sábado, 20 de mayo de 2023

Mateo 28, 16-20

 



Hoy celebramos la ascensión de Jesús al cielo y el texto evangélico que la relata es el final del evangelio de Mateo.

Es más que probable que las palabras de Jesús en nuestro texto no sean del él mismo, sino de Mateo, que la recoge de las experiencias y la reflexión de las primeras comunidades; una referencia tan explicita al bautismo y a la formula trinitaria indica claramente una reflexión teológica posterior, donde se nota la influencia de la ya conocida – en este I siglo – teología de San Pablo. El judaísmo de Jesús no le hubiera permitido una formulación trinitaria.

Hay otro importante signo que nos revela el origen posterior de las palabras que Mateo pone en la boca de Jesús: el sentido universal.

Jesús dice: “hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (28, 19). El mismo Mateo nos había transmitido palabras de Jesús que iban en sentido contrario: “No vayan a regiones paganas, ni entren en ninguna ciudad de los samaritanos. Vayan, en cambio, a las ovejas perdidas del pueblo de Israel” (10, 5-6).

Sin duda la experiencia de la resurrección y del resucitado supusieron un quiebre en la comprensión de Jesús y de sus enseñanzas, pero no deja de sorprender el fuerte contraste y el cambio tan radical del sentido misionero: ¡desde la exclusividad de Israel, al universo entero!

Sin duda la reflexión cristológica de Pablo y su apertura universal tuvo una fuerte influencia en Mateo.

 

Todo esto nos sirve para reflexionar y rever el sentido de la misión y de la evangelización.

 

¿Qué significa evangelizar?

¿Qué sentido tiene la misión?

 

Temas muy actuales en una iglesia y un cristianismo en crisis y en disminución y en un mundo también en un cambio y una transformación radical.

 

La evolución de la consciencia ya no nos permite entender la misión desde el proselitismo o desde la creencia de poseer la verdad, de ser los detentores únicos de la verdad y los únicos depositarios de la revelación divina. Estas posturas han llevado y siguen llevando al conflicto, a la discriminación, a la manipulación, a la intolerancia… ¡justo a lo opuesto del mensaje de Jesús y del testimonio de su vida!

 

No creo necesario recordar los atropellos que la iglesia hizo con la excusa o el pretexto de la evangelización.

 

La evangelización – y con ella la misión – hay que entenderla y vivirla desde la experiencia y la irradiación.

 

La experiencia es algo que abarca todo nuestro ser, no solo lo racional. Encontrarse con Jesús y con el mensaje salvador del evangelio tiene que ver con toda nuestra vida. Es una experiencia radicalmente renovadora y transformadora. Si el evangelio no transforma la vida, significa que quedó estancado en un nivel meramente mental.

 

La irradiación indica una luz que se desparrama por sí sola. La luna no hace nada para brillar, se deja iluminar por el sol e irradia su luz. El cristiano se deja iluminar por Cristo y brilla por su luz. Dejarse iluminar, dejarse alcanzar por la luz. La luz no puede no iluminar. Cuando nos dejamos alcanzar por la luz, la evangelización ocurre casi por sí sola.

 

Conviene acá recordar una máxima medieval – atribuida al Pseudo Dionisio –  que dice: “Bonum est diffusivum sui”, el bien se difunde por sí mismo, está en su misma naturaleza expandirse.

 

La misión y la evangelización se dan, de manera extraordinaria y bellísima, por irradiación.

 

Esta irradiación nos viene de la Presencia. Dios es Presencia, es Presente; fue la experiencia más radical del mismísimo Jesús de Nazaret. Por eso Mateo cierra su evangelio con la famosa expresión: “yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (28, 20).

La Presencia nos envuelve y nos sostiene. En esta Presencia, somos y existimos. No hay manera de escaparse.

 

El discípulo le preguntó a su maestro: “Venerable maestro, ¿dónde está Dios?”. El maestro le contestó: “¿Dónde no está?”.

 

Vivamos la Presencia. Seamos puro reflejo de la Presencia.

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