letra mata, pero el Espíritu da vida” (2 Cor 3, 6).
También podríamos preguntarnos: ¿por qué algunas supuestas palabras de Jesús las queremos aplicar al pie de la letra y por qué otras no?
Si usamos el criterio de la aplicación literal de las palabras del evangelio tendríamos que ser coherentes y aplicar también estas: “Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible” (Mc 9, 43).
El tema, como queda evidente, es mucho más complejo y por eso requiere estudio, discernimiento, oración. Y, sobre todo, conexión con el Espíritu.
Quiero centrarme hoy sobre una expresión que me parece central: la “dureza de corazón” (10, 5).
El termino griego – sclerocardía – expresa justamente un corazón cerrado, obstinado, esclerótico, sin flexibilidad.
En Proverbios 28, 14 se traduce justamente como “obstinado”: “Feliz el hombre que siempre teme al Señor, pero el obstinado caerá en la desgracia.”
El profeta Ezequiel dice así: “Pero el pueblo de Israel no querrá escucharte, porque no quieren escucharme a mí, ya que todos los israelitas tienen la frente dura y el corazón endurecido” (3, 7).
En Deuteronomio 10, 16 se puede leer: “circunciden sus corazones y no persistan en su obstinación.”
La dureza de corazón es un tema constante en la Escritura y en la conversión del corazón se centra toda la pedagogía de Dios para con su pueblo.
Sin duda Jesús – en la controversia de nuestro texto – tenía presente uno de los textos más importantes y hermosos de los profetas: “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (Ez 36, 26).
Cambiar el corazón: un proceso que dura toda la vida.
El corazón en muchas tradiciones es el símbolo de la interioridad del ser humano, de su esencia; y también es la sede de los sentimientos y del conocimiento.
¿Cómo se transforma el corazón?
¿Cómo pasar de un corazón “de piedra” a un corazón “de carne”?
Tal vez el primer paso es, como siempre, una toma de conciencia: nuestro corazón es “de carne” desde siempre. Viene “de fabrica” así.
El amor, la bondad, la compasión, la sensibilidad ya las tenemos. Conectar con nuestra esencia amorosa es el primer paso.
La dureza y el corazón “de piedra” se fueron armando con el tiempo. Nuestras heridas de la infancia, los dolores y las dificultades de la vida fueron tapando y obstruyendo el corazón “de carne”.
El proceso es siempre el del regreso, de volver a Casa.
Sin duda el Espíritu nos está impulsando desde dentro a este regreso. Las palabras del místico sufí Rumi pueden ayudar: “Tu tarea no es buscar el amor, sino buscar y encontrar las barreras dentro de ti mismo que has construido contra él.”
En segundo lugar es fundamental un camino de autoconocimiento, tanto a nivel más estrictamente psicológico, como a nivel espiritual.
No hay crecimiento sin conocimiento. Por eso es fundamental dedicar un tiempo de calidad a nosotros mismos.
Por último sugiero encontrar unas herramientas concretas que nos ayuden en el doble camino del despertar de la conciencia y del autoconocimiento.
En particular recomiendo el silencio y la meditación. Podemos agregar con fruto la reflexión, el estudio, el compartir con otros, el arte en general.
Este camino nos llevará a experimentar lo que Rumi expresó maravillosamente: “Mi religión es el amor, cada corazón es mi templo”.
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