sábado, 3 de septiembre de 2022

Lucas 14, 25-33

 


 

Un texto interesante que vierte sobre dos ejes: la renuncia de sí mismo y el discernimiento.

Son dos elementos esenciales en el camino espiritual, en la comprensión del mensaje de Jesús y la vivencia concreta del evangelio.

 

Para comprender mejor lo que es y lo que significa la “renuncia de sí mismo”, empezamos por el discernimiento.

 

Antes que nada nos preguntamos:

¿Cómo crecemos? ¿Cómo crece una persona?

 

Esencialmente crecemos a través de dos caminos, a veces complementarios, otras veces excluyentes: el discernimiento y el dolor.

 

El discernimiento entra en juego cuando nos ponemos en camino, en búsqueda. El discernimiento se abre camino cuando tenemos el coraje de cuestionarnos, cuando nos abrimos a la novedad, cuando salimos de nuestra zona de confort.

El discernimiento va obviamente de la mano con el autoconocimiento: ¿Cómo puedo conocer lo que Dios me pide, si no me conozco? ¿Cómo crecer si no sé quién soy, si no conozco mis heridas, mis fragilidades y mis dones?

El proceso de discernimiento requiere tiempo, paciencia y a menudo un acompañamiento.

 

Cuando no entramos voluntariamente en un camino de discernimiento, aparece el dolor… ¡Gracias a Dios!

El dolor nos desinstala, nos hace mover.

Este dolor tiene muchos nombres: los golpes de la vida, las incomprensiones, la soledad, una enfermedad, una crisis existencial. Es la Vida que intenta decirnos algo, que quiere provocar nuestro crecimiento.

 

Hay una porción de dolor inevitable, pero muchas experiencias dolorosas nos las podríamos ahorrar si nos comprometemos en el discernimiento.

 

Si uno logra comprender por discernimiento los efectos negativos del alcohol, no tendrá que pasar por la dolorosa experiencia de la adicción, de los problemas de salud y de relaciones que genera el consumo del alcohol.

Si se logra comprender por discernimiento los efectos negativos de la ira y de no callar al momento correcto, nos evitaríamos muchos disgustos.

 

Con frecuencia los dos caminos se entremezclan y las experiencias dolorosas nos ayudan en el discernimiento y el discernimiento a veces nos hace pasar por experiencias dolorosas que, en este caso, son las que necesitamos para nuestro crecimiento y desarrollo.

 

Con esta luz podemos pasar al otro eje de nuestro texto:

 

¿Qué es la renuncia de sí mismo?

 

Lucas nos propone el discernimiento de Jesús: “cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (14, 33).

¿Qué significa esta frase tan contundente?

 

Si la tomáramos al pie de la letra, los verdaderos discípulos de Jesús a lo largo de la historia, se contarían en unas pocas decenas…

 

Sin duda se puede comprender “espiritualmente”: la renuncia sería el desapego.

 

Hay otro nivel de comprensión más profundo y que nos puede dar unas pistas esenciales para nuestro caminar.

 

La renuncia a sí mismo, el cargar la cruz, el poner en segundo plano nuestros afectos revelan y apuntan a una identidad más profunda y más real.

 

¿Puedo renunciar a mi ser, a mi esencia, a mi verdad más profunda?

 

Sin duda que no. No podemos renunciar a lo que somos: sería el aniquilamiento y un desprecio a la creación de Dios.

 

La renuncia es la renuncia a identificarnos con lo que no-somos, con aspectos secundarios y transitorios – por cuantos importantes sean en nuestra existencia – de nuestra persona.

 

Nuestra identidad profunda va más allá de nuestra personalidad, de los bienes, de los afectos; va más allá de todo lo que es pasajero, cambia, muere.

Esta es la clave. Es la clave de toda la mística de todas las tradiciones.

Cuando renuncio a identificarme con dimensiones transitorias, conecto con mi verdadera y eterna identidad; desde ahí puedo vivir todo lo que la vida me regala, con sumo agradecimiento, alegría, liviandad y soltura.

 

 

 

 

 

 

 

No hay comentarios.:

Etiquetas