sábado, 13 de mayo de 2023

Juan 14, 15-21

 

El evangelio de Juan es el evangelio más asombrosamente místico y profundo. Juan quiere llevarnos de la mano a dejarnos penetrar por la consciencia de Jesús, a dejarnos atravesar por su experiencia, su visión, su amor. ¡Qué extraordinario y que belleza!

 

Cuando se trata de experiencias tan radicales y profundas no podemos olvidar la tajante advertencia de una de las mentes más brillantes de nuestro tiempo, Ken Wilber: “Así pues nos encontramos ante dos opciones en cuanto al enjuiciamiento de la cordura, o de la realidad, o del nivel deseable de la mente, o del conscienciamiento místico: podemos creer en quienes lo han experimentado, o proponernos experimentarlo por nosotros mismos, pero si no somos capaces de hacer lo uno ni lo otro, lo más sensato es no formular ningún juicio prematuro”.

 

Atrevámonos, desde la confianza que Jesús nos infunde y nos inspira, a entrar en esta experiencia; experiencia de desnudez, de entrega, de radicalidad, que nos abre a una luz insospechada.

 

Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes” (14, 20) nos dice Jesús.

 

Aquel día” puede ser hoy; “aquel día” es el eterno presente, el eterno presente de la Presencia.

Aquel día” es la pura posibilidad, la pura apertura y frescura de este momento.

 

No estamos solos. Nunca. “El Espíritu de la verdad” nos guía, nos sostiene, nos habita, nos re-crea a cada instante.

El Espíritu es la Verdad: la verdad no es un concepto, una idea, una opinión. El Espíritu nos advierte de lo peligroso que es confundir la verdad con algo mental. La mente es un sub-producto y un despliegue de la Consciencia y esta Consciencia es el mismo Espíritu manifestándose y revelándose.

 

El Espíritu nos revela nuestra más profunda y verdadera identidad: somos Uno con Dios.

En un sentido estricto y profundo, no somos nuestro nombre, nuestra historia, nuestra biografía, nuestro cuerpo/mente: estas dimensiones son una manifestación temporal de nuestra verdadera y más profunda identidad, son el despliegue del Espíritu en nosotros para que aprendamos a vivirnos desde nuestra esencia, desde nuestra eterna y divina identidad.

Todo eso no significa, obviamente que “nombre”, “historia”, “biografía”, “cuerpo/mente” no sean importantes: lo son en cuanto camino a nuestra identidad profunda y en cuanto revelación de esta misma identidad. Por eso hay que cultivaros y cuidarlos, sin absolutizarlos, agradeciendo siempre.

 

De eso se trata el camino místico y espiritual; de eso se trata el evangelio de Juan. Es un camino para todos, es el camino del desarrollo de todo nuestro potencial humano.

Los ortodoxos hablan de “divinización”: el camino espiritual es el camino de la divinización. Humanidad divinizada, divinidad humanizada. Esto fue Jesús. Este fue su camino y es también el nuestro.

Teilhard de Chardin lo expresó brillantemente: “No somos seres humanos en un viaje espiritual, somos seres espirituales en un viaje humano.

Nuestro nombre pasará, nuestra historia pasará, nuestra biografía pasará, nuestro cuerpo/mente pasará.

¿Qué es lo que queda?

¿Qué es lo eterno en nosotros?

 

Hoy responde Jesús: “yo estoy en mi Padre, ustedes están en mí y yo en ustedes.”

Eso es lo que somos. Desde ahí estamos llamados a vivir la vida, a recorrer la existencia, a sembrar amor, a destilar luz.

 

“Somos templo del Espíritu” afirma San Pablo: “¿No saben que sus cuerpos son templo del Espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios? Por lo tanto, ustedes no se pertenecen” (1 Cor 6, 19).

No nos pertenecemos: mi “yo” verdadero no es lo que pienso. ¡Mi “yo” verdadero es el Espíritu!

Mi “centro” está afuera de mí: esta es la paradoja esencial, extraordinaria y asombrosa de la mística y del camino espiritual.

 

 

 

 

 

 

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