viernes, 17 de noviembre de 2023

Mateo 25, 14-30

 

Se nos regala hoy, la conocida parábola de los “talentos”. El mensaje más exterior y literal parece bastante claro: a los servidores que invirtieron sus talentos y los duplicaron se les recompensa y al servidor miedoso y perezoso que no invierte se le castiga, quitándole hasta lo poco que tenía.

 

Una lectura superficial del texto, nos puede llevar a caer en la trampa de una comprensión de la relación con Dios en clave de mérito y recompensa. Esta comprensión marcó y sigue marcando el cristianismo y afecta a todas las dimensiones de la relación con Dios. La oración, por ejemplo, se convierte en “mercantilista”: manipulamos a Dios para que se ajuste a nuestros deseos o proyectos; en un nivel más práctico y moral, intentamos “ganarnos” a Dios, cumpliendo exteriormente con todas las reglas o los preceptos rituales para tranquilizarnos la consciencia y exorcizar el miedo.

 

Sin duda la parábola nos revela una verdad: más allá de la gratuidad del amor de Dios, el esfuerzo es necesario y juega un rol importante en nuestro crecimiento y desarrollo.

Como siempre la clave está en mantener unidos y relacionados los dos términos – aparentemente opuestos – de la paradoja; en este caso la gratuidad y el esfuerzo.

 

La mística hebrea nos habla del “pan de la vergüenza”: el pan que llega a tu mesa sin esfuerzo y sin trabajo, es una vergüenza, algo que no te mereciste. Sin duda la referencia es al texto del Génesis: “te ganarás el pan con el sudor de tu frente” (3, 19).

 

Sabemos de lo importante, educativo y satisfactorio de ganarse la vida con nuestro trabajo y esfuerzo. Tal vez es uno de los problemas educativos más urgentes hoy en día: en las sociedades del bienestar a los niños y los jóvenes se les da todo sin exigirle un esfuerzo, un compromiso… “todo ya” es el lema, y se pierde el sentido y el valor de las cosas, del trabajo, de la paciencia y de la espera.

 

Recuperar un estilo educativo que valore el esfuerzo y el trabajo, es una de las claves para crecer como sociedad.

 

Todo esto no puede hacernos caer en una visión exterior y mercantilista de nuestra relación con Dios.

La gratuidad queda como fundamento de la existencia. Todo es gratis. El ser se nos regala, la vida se nos regala. Las cosas más importantes y hermosas de la vida no se pueden comprar.

 

¿Cómo “comprar” el amor?

¿Cómo “comprar” el afecto de alguien?

¿Cómo “comprar” o “merecer” un atardecer o la belleza de una flor?

 

Entonces, nos preguntamos:

¿Cómo armonizar esta doble verdad?

¿Cómo armonizar “gratuidad” y “esfuerzo”?

 

La gratuidad que somos y que se manifiesta en todo hay que conquistarla; solo comprendemos la gratuidad, a través del esfuerzo: ¡tremenda paradoja!

Es otra perspectiva de la dialéctica entre el “ser” y el “deber ser”: ¡Sé lo que eres!, es la gran invitación del sabio hindú Ramana Maharshi y de muchos otros místicos.

 

El esfuerzo tiene que ir en el sentido de revelar y llevar a cumplimiento lo que ya somos: ¡qué extraordinario!

Esta hermosa verdad nos quita toda la presión psíquica y emocional para nuestro crecimiento y desarrollo.

¡Solo la sabiduría divina hubiera podido inventar algo tan perfecto, sorprendente y extraordinario!

 

Ya somos amor, ya que el amor es lo único que hay y es nuestra esencia. Este amor que ya somos – pura gratuidad – tiene que revelarse en mí a través del esfuerzo y del compromiso con mi crecimiento.

La filosofía taoísta tiene una hermosa expresión para todo eso: “wu wei”. Wu wei resume lo que venimos diciendo. Significa justamente “no acción”. La acción correcta es la que surge sola, sin esfuerzo. Es la paradoja del “esfuerzo sin esfuerzo” o, desde nuestra parábola, del “esfuerzo de la gratuidad”.

La pequeña semilla del roble, “ya es” el imponente roble, aunque tenga que crecer y desarrollarse a través de varias etapas, a menudo dolorosas.

Comprendemos entonces el enigmático versículo al final del texto: “a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene” (25, 29).

Quien vive desde la gratuidad descubre que ya lo tiene todo; para quién se queja de la carencia y vive desde el apego, nunca nada será suficiente.

 

Lo que nosotros – desde lo concreto de nuestra humanidad – experimentamos y etiquetamos como “esfuerzo”, en realidad se traduce en “vivir lo que somos”.

¿Y que somos?

El éxtasis de Dios. Silencio.


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