sábado, 18 de febrero de 2023

Mateo 5, 38-48

 

 

Podríamos resumir el tema del texto evangélico en una frase: alinearse con la vida.

Es un texto sorprendente, donde Jesús pone en tela de juicio nuestras imágenes de Dios. Jesús, como todo místico – aquel que tuvo una experiencia directa y personal de Dios – nos introduce en el Misterio. Y el Misterio Infinito siempre nos desinstala, nos sorprende y nos lanza más allá de los conceptos y las imágenes que la mente construye para encontrar seguridad.

 

Jesús nos dice:

 

Dios hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (5, 45) y también: “amen a sus enemigos” (5, 44); ¿qué significa?

 

Significa – simple y maravillosamente – que el Misterio de Dios va más allá de los esquemas de perfección moral de los seres humanos y que también va más allá de nuestras construcciones teológicas.

Dios se revela y se manifiesta en la vida, así como es, aunque muy a menudo no lo logramos ver, ni entender.

Recordemos que Maestro Echkart, tal vez justamente a partir de este texto, dijo: “Dios se manifiesta tanto en el bien, como en el mal”.

Si logramos abrirnos y confiar, entenderemos, de a poco.

Si quedamos aferrados y anclados a nuestra manera de pensar, no lograremos entender.

Eso es lo cómico y absurdo de los seres humanos: queremos un dios a nuestra medida, queremos enseñarle a Dios “a ser Dios”.

Por eso la Vida nos desarma, nos quiebra y nos vuelve a armar: para que aprendamos a soltar este delirio de omnipotencia y para que aprendamos que en el abandono y en la entrega al Misterio se encierra una plenitud y un gozo que ni podemos imaginar; San Pablo lo expresa así: “lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman” (1 Cor 2, 9).

 

Bert Hellinger lo explica en un texto extraordinario, del cual les comparto la última parte:

 

La vida no te da lo que quieres, sino lo que necesitas para evolucionar. La vida te lastima, te hiere, te atormenta, hasta que dejas tus caprichos y berrinches y agradeces respirar. La vida te oculta los tesoros, hasta que emprendes el viaje, hasta que sales a buscarlos. La vida te niega a Dios, hasta que lo ves en todos y en todo. La vida te acorta, te poda, te quita, te desilusiona, te agrieta, te rompe... hasta que solo, en ti, queda amor.

 

El último y extraordinario versículo de nuestro texto nos regala una pista fundamental: “sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (5, 48).

En realidad, el texto griego más que “perfección”, sugiere “plenitud”, lo completo, finalizado.

 

¿Qué es la perfección/plenitud?

¿Cómo podemos ser perfectos como Dios?

 

Como seres humanos sabemos perfectamente que somos imperfectos. La imperfección nos acompaña a cada instante, desde todo punto de vista. Es la imperfección intrínseca a nuestra naturaleza humana finita y condicionada por el espacio, el tiempo y la materia.

La perfección de la cual hablan Jesús y el evangelio, no es la perfección estética, moral, racional, matemática. Es la perfección imperfecta de la vida. Comprender esto es fundamental, para salir de la frustración y descubrir la paz radical.

La vida, como la experimentamos y como la vivimos es imperfecta, en cuanto es manifestación, en la densidad de la materia, de la perfección que yace oculta en lo espiritual. Perfección e imperfección conviven, son las dos caras de lo mismo.

Cuando nos alineamos con la vida, aceptando y asumiendo lo que nos toca vivir en todas las dimensiones y en todo sentido, se nos aparece la belleza deslumbrante de la perfección. Todo es perfecto, todo es como debe de ser y “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom 8, 28) diría San Pablo.

Asumiendo la imperfección, “palpamos” la perfección que en ella se oculta.

Es sumamente estremecedor e iluminador descubrir que shalom – “paz” en hebreo – deriva de shalem, “completo”.

Esto nos viene a sugerir que la experiencia radical de la paz se nos regala cuando somos completos, cuando asumimos todo lo que la vida nos regala, cuando dejamos de juzgar, separar, discriminar, dividir.

Cuando decimos “que sí” a la Vida, se cae la tendencia fragmentaria y separadora de la mente y aparece lo completo.

La Vida es vida en su totalidad y en cada una de sus manifestaciones. La vida es lo que está ocurriendo en este momento, aquí y ahora, sea que me guste o no me guste, que lo entienda o no lo entienda.

Alinearse con la vida es reconocer y aceptar con Jesús, que “no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos” (Mt 5, 36).

Alineándonos con la vida, somos UNO con la Vida, nos insertamos en la totalidad, en el cuerpo cósmico. Tomamos consciencia de nuestra radical unidad con lo divino.

Entonces ya no hay “enemigos”, “buenos” y “malos” – se caen las etiquetas mentales – y el sol y la lluvia bendicen a todos y a todo. Nos convertimos en bendición para todos, porque descubriremos la plenitud que todo lo llena y todo lo habita.

 

 

 

 

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