sábado, 10 de septiembre de 2022

Lucas 15, 1-10

 

 

El capítulo 15 de Lucas es una joya. Es el capítulo de la misericordia, una misericordia que nos sorprende. Las dos parábolas de hoy preceden la del “Padre misericordioso”, tal vez la más famosa, la más comentada y la más representada por los artistas.

 

Las parábolas de la misericordia de Lucas vierten sobre la perdida y la alegría del reencuentro.

La oveja y la dracma se perdieron y, al encontrarlas, explota la alegría.

 

La dimensión de la “perdida” y del “perderse” acompañan nuestras existencias y nuestra aventura humana.

Por eso, para Jesús, es una clave de comprensión de la vida y del crecimiento: “el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará” (Mc 8, 35).

 

Hay varias maneras de perderse y de estar perdidos y hay varias maneras de encontrarse. Tal vez en esta dinámica se juega nuestra existencia.

¿Cuántas veces nos hemos perdido en el camino de la vida?

¿Cuántas veces nuestras elecciones nos llevaron por caminos oscuros y desconocidos?

 

Perderse es necesario. Quien no se pierde no puede encontrarse y sigue siempre en el mismo punto. Quien se atreve a vivir la vida, se pierde.

Es la ley de la vida y del crecimiento.

En la dinámica del movimiento, del caminar y de la conversión entra necesariamente la experiencia de la perdida y del perderse.

 

Eso ocurre por la sencilla razón de nuestras limitaciones constitutivas. Somos seres imperfectos y limitados y nuestro crecimiento – y el camino hacia la alegría – pasan por el error y el extravío.

 

Así quiso Dios el misterio de la creación y por eso nuestra experiencia de perdernos está también recogida en el seno de Dios. ¡Nos perdemos en Dios!

Así que, al final, es un buen lugar para perderse… y para encontrarse.

Nos perdemos porque vivimos, porque buscamos.

Nos perdemos porque apreciamos el regalo de la vida.

Nos perdemos porque invertimos nuestros talentos y una inversión es siempre una apuesta y un riesgo.

Nos perdemos porque dejamos la seguridad de la orilla y seguimos la invitación del maestro: “navega mar adentro” (Lc 5, 4).

Perderse, entonces, no es solo entregar la vida, en el sentido de donarla; es también estar dispuesto a dejar las seguridades y aceptar la oscura experiencia de vivir sin brújula.  

 

Nos perdemos porque cada elección o decisión que tomamos en la vida está siempre hecha desde un nivel de consciencia, el “único y el mejor” que tenemos en el momento de decidir.

Cada decisión, por cuanto sus consecuencias sean aparentemente negativas, es siempre la decisión correcta, porque nos pone en el lugar exacto para nuestro aprendizaje.

Cuando estás perdido, estás siempre en el lugar correcto para aprender y para encontrarte.

Así que, al final, nunca estamos verdaderamente perdidos.

 

Reconocer con lucidez esta dinámica y asumirla nos instala en una profunda alegría.

 

La oveja y la dracma estaban en el lugar exacto para ser encontradas y su búsqueda sirvió de aprendizaje para el pastor, la mujer, la oveja y la dracma.

 

En el fondo, reconocer que estamos perdidos coincide, simultáneamente, con el encontrarnos.

 

La dinámica de la misericordia se instala cuando reconocemos nuestra fragilidad y nuestra “necesidad” de perdernos. No hay nadie “más perdido que otro”: cada cual está en el punto exacto para su caminar y su crecimiento.

 

La misericordia reconoce que las heridas del perderse no afectan a nuestra identidad profunda y más aún: la revelan. La misericordia sabe ver que en la fragilidad y en el perderse está la grandeza humana y por eso se arrodilla con ternura sobre al alma que sangra y las lágrimas amargas.

 

La misericordia sabe regenerar la alegría, porque es sus gestos es como si dijera: “hermano, hermana, ¡no estás tan perdido! ¡Estás caminando, estás en el lugar correcto!

La misericordia engendra alegría porque nos recuerda que nuestro perdernos es un “perdernos en Dios”, un perdernos en el Amor.

Nos perdemos en el Amor, pero el Amor no nos pierde: ahí radica la fuente de la alegría.

Ahí radica la necesidad de vivir la vida con pasión, asumiendo riesgos, amando nuestros extravíos.

Desde ahí surge la sonrisa que regalamos al que cree estar perdido y desde ahí se extiende la mano fuerte y generosa que tendemos al herido.

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios.:

Etiquetas