Son dos los temas centrales del texto evangélico de este domingo: la oración y la justicia.
Jesús enseña a sus discípulos – así lo refiere Lucas – que “es necesario orar siempre sin desanimarse”.
Esta invitación del maestro inspiró sin duda a San Pablo en su carta a los tesalonicenses: “Oren sin cesar” (1 Tes 5, 17).
¿Cómo orar sin cesar?
¿Cómo hacer de la oración el eje de nuestro diario vivir?
Son las fundamentales preguntas que dan comienzo al bellísimo librito “Relato de un peregrino ruso”:
“El domingo 24 después de la Trinidad, entré en la iglesia a orar, mientras se recitaba la liturgia. Leían la carta del apóstol Pablo a los Tesalonicenses, en aquel versículo donde se dice: «Oren sin cesar». Esta palabra penetró en mi alma, muy profundamente. Entonces me pregunté cómo sería eso posible. ¡Orar sin cesar! Cada uno de nosotros tiene que atender a múltiples ocupaciones para poder mantenerse en la vida. Busqué en la Biblia y leí con mis propios ojos lo que había escuchado: «Conviene orar sin cesar» (1 Tes 5, 17); orar con el espíritu en toda ocasión (Ef 6, 18), orar en todo lugar con manos puras, libre de cólera y discordia (1 Tim 2, 8). Estuve pensando mucho, mucho en eso. Y de verdad, ¡no sabía que hacer!”
Todo el librito relata la búsqueda interior del peregrino para llegar a la oración constante. Él la encontrará en la repetición de la frase “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mi pecador”, asociada al ritmo de la respiración y a los latidos del corazón.
Si cada respiración y cada latido se convierten en oración, toda nuestra vida será pura oración. ¡Qué maravilla!
Cada cual tiene su propio camino para llegar a un estado constante de oración que, en definitiva, es la unión con Dios y la consciencia de esta unión, la consciencia de lo Uno.
Este estado de oración y de Presencia es la clave de la vida y la clave del crecimiento y desarrollo espiritual.
Afirma Isaac de Nínive: “Conquista la madre, y tendrás una descendencia”.
“La madre” es justamente la oración constante y la consciencia de la Presencia: desde ahí nacen todos los frutos, “los hijos”.
La parábola de Jesús se centra en el juez injusto como “contra metáfora” de Dios.
En realidad parece que la parábola no tenga su fuente en Jesús mismo, sino que sea fruto de la comunidad que para explicar el actuar misericordioso de Dios, se sirve de la imagen del “juez”. Elección muy desafortunada, por cierto, viendo el estrago que esta imagen generó en la historia de la iglesia y del cristianismo. Todavía seguimos padeciendo las consecuencias de la asociación de Dios con un juez; consecuencias que todos hemos vivido en carne propia o las hemos visto en los demás: miedo, frustración, culpabilidad.
Dios no es un juez y esta imagen ya caducó.
Dios – siempre la mística lo estuvo viendo – es el fondo de nuestro ser, la Vida de nuestra vida, el Ser que nos hace ser, el Amor y la Luz en los cuales vivimos y somos.
Tenemos el gran desafío de reinterpretar la imagen del “juez” y el tema del juicio.
¿Cómo enfocar entonces el tema de la injusticia y la justicia?
Desde siempre la injusticia cuestiona a la revelación cristiana de un Dios que es ternura y compasión y que se preocupa por sus hijos.
La injusticia sigue presente en nuestro bello mundo de múltiples formas: opresión, pobreza, desigualdad, violencia, corrupción.
La injusticia – como todo lo que experimentamos como un límite – es parte de una creación finita. Todo “lo finito” tiene límites y restricciones. Cuando lo Infinito “se contrae” y se revela en el espacio/tiempo, se generan límites. En el ser humano estos límites toman también la forma de la injusticia: atrapados por nuestro ego, deseos compulsivos y pasiones desordenadas, caemos en la injusticia, olvidando nuestra esencia luminosa y armoniosa.
Siempre el llamado es a “volver a Casa”.
Volvemos a Casa, cuando nos descubrimos en nuestra verdadera esencia e identidad.
La oración es el camino. El silencio amoroso es el camino.
Cuando vivimos conscientes en Dios, ya no hay injusticia; solo habrá paz y compasión.
Cuando vivimos en la Presencia, solo habrá Amor.
Y todo empieza por ti y por mí, aquí y ahora.
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