sábado, 8 de octubre de 2022

Lucas 17, 11-19

 


 

Escribe el filósofo cristiano danés, Soren Kierkegaard: “Todo el que de verdad quiere tener relación con Dios y frecuentarlo no tiene más que una sola tarea: la de estar siempre alegre.”

 

A un nivel más superficial no podemos o no logramos estar siempre alegres, especialmente cuando el dolor del otro nos afecta.

 

Pero sin duda Kierkegaard está hablando de una alegría más profunda, más rotunda y esencial.

Es la alegría que surge de la gratitud, del vivir agradecidos. Es también la alegría de la compasión, tan bien expresada en nuestro texto de hoy.

 

La gratitud es el tema portante del texto. De los diez leprosos que Jesús sana, solo uno vuelve a agradecerle, y además es el samaritano, el extranjero, el marginado. Este agradecimiento revela la plenitud de la salvación: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado” (17, 9).

Qué mensaje tan extraordinario y revolucionario: ¡la gratitud nos sana!

Afirma José Antonio Pagola: “Todos los leprosos han sido curado físicamente, pero solo el que ha vuelto a Jesús dando gracias ha quedado salvado de raíz”.

 

El samaritano agradecido vuelve cantando a Dios en voz alta, gritando su alegría, saltando de gozo. Una escena para imaginársela y contemplarla.

 

¡Alegría profunda y agradecimiento van de la mano!

 

¿De dónde surge la gratitud?

 

Surge de la comprensión y de la visión de que todo es un don.

Todo es gracia”, afirmaban Teresita de Lisieux y el escritor francés Georges Bernanos.

 

“Todo es gracia”: comenzando por el ser. Somos. En el Misterio de Dios, somos. ¡Ya solamente esto es alucinante!

 

Ser, y nada más. Es la absoluta dicha”, dice Jorge Guillén.

 

Desde “el ser”, todo se percibe como don y se percibe más que nada, a partir de la vida. Participamos de la única Vida, de la Vida Una: “en el vivimos, nos movemos y existimos”, afirma San Pablo.

 

La Vida nos vive y, por ende, todo es regalo.

 

Enraizados en el Ser y en la Vida, descubrimos y conectamos con nuestra verdadera y eterna identidad.

Nuestra identidad está siempre a salvo, siempre plena, siempre luminosa.

¿Por qué?

Porque hunde sus raíces en el Misterio de Dios y no tiene que ver con una identidad superficial y pasajera.

 

Enraizados en esta gratitud, podemos descubrir la belleza que nos rodea, podemos agradecer por todo y por todos. Aprendemos a ver lo positivo y lo bello en todo. Aprendemos a agradecer también por las dificultades y los dolores, porque logramos ver el amor que se esconde detrás y lo que nos enseñan y nos hace crecer.

 

¡Qué hermoso y fecundo, vivir siempre en estado de gratitud y agradecimiento!

 

Es la más profunda y bella vocación humana y cristiana.

 

Como afirma San Pablo en la carta a los efesios: fuimos creados para alabanza de la gloria de su gracia” (Ef 1, 6).

 

Nuestra vida es un canto a Dios, aunque no seamos conscientes.

Nuestra vida es alabanza y gratitud; porque nuestro existir y nuestra vida es siempre revelación del Misterio de Dios, de su luz y de su amor.

 

¡Qué nuestro corazón cante agradecido!

¡Qué nuestra vida sea un canto de alabanza y gratitud!

 

 

 

 

No hay comentarios.:

Etiquetas