sábado, 18 de junio de 2022

Lucas 9, 11-17

 


En esta fiesta del Corpus Christi, se nos presenta el texto de la multiplicación de los panes en la versión de Lucas.

Jesús es el hombre compasivo. La compasión es, sin duda, uno de los ejes de todas las religiones y de las tradiciones espirituales de la humanidad.

Jesús se conmueve frente a la gente enferma, sola, hambrienta. Lo mismo le había pasado, 500 años antes, a Siddharta Gautama, el Buda.

Lo mismo ocurrió a miles de personas a lo largo de la historia y lo mismo estamos llamados a experimentar y a vivir.

¿Qué es la compasión?

De su etimología podemos decir que significa “padecer-con”, o “sentir-con”. Compasión es dejarse afectar por el dolor del otro. Compasión es dejarse cuestionar por el sufrimiento de todos los seres sintientes, no solo de los seres humanos.

La auténtica compasión no tiene nada que ver con la lastima o una ayuda fácil, exterior, puntual.

La auténtica compasión nace de la comprensión.

La comprensión profunda, interna y radical de la unidad: “el otro soy yo”. Por eso la compasión es siempre silenciosa, alejada del ruido y de los aplausos; y por eso la compasión es siempre horizontal: la compasión se solidariza desde una profunda igualdad y no desde una supuesta superioridad. La compasión agradece la posibilidad de ser compasivos.

 

Podemos leer todo el evangelio y toda la enseñanza de Jesús a la luz de la compasión.

En nuestro texto la compasión de Jesús se hace concreta y se hace alimento: pan y pescados.

Pero la compasión es también el alimento para el alma, no solo para el cuerpo: “No de solo pan vive el hombre” y es bueno recordarlo.

Hoy en día la compasión está llamada a tomar la forma de la escucha, de la atención, de la apertura del corazón.

 

La compasión de Jesús, reflejada en nuestro texto, tienen tres ejes.

Jesús actúa con compasión desde la bendición, la humildad y la quietud.

La gente está con muchas necesidades, pero Jesús no se apura. Agradece y bendice. El apuro a menudo distorsiona la compasión y nos hace caer en las garras del ego. Bendecir nos recuerda que la Fuente de la compasión es Dios mismo. Uno de los 99 nombres de Dios/Allah en el islamismo es justamente “El Misericordioso”.

La compasión de Jesús es humilde: le alcanzan cinco panes y dos pescados. No se necesitan grandes cosas o grandes capitales para vivir la compasión.

La misma compasión multiplicará el amor, la paz y la alegría y, a menudo, también lo material se multiplicará.

En tercer lugar, Jesús invita a todos a sentarse: la quietud y la paciencia nos abren a recibir el don, a ser conscientes de la compasión.

Sentarnos en silencio y quietud es un ejercicio de entrega y de gratuidad y nos ayuda a crecer en la consciencia del recibir. Todos estamos necesitados de compasión.

Recordemos la central sugerencia del Buda: “Si la compasión no te incluye a ti mismo, no es completa.

La compasión entonces se convierte en un importante criterio de nuestro camino espiritual y de la autenticidad de ese mismo camino.

Si nuestras practicas espirituales – oración, meditación, sacramentos, lecturas, encuentros, videos, retiros – no me llevan a la compasión, algo anda mal.

La compasión es la aceptación radical de nuestra vulnerabilidad y de la de los demás.

La compasión es la convicción del poder de la ternura por sobre la agresividad y la fuerza.

La compasión es la vivencia de un amor libre, sanador y reconciliador.

Dejemos que la compasión de Dios nos abrace.

Dejemos que nuestra compasión abrace al Universo entero y todo lo que en él vive y respira.

 

 

 

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