“Llega el esposo” (25, 6) nos dice el texto de hoy: es el grito que despierta a las diez jóvenes que se habían dormido por la larga espera.
“Llega el esposo” exclamó Teresa de Lisieux a los primeros síntomas de la enfermedad que la llevó a la muerte.
“Llega el esposo”: ¡que extraordinario poder interpretar simbólicamente este texto y este grito de júbilo! Nos revela, así, una profundidad y una belleza insondables.
“Llega el esposo”; siempre está llegando. El evangelio de Marcos lo dice así: “El Reino de Dios está cerca” (1, 15), está ahí, al alcance de la mano, de un suspiro, de una mirada, de un “sí” sincero.
Estamos viviendo desde el Misterio, en el Misterio y hacia el Misterio: “en el vivimos, nos movemos y existimos”, afirman los hechos de los apóstoles (17, 28).
Lo que escasea, a menudo, es el “aceite”. Las cinco jóvenes necias, se lo habían olvidado del todo. “Necio” deriva del latín “nescio” que significa “no sé”, “ignorancia”. El camino va de la ignorancia a la comprensión, de la ignorancia a la sabiduría… ¡sabiendo que, en el fondo, permaneceremos ignorantes!
Nos falta el “aceite” de la consciencia y de la atención, que bien podrían ser casi sinónimos.
Nuestras lámparas pueden que estén apagadas o con poco combustible: apagadas por el ruido, lo superficial, la búsqueda del placer, las efímeras apariencias. En las “lámparas” podemos descubrir nuestra común humanidad, lo humano que nos une. Se nos regaló nuestra hermosa humanidad para que podamos vivirla como una experiencia de aprendizaje, de crecimiento, de expansión del amor y de la luz. Para eso necesitamos de consciencia, necesitamos urgente de un buen aceite.
Nuestra humanidad – personal y colectiva – necesita del aceite de la consciencia y de la atención. Sin este aceite, la humanidad queda renga, no puede alcanzar la plenitud deseada.
¿Cuál es la cumbre de la experiencia humana?
Sin duda la experiencia de la Unidad y de lo Uno, que es lo mismo que decir, la experiencia del amor. El amor es siempre unitivo, viene de la unidad y ahí regresa.
Cuando el ser humano se experimenta “uno” con la totalidad, su humanidad se ensancha a una dimensión infinita, transpersonal, mística. Es la cumbre. Es la cumbre que nos relatan todos los místicos de todas las tradiciones. Es la cumbre de la belleza y de la profundidad. Cumbre disponible y abierta para todos. Afirma Raimon Panikkar que “la mística no es el privilegio de unos cuantos escogidos, sino la característica humana por excelencia.”
Solo tenemos que aprender a usar las herramientas correctas, solo tenemos que poner “aceite” en las lámparas: consciencia y atención.
Crecer en consciencia es aprender a ver la realidad desde otro lugar, un lugar espiritual que está “más acá” y “más allá” del ego, de las emociones, de los sentimientos. Es la consciencia que nos viene del “tercer ojo”, de la visión espiritual, la consciencia que va de la mano de una comprensión más profunda de la vida, de las cosas, de los acontecimientos.
La atención nos permite enfocarnos, evitar las distracciones, salir de la superficie. Cuando estamos verdaderamente atentos, se nos abre la puerta de la percepción y comenzamos a ver la realidad, saliendo de las apariencias.
La atención nos regala vislumbrar la esencia de cada cosa y descubrir y conectar con el Misterio divino que en cada cosa se manifiesta y se revela.
“Llega el esposo”: ¡es el amado del cántico de los cantares!
“¡La voz de mi amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas. Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven. Ahí está: se detiene detrás de nuestro muro; mira por la ventana, espía por el enrejado. Habla mi amado, y me dice: «¡Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía!”
“Llega el esposo”: es el Espíritu que viene a nuestro encuentro en cada emoción y sentimiento, en cada encuentro, en cada persona y acontecimiento.
Viene el Amado, viene el Amor: necesitamos de consciencia y de atención para poder reconocerlo y dejarnos transformar.
¡No olvidemos el aceite!
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